Capítulo XVII

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IMPORTANTE: lean la nota de autor al final del capitulo. Es larga pero tiene cosas importantes que necesito que vean y me den su opinión.

Ahora sí, lean y disfruten.

Guillermo entró a la sala de quirófanos, temblando de pies a cabeza, sintiendo como su cuerpo se aflojaba más y más. La primera imagen que tuvo al pasar completamente aquella puerta fue la de su amiga tendida boca arriba sobre una camilla simple, con un monitoreo cardiaco a su lado, varias telas azules cubriendo todo su cuerpo menos una parte de su panza y su cara, y en esta, una gran boquilla insertada por su boca para facilitarle la respiración, muchos médicos y enfermeros a su alrededor, aparentemente tratando de mantenerla estable, pero con pocos resultados. Todo lo que recorrió su cuerpo en aquel momento fue angustia, dolor, miedo. Todo lo que sintió fue un desasosiego abrasador, quemándole la garganta y bajando lenta y tortuosamente por su pecho. Quiso quebrarse en aquel instante, pero se mantuvo en pie por ella, por ella y por el hijo que estaba trayendo al mundo. Unas pocas lágrimas cayeron por sus ojos, las cuales limpió con la parte de su antebrazo que estaba cubierta por su sudadera. Le hacía mal estar así tanto a él como a su pequeño bebito, el que poco menos había olvidado que crecía dentro suyo. Se armó de valor como pudo, sacándolo de donde sea que lo tuviera y caminó, tratando de no fallar o caerse.

- ¿Usted es el acompañante? - preguntó el mismo médico joven, dejando relucir unos bellos ojos azules, con un brillo de preocupación y una expresión de prisa, así como una sonrisa de dientes blancos que trataba de ocultar el mal pasar y la tensión de la situación. Si la situación fuera distinta, el embarazado se hubiera fijado en el medico con ojos libidinosos. Guillermo solo respondió a la pregunta con un asentimiento, negándose a sí mismo a pronunciar palabra alguna. Sabía que sí lo hacía se quebraría en ese mismo instante.

- Póngase esto. - una enfermera le extendió una gran túnica del mismo tono de azul que todo lo que revestía la gran habitación. Se volteó para que la enfermera lo ajustara en su espalda, apretando bastante a su pancita. No podía evitar el nerviosismo que en su cuerpo solo acrecentaba. Temblaba mucho, a pesar de que tratara de mantenerse tranquilo. - Debe quedarse tranquilo. El bebé va a estar bien, ¿Usted es su padre, ¿no? - Guillermo negó, pero después se contradijo.

- N-no... S-sí. - tartamudeó. - Voy a adoptarlo con mi pareja. - trató de decirlo en forma segura pero no obtuvo ningún resultado.

- Felicidades entonces. Sabe... después debería hacerse ver... Ese tipo de hinchazón no es normal. - recomendó la chica rubia, viendo indiscretamente y con intriga el abdomen abultado de Guillermo. El joven rio nervioso y luego negó antes de responder.

- N-no. - tartamudeó. - Lo que tengo ahí dentro tiene nombre y apellido. - dijo con bastante orgullo y acariciando su abdomen con cuidado. - Zeus de Luque Díaz. - aclaró el nombre de la criatura con una mueca que quiso ser una sonrisa pero que no llegó a serlo. La chica quedo estupefacta pero no mencionó más nada sobre el tema, simplemente ignoró la extrañeza que le producía ver a un chico embarazado. Comenzó a arrimarse despacio a donde la operación estaba por ser ejecutada.

- Yodofón. - pidió el médico al instrumentista, quien apoyó en la mano del doctor, enfundada por un guante de látex, una pinza con un algodón en su punta, empapado en el líquido color café. Esparció con cuidado el antiséptico por toda la superficie del abdomen, y luego dejó el algodón usado en una bandeja aparte.

- Vas a estar bien, amiga. - pudo decir, acariciando con suavidad su frente apenas descubierta.

- Bisturí. - se oyó nuevamente la voz del médico y Guillermo se acercó más, tomando con cautela la mano inconsciente de su amiga. - Tijeras. - el licenciado de ojos claros había hecho una incisión de no más de quince centímetros, la cual estaba agrandando un poco con las tijeras. Guillermo trató de no vomitar o desmayarse y a duras penas lo consiguió, pero con un malestar abrasador encima. - Pinzas. - dijo luego y dos pinzas enormes fueron entregadas en sus manos, las cuales colocó a los lados del corte, y las cuales separó bastante luego. Hizo que un asistente aspirara con una máquina la sangre que salía a borbotones por los lados, y prosiguió con el asqueroso procedimiento. Guillermo sentía como se iba cada vez sintiendo más y más débil, más vulnerable, y lo único que le hacía mantenerse ahí, y no perder la consciencia era ese incesante pitido que, aunque no quisiera admitirlo, sabía que cada vez iba más y más lento. Trató de volver a la realidad, y su primera imagen al hacerlo fue como el médico metió con cuidado sus manos enfundadas en látex dentro del vientre de Amanda, como buscando algo, pero tuvo que pedir nuevamente las tijeras al darse cuenta de que aún faltaba una capa de músculo por cortar. Lo hizo con cuidado, ocupando más un bisturí y haciendo la incisión más profunda, haciendo por ende que saliera más sangre. Volvió a meter sus manos dentro del corte y encontró algo bastante redondeado, grande. Había veces que salía antes la placenta que el feto en las cesáreas, pero este no era el caso. Tomó el bulto con bastante cuidado y jaló hacia afuera con delicadeza, manteniendo el trato cuidadoso. Era Bruno, y él, muy campante venia de cola. Guillermo sintió algunas lágrimas correr por su rostro al ver a su pequeño nacer, y estas eran a pesar de todo de felicidad. Una sensación de paz lo invadió por un segundo, haciéndole creer al menos inconscientemente que estaba todo bien. Era su orgullo, era la nueva vida de la que estaba encargado. Terminó de salir el pequeño, emergiendo al mundo de una forma mágica, que sería a grandes rasgos difícil de olvidar. Aguardaron el sonido de Bruno al respirar, con evidente ansia y entusiasmo, pero el esperado llanto no llego. Ni siquiera un solo ruido. Bruno fue apoyado sobre el vientre ahora plano de la joven que en la camilla yacía, con prisa, y ahí mismo se le practicaron los procedimientos de rutina, habilitando el paso de aire a sus nuevos y sanos pulmones, pero no lloró. Su piel estaba ligeramente amoratada, solo se movía en pequeños espasmos. Algo andaba mal, realmente mal.

Historia de Vida - Wigetta MPREGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora