02. La ¨fiesta¨

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—David, me alegra verte —escuché como una voz masculina hablaba. Pero no me gire hasta ver como aquel adonis subía a una camioneta negra y se iba. Si no sabía su nombre antes de que se acabara la noche, juro que iba a volver loca.

—Diego, déjame presentarte a Georgia —escuché que alguien mencionaba mi nombre y me giré en ese instante. Rayos, al parecer las criaturas en peligro de extinción están aquí. Era muy parecido a David, cabello rubio, ojos marrones, tés blanca con un ligero bronceado, y con un cuerpo ejercitado. Si seguía observándolo así la baba se me saldría de la boca.

—Generalmente se contesta con un hola, mucho gusto —mencionó Emma lo cual hizo que le dedicara una mirada asesina. Me gire para quedar frente a él para contestarle.

—Hola, mucho gusto, Diego —él me dedicó una hermosa sonrisa.

—Igualmente, Georgia. —la forma en que había dicho mi nombre hacia que sonara raro.

—Sera mejor que entremos, y conozcan a todos —me ofreció su brazo y por nada del mundo lo iba a rechazar. Su brazo se sentía tan firme y él lo sabía. Una sonrisa se había apoderado de su rostro, provocando que me ruborizara.

Al llegar al patio trasero, pude notar como todos bailan al ritmo del Dj. Desde la parte de afuera, la piscina no se llegaba a preciar, pero sí que era enorme y unos cuantos individuos nadaban en ella, ya que era pleno verano. Podía sentir como las miradas de cientos de chicas se me clavaban como estacas. Ser odiada por la población femenil de la escuela en cuestión de segundos sólo por ir del brazo de un chico, porque sin duda esa era la razón, sí que era gran logro de mi parte.

—Diego, ya era hora de que regresas, recuerda que prometiste bailar conmigo —se acercó una rubia oxigenada, bueno no es que tuviera algo malo con las rubias, pero juro que podía oler su peróxido. Su escote era enorme, bueno en realidad si apenas llevaba puesto un trozo de tela. La rubia ni siquiera se tomó la molestia en mirarme, sólo se concentraba en coquetear con Diego. Era sexy debía admitirlo, pero su falta de prudencia, sin duda no dejaba mucho a la imaginación.

—Oh, Casandra deja que te presente a Georgia, ella irá a nuestra escuela. —Hasta su nombre me resultaba de mal gusto o sólo tal vez era ella la que me resultaba de mal gusto.

—Ah, hola —Casi me come con los ojos. Mi cerebro sólo actuó por instinto para poner mi venganza en marcha.

—Creo que quiero algo de tomar, ¿me acompañas, Diego? —le di mi mejor sonrisa a él para que no rechazara mi petición.

—Debo de acompañarla, Casandra, nos vemos luego —note como me guiaba a donde estaba una mesa con varias bebidas. Wow, sí que se habían esforzado al hacer esta fiesta. No pude evitar voltear a mirar la cara de la rubia. Parecía como un tomate, lo cual significaba que me había ganado una enemiga. Por lo menos había ganado esta batalla.

—¿Cerveza está bien? —Asentí con la cabeza. Tenía que celebrar mi pequeña victoria con algo.

— ¡Diego! —gritó un chico que se dirigía corriendo a nosotros. —Los vecinos han llamado a la policía.

—Pero se supone que ya todo había quedado claro con ellos. —Pude notar como sus brazos se tensaban al decir cada palabra. —Lo siento, Georgia. Tendré que ir arreglar esto, prometo no tardar.

—No te preocupes, puedo esperar aquí. —Dije dándole una sonrisa para tranquilizarlo.

—De acuerdo, volveré enseguida —me límite a ver como se iba, así que me dedique a buscar con la mirada a Emma y David, pero no tuve suerte.

No tardé mucho en que alguien me hiciera compañía.

—Hola —susurró cerca de mi oído.

—Hola —dije sin mucha alegría.

—¿Cómo te llamas? —no era más alto que yo y era muy esbelto.

—Georgia —Traté de evadir su mirada lasciva que me empezaba a resultar incomoda.

—Lindo nombre. Yo me llamo...

De un segundo a otro mi vestido se había arruinado con la cerveza que traía aquel chico en su mano. Al parecer alguien lo había empujado por accidente haciendo que quedara como sopa.

Caminé hecha una furia por el patio directo a la casa ignorando las palabras de aquel tipo. Subí por las escaleras al segundo piso en busca de un baño. Entre en el primer cuarto a la derecha en el cual supuse que habría un baño. Por suerte lo había, mojé una toalla que se encontraba ahí y me encargué de quitar el cerveza para evitar el olor se impregnara. Gracias a todos los dioses la mancha no había sido muy grande. En realidad eran más como salpicaduras.

Terminé de limpiarlo abriendo la llave del lavabo para lavar mis manos.

—Creo que esto va de mal a peor —suspiré resignada.

Al momento de salir del baño noté como alguien tomaba mis muñecas y ponía mi cara contra la pared, casi estrellándola con un espejo de cuerpo completo que estaba ahí. Ese golpe sin duda dejaría una marca en mi pómulo derecho. Mi cabeza empezaba a palpitar por el dolor y al mismo tiempo mis muñecas estaban siendo apretadas con más y más fuerza. Traté de ver quien era por el reflejo en el espejo, pero no tuve suerte.

—Si no gritas prometo que será rápido —su voz me causó escalofríos que me recorrieron todo el cuerpo. Haber tomado clases de defensa personal tal vez al fin tendría un buen uso.

—Tal vez seas tú el que va a gritar. —Una de sus manos empezó a empezó a deslizarse por mis muslos y con un rápido movimiento giré todo mi cuerpo para plantar mi rodilla derecha en su entrepierna. El corazón me empezó a palpitar rápidamente que podía sentirlo en mi garganta y retumbar en mis oídos.

—Maldita perra...

No me dio tiempo de escuchar que otras maldiciones decía, ya que salí corriendo de la habitación directo al pasillo. Mi respiración se tornó irregular y casi caí de rodillas al suelo. Sin duda me faltaba condición. Escuché unos pasos que provenían de las escaleras, pero aun no podía recuperar el aliento para poder levantar la vista.

—Si no puedes controlar la bebida no deberías ingerirla, es humillante. —Su voz sonaba grave, era muy masculina y tenía un toque de armonía en ella. Aunque dijera esas estúpidas palabras.

—No es eso, alguien intento vio...—no podía ni terminar la frase, mi estómago se estremeció sólo de recordar lo sucedido segundos antes.

—Oh —dijo de manera que apenas logré escuchar. —Ya veo.

Y cuanto dirigí mi mirada hacia arriba, ahí estaba él.




Segundo capítulo


Una sobredosis de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora