Cuando este horrible convencimiento se abrió paso con fuerza hasta lo más íntimo de mi alma, luché una vez más por gritar. Y este segundo intento tuvo éxito. Un largo, salvaje y continuo grito o alarido de agonía resonó en los recintos de la noche subterránea.
—Oye, oye, ¿qué es eso?— dijo una áspera voz, como respuesta.
—¿Qué diablos pasa ahora?— dijo un segundo..
—¡Fuera de ahí!— dijo un tercero.
—¿Por qué aúlla de esa manera, como un gato montés?— dijo un cuarto.
Y entonces unos individuos de aspecto rudo me sujetaron y me sacudieron sin ninguna consideración. No me despertaron del sueño, pues estaba completamente despierto cuando grité, pero me devolvieron la plena posesión de mi memoria.