Muerte Especial

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Volví a rogar a los dioses que me ayudaran, que me sacaran de allí, no sabía si eso sería posible, no sabía qué tan poderosos eran esos dioses, el mismo Poseidón me había dicho muchas veces las cosas que él no podía hacer. ¿Esta sería una de ellas? Pero ¿qué estaba pensando? Ellos ni siquiera tenían la remota idea que yo existía y Poseidón ni se imaginaba en lo que yo estaba, ¿cómo podrían ayudarme? Estaba volviéndome loca. De todos modos, me dormí rogando, suplicando ayuda, llorando con desesperación por no saber lo que me esperaba. Pensaba en mi familia, en el dolor que les causaría, en la preocupación de estos momentos; ya pronto comenzarían a buscarme y, por supuesto, nadie habría visto nada, una nube se interponía entre ellos y nosotros. Ahora me daba cuenta, ¡cómo no lo vi antes!, ningún niño miró a Samantha, nadie la habló ni jugó con ella, la ignoraban como si ella no existiera, cosa poco común en los niños, dados, generalmente, a hablar con todos sus compañeros de juegos. Fui una estúpida al aceptar ir con Guillermo. Recién lo comprendía. “Él no dejará de intentarlo”, fue la advertencia de mi pez favorito, “no conoces las artimañas de ese tipo”, me indicó también, pero ¿cómo iba a saber que al no estar con mi pez, el peligro continuaba? No tenía modo de saberlo si al irse, no me dijo nada. Solo oscuridad y desconsuelo había dejado tras sí.

Ni siquiera estaba segura de si alguien me buscaba o si sabían que había desaparecido. Mi hermano me buscaría, de eso estaba segura, pero si él era cegado por esa mujer, como Anfitrite lo había sido para Poseidón, entonces estaba perdida, él era el único que sabía de aquellas cosas sobrenaturales, Loreto también, pero después que se enteró, no hubo más conversaciones con ella, le daban miedo estos temas. Mis padres para qué decir, ellos no tenían idea de nada ni tenían por qué enterarse, lo que no podía imaginar es qué les dirían cuando yo ya no estuviera, cuando no apareciera, me buscarían pensando que fui secuestrada por algún sicópata, asesino, violador… Iba a ser demasiado para ellos. Maldita tonta. Todo esto era mi culpa. Por haber creído en cuentos de hadas, terminaría como en una historia de terror. No quería pensar en las cosas atroces que me podría hacer Forcis, no quería imaginármelo, pero no podía evitarlo, en mi mente aparecía su imagen de bestia frente a mí y me imaginaba las peores cosas para mi final.

Sentí un dolor en mi estómago, tenía hambre, sed y no sabía cuánto tiempo llevaba en ese lugar, a mí me parecían siglos. Estaba cansada, dormía a ratos, pero no lograba descansar, era como si el sueño no me devolviera el reposo que tanto buscaba. Cerré los ojos, quería dormir, pero mis necesidades físicas no me dejaban. Esto de ser humana me complicaba en el momento menos oportuno.

―¿Algún problema? ―me preguntó Forcis con una sonrisa burlesca entrando a la cueva, viendo lo incómoda que estaba.

―No ―mentí.

―Mentirosa ―se burló él. No me gustaba verlo así, con su imagen verdadera.

―Necesito usar el baño ―acepté.

―Levántate, te llevaré.

Me puse en pie, pero un mareo me desestabilizó por un segundo, Forcis me tomó del brazo sujetándome con fuerza, haciendo que volviera en mí de inmediato.

―Lo siento ―me disculpé, me sentía tan débil y frágil que me avergonzaba.

―Eres una simple mortal, cada vez se nota más.

Lo miré interrogante, no entendí su comentario.

―Estás pálida, incómoda, nerviosa, tiemblas y tu corazón late rápida e irregularmente. Eres una humana en toda su vulnerabilidad.

Me guió a un cuarto donde había un hermoso baño, me mojé la cara, las manos y el pelo antes de salir, me sentía sofocada y esperaba que el agua me refrescara. Tomé agua del mismo grifo, tenía sed y hambre, suponía que el agua me quitaría el apetito y me permitiría mantenerme un poco mejor el tiempo que estuviera allí.

Una Tarde EspecialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora