Siempre supe que Ángel tenía madera de motivador. En aquella ocasión, sólo necesitó de una frase para convencernos que la idea de que cuatro personas en una misma bicicleta bajaran a toda velocidad la colina, no era del todo descabellada. - Del suelo no pasamos mijo, no se ahueve.Entusiasmados por la profundidad de su afirmación procedimos al complejo método de elección de lugares, el clásico piedra papel o tijera.
Supongo que ese año había gastado mi cuota de suerte en encontrar la estampa que faltaba en mi álbum, porque de primas a primeras fui designado al asiento que todos queríamos evitar, el metal entre el timón y el sillón. - Bueno muchá, huevudos pues. Respiré profundo, me acomodé, baje la mirada, vi el objetivo y en ese momento supe que lo alcanzaríamos ya sea montados en la bicicleta o rodando.
No recuerdo exactamente el momento en que el timón empezó a tambalear, aunque ellos me aseguran que fui el primero en notarlo. Tampoco recuerdo haber escuchado a la señora gritando desde la puerta de la casa aunque después la vimos de cerca con escoba y voz en aire. Lo único que recuerdo fue que cuando la bicicleta despegó del suelo, cerré los ojos apreté los dientes y esperé que las vueltas terminaran. Cuando abrí los ojos vi al cielo, a la colina y al trío de pendejos con cara de enema reciente y fue fue allí cuando supe que sería una experiencia que recordaríamos de por vida. Con dos ruedas y un camino, éramos más que felices porque en esa época medíamos el éxito por las lágrimas que derramábamos al reír. La bicicleta era uno más del grupo, de hecho, es quien mejor memoria tiene de las veces en que juntos llegamos al éxito. La colina sigue allí y la bicicleta aún existe, nosotros fuimos los que cambiamos. Ahora nos queda sólo el recuerdo, porque los éxitos se los llevó la bicicleta.