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    Llegó una época— como me había ocurrido antes amenudo— en que me encontré emergiendo de un estado de total inconsciencia a laprimera sensación débil e indefinida de la existencia. Lentamente, con paso detortuga, se acercaba el pálido amanecer gris del día psíquico. Un desasosiegoaletargado. Una sensación apática de sordo dolor. Ninguna preocupación, ningunaesperanza, ningún esfuerzo. Entonces, después de un largo intervalo, un zumbidoen los oídos. Luego, tras un lapso de tiempo más largo, una sensación dehormigueo o comezón en las extremidades; después, un período aparentementeeterno de placentera quietud, durante el cual las sensaciones que se despiertanluchan por transformarse en pensamientos; más tarde, otra corta zambullida enla nada; luego, un súbito restablecimiento. Al fin, el ligero estremecerse deun párpado; e inmediatamente después, un choque eléctrico de terror, mortal eindefinido, que envía la sangre a torrentes desde las sienes al corazón. Yentonces, el primer esfuerzo por pensar.

El entierro prematuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora