Hay ciertos temas de interés absorbente, pero demasiado horribles para ser objeto de una obra de ficción. El buen escritor romántico debe evitarlos si no quiere ofender o ser desagradable. Sólo se tratan con propiedad cuando lo grave y majestuoso de la verdad los santifican y sostienen. Nos estremece- mos, por ejemplo, con el más intenso «dolor agra- dable» ante los relatos del paso del Beresina, del terremoto de Lisboa, de la peste de Londres y de la matanza de San Bartolomé o de la muerte por asfi- xia de los ciento veintitrés prisioneros en el Agujero Negro de Calcuta. Pero en estos relatos lo excitante es el hecho, la realidad, la historia. Como ficciones, nos parecerían sencillamente abominables.
He mencionado algunas de las más destacadas y augustas calamidades que registra la historia, pero