Así como amanece el día para el mendigo que vaga porlas calles en la larga y desolada noche de invierno, sin amigos ni casa, asílenta, cansada, alegre volvía a mí la luz del alma. Pero, aparte de estatendencia al síncope, mi salud general parecía buena, y no hubiera podidopercibir que sufría esta enfermedad, a no ser que una peculiaridad de mi sueñopudiera considerarse provocada por ella. Al despertarme, nunca podía recobraren seguida el uso completo de mis facultades, y permanecía siempre durantelargo rato en un estado de azoramiento y perplejidad, ya que las facultadesmentales en general y la memoria en particular se encontraban en absolutasuspensión.