Capítulo 7: El despertar

64 1 0
                                    

Inicio del Bloque 2


Los rayos de Sol le iluminaron la cara, despertándola. Amanecía otra vez. Los lobos estaban gruñéndole debajo del árbol, intentando trepar por él y mordiendo, sin éxito. Sin duda parecía que estaban esperando a que se cayera de la rama del árbol para poder comérsela. Por desgracia para ellos, ya estaba acostumbrada a que le persiguieran los animales salvajes. Llevaba ya muchos años sobreviviendo a la naturaleza como para que un grupo de lobos le supusiera un peligro. De hecho, ya se los había encontrado alguna vez.

Fue despertándose poco a poco, dispuesta a sobrevivir otro día más en ese verde bosque, a las afueras de Longleaf. Hizo caso omiso a los lobos, y saltó de rama en rama a una gran velocidad y con una gran agilidad hasta perderlos de vista. En frente, a unos 100 metros pudo ver un ciervo comiendo. La verdad es que tenía mucha hambre; hacía días que no tenía la oportunidad de comer algo tan apetitoso. Apuntó sin hacer ruido, pues lo que había aprendido durante este tiempo era que los animales eran muy susceptibles al ruido, y si quería seguir con vida, tenía que perfeccionar sus cinco sentidos, sin ser detectada y no fallar ningún disparo con el arco, pues un error suponía no poder atrapar a la presa y quedarse sin comer.

El disparo acertó en el lado izquierdo del ciervo, que cayó al suelo moribundo y lamentándose. Ella se acercó rápidamente y, en cuestión de segundos ya había alcanzado a la presa para rematarla con su daga. Le rajó la barriga y puso sus manos dentro para devorar al ciervo. El olor a sangre fresca hizo llamar la atención de los lobos de antes. Eran cuatro.

Se percató de los animales, que se encontraban esparcidos y preparados para saltarle encima. Ella, con la boca cubierta en sangre y las tripas en las manos, les gruñó con una cara asesina que hizo alertar a los lobos. El grito inentendible que hizo ella enseñando sus dientes fue suficiente aterrador como para hacer que los lobos se fueran con la cola entre las patas. Una vez ahuyentados los competidores de ese ciervo, prosiguió con su desayuno que, había sido interrumpido.

Diez eran los años que habían transcurrido desde que perdió a su familia. Sin embargo ella ya no recordaba nada. Ese trauma le marcó de por vida, haciendo que desapareciera su racionalidad para convertirse en lo que actualmente era, otro animal salvaje más que habitaba en ese solitario bosque. No se limpiaba, su higiene era lo que menos le preocupaba. No se socializaba, no hablaba. De hecho es incluso posible que se olvidara.

Una vez se topó con una patrulla de elfas que seguramente iban a cazar. Quiso esconderse de esos seres diferentes a ella, eran amenazas para su existencia, de seguro que querrían llevársela al pueblo. Sin embargo no se escondió a tiempo, una de ellas la reconoció y le gritó. Ella empezó a correr y fue perseguida por la patrulla que, reclamaban su retorno en Longleaf. Como era de suponer, la alcanzaron a unos pocos metros. La reacción no fue otra que morderle el brazo con el que le había puesto al hombro para que se detuviera, seguido de un gruñido como si de un perro rabioso se tratase. La mordida le hizo sangre a la chica que, rápidamente se distanció y la miró con una cara que lo decía todo: "Ha perdido su razón de ser". Las otras chicas también se asustaron y se fueron de aquél lugar. Fue la última vez que se encontró con más gente de su especie. De todo eso ya hace cuatro años.

. . .

Ese mismo día pudo ver como un grupo de elfas que volvían hacia Longleaf pasaban cerca de donde se encontraba. Sin embargo, esta vez sí que pudo camuflarse y, aunque no socializara con ellas, prestó atención a lo que hablaban. El tema de conversación era sobre un hombre poderoso y peligroso que nadie había conseguido ver su rostro, que aparecía durante unos días cada año sobre las mismas fechas en una ciudad, Heidel.

Escuchar tales palabras le provocó un dolor inmenso de cabeza. Tal fue así que se le escapó un grito de dolor mientras se agarraba la cara, como si su cabeza estuviera a punto de estallar. Las elfas pudieron escuchar el grito venir entre los arbustos. Se acercaron rápidamente con el arco y las flechas preparadas por si se daba una situación de emergencia. No encontraron rastro de nadie. Se había podido escabullir y esconderse tras unas rocas. No entendía cómo le había ocurrido ese dolor de cabeza tan repentinamente.

Se hizo de noche, y el dolor de cabeza cesaba. Se sentía agotada y necesitaba descansar como nunca. Como de costumbre, trepó fácilmente un árbol que tuviera buena visibilidad y estuviera en una altura decente como para que ningún lobo pudiera treparlo, y se dispuso a dormir. Los ojos se cerraban lentamente, hasta entrar en un sueño profundo.

"¡Márchate! ¡No debes morir, Seyka! ... Zehahahahahaha, ¡elimínala primero a ella, Kebra, es ella quien me preocupa de verdad! ... Debes concentrarte y respirar hondo, Saarthurnax... Así es como podrás ser una cazadora de verdad. ... ¿Sabes qué? ¡He conocido a unos enanos amigos de papá! ¡Ha sido genial, un día tenemos que ir juntos a ver el mundo más allá de estos bosques, Saarthurnax!"

Se despertó de repente a media noche con el corazón acelerado y se cayó de la rama, impactando así contra el suelo, lamentándose del golpe mientras se tocaba la espalda con la mano derecha.

La luna llena se podía ver perfectamente junto a las estrellas. Se encontraba estirada en el suelo, escuchando los grillos y los búhos. La presión del aire aumentó por momentos durante unos breves instantes y notó como una ráfaga de viento pasaba alrededor de ella y se desvanecía.

De repente, las lágrimas empezaron a caer por los costados de sus ojos. ¿Por qué estaba llorando? ¿Por qué el corazón se le encogió? Se le hizo un nudo en el estómago, como si de verdad se hubiera perdido algo, como si hubiera despertado de un triste sueño.

Se levantó a duras penas y se fue caminando lentamente hacia el río para beber agua, había sudado muchísimo tras ese extraño sueño. Se respiraba tranquilidad en el ambiente, el viento hacía mover las hojas de los árboles como si la saludaran.

Lo entendió todo cuando puso sus manos en el río para coger agua. Pudo ver su rostro, su rostro ya de mujer, tras diez años de haberse olvidado de quién era. Las lágrimas no paraban de caer por sus mejillas. Tenía el pelo largo y despeinado, la cara sucia y con sangre seca. Se había dado cuenta en lo que se había convertido y en lo que había dejado de ser. Había recordado el nombre que sus padres le pusieron al nacer: Saarthurnax.

- Mamá...- fue la primera palabra que dijo diez años después, entre lágrimas.

Había recuperado la memoria de todo lo que vivió sus primeros diez años de vida. Los momentos felices y, sin embargo, también recordó la trágica noche en la que dejó de ser persona.

Lloraba, no paraba de llorar. Sentía tristeza. Tristeza por estar sola. Aunque también sintió como una llama en su interior empezaba a crecer. Sus motivos de vivir, lo que su madre una vez quiso que ella se convirtiera: una gran cazadora, en Seyka. Necesitaba saber si su hermano había sobrevivido, aunque las probabilidades fueran muy bajas, se sentía con fuerzas de luchar por esa remota posibilidad. Tenía ganas de empezar a vivir de nuevo y emprender un viaje. Un viaje el cual prometió hacer junto a su hermano. Ese viaje serviría para vengarse de su madre. Quería a toda costa matar a su padre y a la bruja, pues eran los responsables de la muerte de Ophelia y, muy posiblemente, de la muerte de su hermano Komar.

Tragedia y DestinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora