A terapia...

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Fui al terapeuta, pero no porque creyera que lo necesitaba. Pedí una hora con la Pelirroja, tenía que estar seguro de lo que le pasaba a Pía. Era la única forma de cerrar el círculo, cerrar el plan. Y, por qué no, tal vez ella me podía ayudar a mí. Cuando entré a la consulta, ella se sorprendió al verme. Debe haber creído que era un psicópata obsesionado con ella. Se veía muy bien, su traje escotado y ajustado la hacían ver más deseable de lo que era, también ayudada por el entorno. Tuve que contarle todo mi problema, mis dudas, que estaba preocupado por Pía. Me miró fijo:

- ¿Sólo eso?

Le sonreí y le desvié la mirada. Y ella, faltando a su ética profesional, me contó que Pía no estaba bien después de su matrimonio, que cuando me conoció, se empezó a sentir mejor y dejó de tomar los medicamentos. Ese fue su error y el mío, me sentí culpable por no entenderla, por no apoyarla, pero tampoco tenía cómo saberlo. La Pelirroja insistió que no era mi culpa, que tenía que dejar las culpas de lado si quería ser feliz.

- Gracias por el consejo.

- No me des las gracias, pagaste por la consulta.

- Pagué para saber de la Pía.

- Deja de preocuparte tanto por los demás y preocúpate por ti.

- ¿Ése fue gratis?

- No, ése te va a costar.

Se paró y fue hacia la puerta. Le puso seguro:

- Todavía te quedan veinte minutos de consulta.

Y se soltó el pelo. Yo me paré, y me acerqué a ella. La tenía frente a mí, su cuerpo, su piel estaba al alcance de mis manos como siempre lo había soñado. Nos empezamos a besar con pasión. Luego a desvestirnos y a divertirnos. Siempre me ha gustado ese juego de palabras, desvestirse, divertirse. Nos fuimos al sillón que había en la consulta y le confesé que estaba cumpliendo una fantasía.

- ¿Hacerlo en el diván de un siquiatra?

- No, hacerlo con una pelirroja con ese cuerpo.

Cuando le quité el calzón, quedé obnubilado, tanto que ella se dio cuenta.

- ¿Nunca habías visto una?

- No de ese color.

Tenía que verla, la senté en mí y con mis piernas apoyé su espalda. A ratos me levantaba el mentón para que también la mirara a ella. Me confesó que le pareció muy divertido cumplir mi fantasía sin saberlo. Le pregunté si podía ayudarla en alguna. Me dijo que la del diván la había hecho con un profesor de su universidad. Se puso pensativa; que lindas se ven las mujeres cuando están pensando, recordando, imaginando. Y no lo digo, ante cualquier suspicacia, porque me guste que estén calladas, siempre he creído que ellas son mucho más expresivas que nosotros:

- Hagamos un trío con la Pía.

Obviamente me lo dijo en broma. Pero me gustó que ella supiera reírse de si misma, de sus pacientes y de todos. Después me dijo que si tenía otra fantasía, me iba a llamar. Uno debe estar muy bien consigo mismo como para tener ese sentido del humor, y tiene que sentirse en confianza. Tal vez ella no tenga esos conflictos, y si los tenía los erradicó. Cuando la fui a besar para despedirme, me dijo que aún me quedaban cinco minutos.

- No creo que pueda.

Y me demostró que sí podía. Cuando salí de la consulta una señora neurótica esperaba enojada su turno. Me fui pensando que había vivido uno de esos momentos que al final de tu vida se recuerdan como parte de los buenos. Esos momentos en que sientes que el mundo se detiene y a la larga se convierten en un tiempo que recuperas al final.

El Amor en tiempos del "Like"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora