Jessica
Todo estaba oscuro, tan oscuro que por primera vez sentí miedo a la oscuridad. No podía ver nada, la oscuridad era espesa como la neblina de media noche.
- ¿Hay alguien ahí? – mi voz salió medio ahogada de mi garganta, casi como un graznido.
Entonces escuché un sonido, pasos, acercándose rápido a mí. Comencé a voltear y mirar a todas partes pero no era capaz de distinguir ni dónde me encontraba parada. Mi pulso se estaba acelerando y podía sentir una gota de sudor frío bajando por mi espina dorsal.
Una figura alta y delgada apareció en la oscuridad. Sentí un escalofrío, estaba tan cerca que podía distinguir su ropa. Vestía de una manera muy particular, como de época y traía un curioso artefacto en la mano, algo así como un cetro de oro.
Creo que sonrió, si es que a esa mueca macabra y aterradora se le podía llamar sonrisa.
- ¿Quién eres? – pregunté tragando saliva sonoramente. Su rostro, oscuro bajo las sombras, se veía irritado. Se acercó un par de pasos, hasta tocar mi mejilla. Su mano estaba fría como el hielo y no pude moverme de mi lugar para alejarme de él.
- Si no eres feliz conmigo, no serás feliz con nadie.
Alzó su cetro con ambas manos y lo hico golpear el piso con fuerza, lanzando una cegadora luz blanca en todas direcciones.
De pronto me encontraba cayendo en el vacío. Grité.
- Eres una tonta, Jess. ¡Mamá, Jess me ha golpeado mientras duerme! – la odiosa voz de Brisk, mi hermano de trece años, sonaba medio amortiguada. Finalmente abrí los ojos y noté, para mi dicha, que estaba en el carro, con mi hermano menor, y mi madre, de camino a casa de la abuela. Solté un suspiro de alivio. Solo fue una pesadilla, me dije a mí misma.
- Te lo merecías, por odioso – rodé los ojos, y mi muy tardía respuesta lo hizo cruzarse de brazos.
- ¡No peleen, estoy conduciendo! – gruñó mi madre.
Atravesamos el puente que daba a la entrada del muy aburrido pueblo de Fallenville, en Escocia. Mi ciudad natal.
Debo haber estado en ese lugar miles de veces, porque nos mudamos cuando yo tenía dos años a Londres, en Inglaterra, pero volvíamos cada año a visitar a la abuela. La última visita había sido tres años, porque mis padres se habían divorciado hacía unos nueve meses, las cosas estuvieron muy mal en casa antes de que eso ocurriera. Mi padre engañó a mi madre con una instructora de yoga que no era más de cinco años mayor que yo, y todo fue un alboroto.
El auto saltó en un bache del camino y puse atención a la realidad una vez más. Vi el "Bienvenidos a Fallenville" a un lado del camino y luego mamá paró en una intersección.
En la entrada del pueblo había tres caminos: uno daba al centro del pueblo, otro hacia los establos Wolk, que eran el atractivo principal del pueblo puesto que mantenía el turismo todo el año; y el último hacia la mansión Klemet, una gigantesca y aterradora construcción que llevaba ahí varios siglos.
- ¿Les dije que el dueño de la mansión Klemet ha convertido todo en una biblioteca y museo público? – preguntó mi madre cuando mi vista se perdió en la colina, directo en aquella construcción que tenía más pinta de castillo que de casa.
- ¿Quién es el dueño? – quise saber. Era curioso pensar que la familia tuviera solo un heredero, puesto que era una de las más ricas de Escocia.
- Bartholomew Klemet – respondió mi madre. – Ha sido muy generoso. Tiene apenas veinticinco años pero es todo un magnate, maneja caridades y desde que cumplió la mayoría de edad, siempre ha ayudado a la gente de Fallenville, es la celebridad favorita, tu abuela lo adora.
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La Separación
FantasyCuando Jessica viaja en víspera de navidad a casa de su abuela, conoce a Kenton, un chico de su edad que vive en el pueblo y la conexión es instantánea. Parecen amigos de toda la vida y la atracción es evidente, hasta que Bart, el único heredero de...