1.5

152 12 3
                                    

De inmediato se oyó un rumor de asombro en el Salón. Malcom no supo si prefería eso o el silencio que se producía anteriormente. En ese momento comprendió que para algunas situaciones simplemene no existe una respuesta adecuada. Malcom buscó la cara de su madre, quien se había puesto pálida y miró devuelta a su hijo con una mirada de preocupación que le pesó más que haberse echado el Salón completo al hombro, con gente incluída. El rumor calló y Malcom esperó a oír las palabras de su madre, pero éste no fue capaz de articular palabra. Lo miembros del consejo se miraron entre sí, tratando de adivinar sus pensamientos sin hablar, pues romper un silencio como ése requería casi tanto valor como la que Malcom había demostrado. Un silencio tan impenetrable como un muro de ladrillos. Finalmente un miembro del consejo habló, con el sólo propósito de reinicar el consejo.

- Bueno, - dijo Mikas visiblemente emocionado – ciertamente el joven reúne las condiciones físicas.

- He excursionado lejos de Rhor muchas veces y durante días, – confirmó Malcom – durmiendo bajo las estrellas.

- Y siempre has vuelto – apuntó Balzar conteniéndose por tener que apoyar una misión suicida.

- Y nadie dudaría de su credibilidad. – complementó Bor – Ningún mandatario sacrificaría su primogénito por un ataque a un pueblo vecino.

- Y no podemos correr riesgos en esta materia, - indicó Simón – hay demasiado en juego.

Los argumentos eran contundentes, realmente no hacía falta oír más para darse cuenta que su Matriarca no tenía otra opción. Se veía obligada a recurrir a la única carta que le quedaba: enviar su único heredero los pueblos vecinos para pedir ayuda en persona. Sabía que si enviaba su mensaje con otra persona, éste sería puesto en duda. De modo que, por amor a su pueblo, y para su salvación, debía arrojar a su hijo, a la incertidumbre que reinaba fuera de la ciudadela, a las praderas infestadas de Bestias con a sus dientes hambrientos, llevando una súplica de ayuda como bastón.

Cada persona dentro del Salón, observó a su líder esperando su reacción y pudo ver sus labios apretándose en un esfuerzo por evitar que la palabra "no" se le escapase de su boca. De pronto posó su mano su boca y miró hacia el suelo, como lo hacía siempre que meditaba profuntamente sobre cualquier materia. Levemente, casi imperceptiblemente, asintió con la cabeza. Levantó la vista, mirando hacia su hijo, quien le pareció que sólo ayer corría hacia sus brazos cuando la veía llegar a casa, reunió toda su fuerza de voluntad y pronunció tres palabras, pues más no podía.

- Que así sea.


ENTRE BESTIAS - Parte I -  Hijo del Bermellón [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora