Esta aventura ocurrió cerca de Richmond, en Virginia.Acompañado de un amigo, había bajado, en una expedición de caza, unas millaspor las orillas del río James. Se acercaba la noche cuando nos sorprendió unatormenta. La cabina de una pequeña chalupa anclada en la corriente y cargada detierra vegetal nos ofreció el único refugio asequible. Le sacamos el mayorprovecho posible y pasamos la noche a bordo. Me dormí en una de las dosliteras; no hace falta describir las literas de una chalupa de sesenta osetenta toneladas. La que yo ocupaba no tenía ropa de cama. Tenía una anchurade dieciocho pulgadas. La distancia entre el fondo y la cubierta eraexactamente la misma. Me resultó muy difícil meterme en ella. Sin embargo,dormí profundamente, y toda mi visión— pues no era ni un sueño ni unapesadilla— surgió naturalmente de las circunstancias de mi postura, de latendencia habitual de mis pensamientos, y de la dificultad, que ya hemencionado, de concentrar mis sentidos y sobre todo de recobrar la memoriadurante largo rato después de despertarme. Los hombres que me sacudieron eranlos tripulantes de la chalupa y algunos jornaleros contratados paradescargarla. De la misma carga procedía el olor a tierra. La venda en torno alas mandíbulas era un pañuelo de seda con el que me había atado la cabeza, afalta de gorro de dormir.