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Todos los presentes se dirigieron al Salón del Silencio. La razón por la cual dicha construcción era de piedra a diferencia de las demás que eran de madera, radicaba en su carácter estratégico. Ante un ataque, el gran salón permitiría mantener algún grado de defensa mientras, quienes podían hacerlo, huían por su pasadizo secreto.

Si, por el contrario, un enemigo llegaba a descubrir el túnel hacia el corazón de Rhor, los explosivos dispuestos en sus bases convertirían la estructura del salón en un sello impenetrable. Robin pensaba usar esto último como parte del plan. Una vez que Malcom saliera de Rhor, debía alertarles con una señal de humo y ellos volarían el salón, sellando el único punto débil en su defensa. Luego de eso, él quedaría irremediablemente afuera y ellos quedarían encerrados esperando la ayuda. A partir de ése momento, la única salida sería la victoria. Todo sería ganar o morir.

Robin abrió las pesadas puertas de madera del salón de par en par y se mantuvo en la entrada por un momento. Los ciudadanos de Rhor detrás de él se miraron rápidamente y decidieron permanecer afuera, y esperar. Todos sabían que ésos serían los últimos momentos de su Matriarca con su hijo, ya que inclusive si volvía de su desesperada misión, nunca más sería el mismo, nunca más sería un niño.

AI Salón sólo entraron cuatro: Malcom, David el abuelo de Malcom, la Matriarca y su antiguo amigo y consejero Jim Blackrock, quien llevaba un balde con sangre de Bestia

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AI Salón sólo entraron cuatro: Malcom, David el abuelo de Malcom, la Matriarca y su antiguo amigo y consejero Jim Blackrock, quien llevaba un balde con sangre de Bestia. Jim era un hombre corpulento de ojos profundos, no tan alto como Robin, de pelo y barba rojiza, había sido como un segundo padre para Malcom. Siempre disponible a escuchar, siempre dispuesto a hacerse un tiempo para aconsejar. Él podía hacerle casi cualquier pregunta sin miedo a ser juzgado. Casi cualquier pregunta, porque no quería preguntar demasiado sobre su hija Anna, quien era el primer y único amor de Malcom. En realidad, se llamaba Anastassia, pero a ella no le gustaba para nada, le parecía demasiado presuntuoso. Su madre la había bautizado así en honor a su abuela. Él la conocía desde muy pequeño, y sabiendo del disgusto por su nombre le llamaba Anna, a secas. No lo sabía, pero Jim los observaba juntos hace tiempo y le hubiese gustado mucho que ambos, Malcom y Anna, rompiesen el silencio y se dijesen lo que ambos sentían. Pero ya no era el momento, sería algo que Jim le diría cuando volviese.

Los cuatro caminaron lentamente por el centro del salón, como cuando uno hace algo que no quiere hacer, hasta pasar levemente su centro exacto. La Matriarca hizo un gesto con la mano y Jim dejó su balde en el suelo para ayudarlo a mover la alfombra que cubría el último tercio del suelo de la nave central. Debajo de la alfombra se encontraba una puerta de acero. Robin, David y Jim tuvieron que levantar la puerta entre todos. Las bisagras resonaron quejumbrosas, como si no quisieran trabajar ese día. Una bocanada de aire frío y húmedo subió hasta los tres hombres que rodeaban la escotilla. Robin bajó cuidadosamente un bolso hacia el piso del túnel. Jim se volteó hacia su ahijado. Tocó su hombro con una de sus enormes manos, sonrió sutilmente e inclinó su cabeza ligeramente ante él. Luego, hizo una reverencia hacia el hombre que arriesgaba a su hijo por su pueblo y salió del Salón.

Luego, David, haciendo un esfuerzo capaz de levantar una montaña, tomó la cabeza de su nieto con ambas manos, le sonrió y le besó la frente con ternura. No quiso pronunciar una sola palabra por miedo a quebrarse en el momento en que su nieto necesitaba le infundiesen valor. Sin embargo, sabiendo eso probablemente le iba a suceder, él lo había llamado a sus aposentos la noche anterior para despedirse en circunstancias ligeramente menos incómodas. David, usando toda la fortaleza que tenía en su ser, procuró que ésa reunión fuese un momento feliz en lugar de uno triste. Aunque las palabras exactas de lo que ambos conversaron esa noche permanecerían como un secreto compartido sólo para ellos dos, recordaron anécdotas, rieron y se abrazaron. A Malcom le agradó incluso cuando su se permitió a sí mismo abrazarlo, como cuando era un niño pequeño, y observarlo con ojos llenos de orgullo. Algo que comúnmente le causaba un extraño rechazo difícil de explicar, pues le parecía que su familia nunca terminaba de entender que él ya no era un niño. Pero ésa vez, finalmente lo entendió. En el Salón Malcom abrazaba al abuelo que llevaba el corazón más triste de Rhor, quien se dio la vuelta y salió del salón, con ojos vidriosos que miraban hacia el suelo.

Madre e hijo quedaron solos. Los dos se miraron durante un largo rato, sin decir una palabra pero comunicándose. Breves instantes que parecieron una vida. Ambos estaban en un lugar donde las palabras no servían. Sabían exactamente lo que ocurría dentro del otro, y sabían que las palabras no podían describir lo que sentían. Sonrieron en complicidad y se abrazaron. Afuera del Salón ni siquiera el viento se atrevió a emitir un ruido. Ambos se separaron. Malcom sintió algo desgarrar un pedacito de su espíritu en el momento que se dejaron de tocar. Esperaba que ése pedacito se quedase con su madre. El corazón de Malcom galopaba como un caballo desbocado. Deseaba tener un poco más de tiempo, prepararse más, aunque sabía que con todo el tiempo del mundo estaría igual de preparado. Deseaba un minuto más con su madre. Se calló su miedo, tomó sus nervios y los puso en un lugar alejado de su mente, bajo llave, porque sabía que en ése momento no le servían. Se ocuparía de ellos más adelante, ojalá demorasen en escapar de su celda.

La Matriarca se volteó para recoger uno de los baldes. Malcom miró hacia la muchedumbre que esperaba fuera del salón y cada uno de ellos inclinó su cabeza en señal de respeto. Entre ellos se encontraba Scott, su mejor y más antiguo amigo. Scott inclinó su cabeza levemente pero sin despegar la vista de él. Sus manos juntaban palmas y dedos en un gesto que significaba que él rezaba al Espíritu Supremo por Malcom y su bienestar. Anna se limitó a mirarlo con ojos vidriosos y los labios apretados. No se necesitaba más que eso para que él entendiese el mensaje. Malcom agradeció asintiendo y guiñando un ojo, en una expresión de confianza que tranquilizara a Anna, y se volteó hacia su madre, quien levantó el balde, giró y observó a su hijo directo a los ojos.

- Hijo, - dijo un madre con el corazón roto - tómate tu tiempo allá afuera. No corras riesgos innecesarios por nosotros, estaremos bien. Tenemos agua y comida para algunas semanas. Sigue de acuerdo al plan, y procura volver sano y salvo.

- Lo haré madre - afirmó el joven a punto de ser bautizado.

Inclinó su cabeza y la Matriarca levantó lentamente el balde sobre la cabeza de su hijo, como si le pesase tanto que apenas era capaz de levantarlo. Haciendo un esfuerzo sobre humano para que no le temblasen las manos, lo inclinó y procedió a verter la sangre de Bestia sobre su hijo. Luego le facilitó un paño para que se limpiase la cara. Malcom se limpió los ojos y la boca y miró a su madre.

- Volveré con ayuda, madre - le dijo con total seguridad - lo prometo.

- Lo sé hijo, – asintió Robin, también guiñando un ojo – nunca lo he dudado.

Malcom se lanzó hacia la oscuridad y la muchedumbre ahogó un grito al verlo desaparecer.

ENTRE BESTIAS - Parte I -  Hijo del Bermellón [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora