El Eslabón Perdidísimo

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Cuando Blanca llega a la consulta, la secretaria le comenta que su colega Guillermo no viene en unos días por enfermedad y que tiene que hacerse cargo de sus pacientes. “¡Estupendo, menuda semanita que me espera!”, susurra enfadada.

Mañana martes firma su divorcio; además este jueves cumple cuarenta y cuatro años y, por si fuera poco, se acaba de enterar de que su ex marido sale con una jovencita de la misma edad que su sobrina.

Blanca entra en su despacho luminoso y se deja caer pesadamente sobre su silla. Su mesa está limpia. Tan sólo hay un cuenco con caramelos y un portafotos sin foto. Hojea la agenda de su colega y se deprime al comprobar que todos los pacientes que tiene hoy son varones.

—     Hasta Dios (de qué me sorprendo si es hombre) conspira contra mí —se lamenta.

Echa un vistazo rápido a cada expediente. Al mismo tiempo que los arroja de mala manera sobre su mesa, va pronunciando diagnósticos apresurados, cargados de malicia.

—     ¡Inmadurez! (zas). ¡Calvicie! (zas). ¡Eyaculación precoz! (zas). ¡Impotencia! (zas).

Su primer paciente se llama Adolfo. Lee su historial: treinta y cuatro años, profesor de antropología. En su vida, ha tenido cinco novias, y todas le han abandonado por otro, excepto una de ellas que le abandonó por otra.

—     Tal vez dios tenga estrógenos, después de todo —se consuela. Coge el teléfono—. Hazle pasar —le ordena a la secretaria al tiempo que prepara lápiz y cuadernillo para tomar notas durante la sesión.

El tal Adolfo entra en su despacho, saluda cortésmente y se queda esperando de pie, delante de la sicóloga, con una dulce sonrisa. Aunque es más bien bajito y del tipo velludo, sus ojos son alegres, muy vivos. Blanca lo mira algo decepcionada. Qué correcto parece, qué agradable.

—     Por favor, siéntate Adolfo —dice. A Blanca le gusta tutear a sus pacientes con el propósito de crear un ambiente íntimo y relajado.

—     Gracias —contesta y se sienta. Su voz es igualmente cálida.

—     ¿Qué tal estás hoy?

—     No muy bien, pero creo que con usted mejoraré, seguro.

—     Antes de empezar, quiero recordarte que yo no soy tu psicoterapeuta —responde un tanto seca—. Cuando mi colega Guillermo se recupere, volverá a tratarte.  Y, dicho esto, ¿por qué crees que te irá mejor conmigo?

—     Usted me entenderá mejor porque es mujer y además atractiva. Verá, quisiera aprovechar esta circunstancia para hacerle una pregunta.

Blanca oculta su asombro: como mujer que vive cerca de las obras de la M30 en Madrid, le han llamado de todo, pero “¿atractiva circunstancia?”.

Anota en su cuaderno: rencor, posible misoginia.

Observa las manos de su paciente y comprueba con horror que sus dedos carecen de uñas y parecen cinco porras dactilares.

Anota en el cuaderno: Inseguridad o ¿dieta alimenticia alternativa?

—     Adelante, pregúntame —le anima para ganarse su confianza. Evidentemente ella no va a permitir que el paciente dirija la entrevista y haga las preguntas, claro está, y menos a un machista como éste.

—     ¿Cómo sabe un hombre a ciencia cierta que gusta a una mujer, es decir, que ella está “receptiva”?

—     ¿Me tomas el pelo? —pregunta enarcando las cejas en señal de sorpresa.

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⏰ Last updated: Dec 05, 2013 ⏰

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