Septiembre

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Al empezar las clases todo sigue igual, me miran de arriba a abajo, sus caras reaccionan solas, pasan a mi lado sin decirme nada y se alejan.

Mi mejor amiga no ha elegido el mismo camino que yo y por lo tanto se ha cambiado de instituto. Desde que tengo uso de razón y éramos bien pequeñas decíamos que íbamos a hacer bachillerato juntas, que nada nos iba a separar, que íbamos a graduarnos juntas con los vestidos más espectaculares de toda Barcelona. Y sin embargo estamos separadas, ella se relaciona con otra gente, y se ha olvidado de mí, o eso parece,m cuando le envío un mensaje y tarda en contestar o cuando nos encontramos por la calle y la noto fría, distante.
Yo sigo sola, bueno, tengo una amiga, por decirlo de alguna forma, hace años que la conozco, pero nos hemos llevado lo justo sin demasiada confianza. Nos sentamos juntas en clase y la considero mi punto de apoyo, pero la verdad es que no puedo apoyarme en alguien que también está mal, alguien que, en vez de levantarme cuando siento que me caigo, me empuja hacia abajo con sus reacciones o actos.
De vez en cuando también hablo con mi vecina, es una gran amiga, pero siempre hemos tenido temporadas que estamos muy juntas y después muy separadas, así que no me sorprende el echo de que ahora me sienta sola. Me gusta la soledad, puedo pensar en mis cosas tranquilamente, pero a veces echo de menos el que alguien me diera un abrazo en cuanto me viera.

La profesora de educación física me tiene controlada gracias a los médicos, no puedo realizar ningún tipo de ejercicio físico, y me tiene de arbitro en los partidos de clase, tomando apuntes para evaluarme teóricamente, sacando y guardando el material, pasando lista de mis compañeros mientras los nuevos o repetidores se preguntan el por qué no hago la clase y los que me conocen inventan sus respuestas.

Mamá está cada vez más histérica y enfadada y preocupada y desesperada y miles de adjetivos más conmigo. No quiero comer. No quiero ir a clase. No quiero salir a la calle. No duermo. Toda la ropa me va grande. Les hablo mal. Reacciono mal ante todo. Yo he dejado de ser yo y mis padres han dejado de ser tan comprensivos conmigo. Mi hermano me controla, y el pobre seguro que no entiende mucho la situación, pero está claro que me ve, y ve que hay cambios en mi.

Salgo a la calle a comprar el pan, la gente me mira, la gente habla mal de mí. El panadero se preocupa, dice que estoy muy delgada, que si me encuentro bien, que si como bien, sonrío, digo que estoy bien y me voy. Huelo el pan, esta caliente, recién hecho, y también engorda. De repente deja de estar caliente, deja de oler. Saco las llaves, abro la portería y cierro la puerta dando un portazo. Subo las escaleras corriendo y en primer piso tengo que pararme si no quiero desmayarme aquí mismo.

Llego a casa, mi padre me mira con cara de asco, no soy la hija que ellos desean tener. No están orgullosos de mi. No tengo un físico inigualable como seguramente tenga más de una hija de sus compañeros de trabajo. No tengo unas notas escolares dignas de decir que ellos se han esforzado en que sea la mejor de clase. No destaco en nada que ellos puedan presumir que su hija es la mejor. No soy la hija cariñosa que cuando llegan a casa se lanza encima de ellos a darle un abrazo y preguntarles como les ha ido el día o que en su cumpleaños les prepara una tarta y viene con miles de regalos preciosos. No soy esa hija feliz que estudia, tiene aficiones y además amigos con los que sale y se divierte. No soy nada de eso, ni lo seré nunca, por eso les he decepcionado tanto.

Y yo considero que es un logro que siga viva y no me haya tirado a las vías del tren, a la carretera cuando pasara un coche o me haya subido a lo alto de algún edificio para hacer a todos más felices desapareciendo.

Nada ni nadie me llama la atención, ningún chico, ninguna chica divertida y simpática con la que quiera mantener una conversación, ni un niño pequeño corriendo por la calle felizmente, ni un largo vestido azul marino bien colocado en un escaparate con luces sutiles a su alrededor, ni el perfume más caro de la mejor tienda del centro comercial, ni ese pintalabios rojo coral que hace meses me encantaba. Mis sentidos y mis sentimientos están muertos.

Me pongo a estudiar, son las cuatro de la tarde, pero mi cabeza solo piensa en tallas de ropa cada vez más pequeñas, en la báscula marcando cada día un número inferior, en comer menos de 500 calorías al día, en huesos marcados por una fina capa de piel sin grasa. Termino de "estudiar" y son las nueve de la noche. Ceno, a lo que yo llamo engordar. Y vuelvo de nuevo a mi habitación, ahora a estudiar de verdad, o al menos a intentarlo.

Me voy a dormir y tardo horas en conciliar el sueño, la música que pasa de los auriculares hacia los oídos es triste, las fotos que estoy mirando en mi móvil son espeluznantes, imágenes oscuras, personas demacradas, personas sin vida.

Suena el despertador, no quiero levantarme, quiero dormir, para siempre, o despertarme en otro lugar, donde nadie me conociera, donde pudiera ser yo sin tener miedo a expresar lo que siento.

Nueva vida para DanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora