El teléfono no paraba de sonar en medio de la noche, era un ruido estridente e insoportable, como un rayo que partía mi cabeza en dos, quizás ese dolor fuera provocado por el cansancio de la vida de un detective, que había ido acumulando hasta su primer día libre, el cual era hoy, o simplemente la resaca que tenía de haber bebido tanto horas atrás, no es fácil llevar un trabajo como el mío sin caer en el alcohol, aunque solo sea una vez por semana, como es mi caso. Al cerciorarme de que las continuas llamadas no desistían, y que toda la habitación empezaba a darme vueltas, decidí coger el teléfono y acabar con este calvario que consumía poco a poco mi cordura. Al otro lado de la línea conseguí escudriñar una voz, dulce aunque tremendamente asustada y nerviosa, que me decía:
-¿Es usted el señor Humphton, el detective?-Formuló entrecortada, no sé si por el nerviosismo que presentaba o quizás por una mala cobertura.
-El mismo, señora…- Declaré con voz ronca y desaliñada.
-Precisamos de su ayuda, detective.- Expuso, más calmada.
-¿Es urgente? Estoy en mi día libre, ¿no puede esperar hasta mañana?- Dije esperando que me dejasen descansar al fin.
-No, no podemos esperar detective.-La voz de la mujer, que aparentaba que tenía ya más de cuarenta años se aceleró bruscamente.- Mi marido, el señor Anderson, importante figura del gobierno, ha sido asesinado, y creemos que el asesino aún sigue en la casa…-Aquella voz, más débil a cada segundo, me hizo levantarme de la cama.
-No quiero parecer grosero, pero… ¿No se puede encargar la policía de esto? A personas tan significativas como ustedes son a los que mejor atienden.- Manifesté cuidadosamente.
-Me aflige tener que molestarle, pero la policía se ha negado a entrar en la casa, dicen que entre las paredes de esta mansión se oculta una terrible maldición, pero yo creo que son simples habladurías sin sentido.-La mujer calló, nerviosa, esperando mi respuesta.
Las palabras de aquella señora, tan apesadumbrada por la muerte de su marido, me hicieron cambiar de opinión, y optar por ayudar a aquella mujer recientemente viuda, con el cadáver de su marido aun en su casa, ya que las incompetentes y supersticiosas autoridades no se atrevían a entrar en dicho lugar. Aunque no debo quejarme, eso es lo que me daba a mí un sueldo a fin de mes.-Si no hay más remedio partiré para allá en cuanto me sea posible, por favor, dígame su dirección.
-Es el número nueve de Lime Street, es una casa de campo, pensamos que aquí estaríamos más tranquilos, pregunte por Abbie, le permitirán pasar.- Dijo la mujer, quizás más aliviada tras saber que alguien iba a socorrerla.
Cogí mi gabardina y mi sombrero y salí a la calle. Era una noche fría y lluviosa, la típica noche de Londres en mil novecientos sesenta y tres, hice un gesto con mi mano, y un taxi se paró frente a mí, iba a ser una noche larga.