Adriana

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Hola amor:

Imagino que a estas horas estás llegando del trabajo y, como siempre, botaste tu bolsa sobre la mesa, tu saco sobre la primera silla que encontraste y los zapatos salieron volando por toda la sala ¿volviste a tirar la lámpara de la esquinera? Me imagino que sí.

Es curioso cómo puedo visualizar cada minuto de tu rutina diaria, desde que te lavas los dientes en la mañana hasta el momento en que, antes de dormir, te pones alguna de mis camisetas nuevas de pijama ignorando todas mis protestas al respecto; sin embargo, lo que no puedo visualizar, sin importar cuánto lo intente, es el futuro, un futuro juntos, ese futuro que tienes planeado hasta los últimos detalles, desde dónde va a dormir el perro que todavía no tenemos en la casa que todavía no compramos hasta cómo decorar las habitaciones de los niños que todavía no concebimos.

Lo siento, corazón, en verdad no puedo hacerlo, por más que lo intento, por más que me esfuerzo, las imágenes simplemente no surgen en mi mente. En cambio, lo que sí se ha ido gestando, lo que sí ha ido asomando su horrenda cabeza desde las profundidades de mi consciencia ha sido este sentimiento de desesperación, esta sensación de asfixia, de sofocamiento que ya no pude soportar un segundo más.

Nena, en verdad lo lamento, lamento tanto lo que tengo que decirte y, más aún, lo que tengo que hacer. En verdad no quiero seguir esta decisión hasta el final, pero siento que si no lo hago ambos nos arrepentiremos por mucho mucho tiempo.

No fue una decisión fácil de tomar, fueron muchos meses de meditación, de tratar de calcular las infinitas posibilidades del futuro, de un futuro juntos; días y noches de sopesar los pros y los contras de lo que tenemos, de lo que somos; horas y horas en el trabajo o atorado en el tráfico tratando de adivinar las consecuencias de lo que tenía que hacer, de lo que ahora ya hice, de lo que no sé si querría deshacer aun cuando supiera cómo deshacerlo.

Por una parte estás tú y todos nuestros recuerdos, todo lo que compartimos en los últimos dos años; todos esos días escuchándote reír, escuchándote cantar esas tontas baladas en inglés cuya letra ni siquiera entendías, pero que alegremente destrozabas con ese desastre de voz que tienes; todas esas noches sintiéndote robarme las sábanas y las cobijas en las noches más frías del año, viéndote dormir y tratando de adivinar tus sueños, tus esperanzas, tus razones para amarme.

Pero por otra está la profunda ansiedad que, sin darme cuenta, fue apoderándose de mi mente y de mi alma, esta especie de claustrofobia emocional que poco a poco fue cerrando el mundo a mi alrededor, convirtiéndolo en una cárcel que me roba la respiración, que me roba el sueño, que me roba las ideas, que me roba incluso las ganas de ser feliz.

Es algo tan difícil de explicar. Nadie me persigue. No huyo de nada. Pero tampoco busco nada. Nadie me llama. Nada me espera. No tengo a dónde ir y aun así tengo que hacerlo, aun así tengo que irme, aun así tengo que desgarrarme el corazón alejándome de ti, alejándome de todo lo que fue... de todo lo que es... de todo lo que pudo ser.

Tal vez no lo creas o tal vez no lo parezca... pero duele, en verdad duele tener que hacerlo, tener que romperte el corazón de esta manera tan vil, tan artera, pero no sé qué más hacer. Irme es vil y traicionero. Quedarme en este estado es lo peor que podría hacerte.

Marcharme arrancándote el alma de una mordida o quedarme y dejar que el amor y la felicidad se marchiten hasta convertirnos a ambos en cascarones vacíos, en pálidas imitaciones de lo que un día fuimos. Ése es mi dilema. Ésa es mi encrucijada.

Y tienes razón, no es justo. No es justo lo que hice, es totalmente injusto que haya tomado esta decisión por los dos, pero ya lo hice. Déjame hacerlo, déjame ser el villano, déjame ser el cobarde que se marcha.

Sé que vas a odiarme, sé que ya me odias desde este mismo instante, pero también sé que algún día volverás a ser feliz, más feliz de lo que fuiste conmigo, más feliz de lo que jamás soñaste ser y sé que todos tus sueños se harán realidad: una casita en un barrio tranquilo, tres hijos -una niña y dos niños-, dos gatos, un perro y un esposo que te ame más que a nadie en el mundo.

Lo sé porque te lo mereces. Lo sé porque así es y así será.

Adiós mi amor, adiós mi Adriana.

Te ama:

Allan.

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