La Nueva Novohispania

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Hace tiempo que me ocurrieron cosas extrañas; tiempo... cómo si eso le importara al universo. Puedo decir que me fui de mi país sin nunca dejarlo. Y visité muchos lugares, sin siquiera moverme del mismo sitio.

Recuerdo mucho, y eso quema mi memoria. Pero no puedo olvidar, y por eso me he decidido a escribir todo lo que viví, o como es lo que recuerdo. Quien lea estas páginas compartirá mi confundida experiencia, y tal vez, aprenda a apreciar el mundo donde vive.

Sólo conozco una forma de narrar los sucesos, y eso es desde el principio.

He decidido nombrar mi vivencia bajo el siguiente título:

"Las crónicas ucrónicas"

Desperté con una fuerte jaqueca y un mareo como nunca he sentido en mi joven vida. Cuando me levanté del frío suelo, noté que me encontraba en la intemperie, en el centro de una plaza ajardinada al estilo francés, en una ciudad a simple vista elegante y cómoda.

Enfrente de mí, una pareja joven conversaba, pero sin dejar de ver una estatua que se alzaba a lo alto sobre una columna. No pude distinguir lo que decían en un principio, pero al tenerlos de espalda comprobé que hablaban de una forma peculiar, parecía ser que uno terminaba la idea del otro.

–Nada es nuevo... –dijo el hombre

–Nada es original... –dijo la mujer

–Así como puede salir de un libro de historia...

–O de una enciclopedia científica...

–Puede salir de un videojuego...

–O de una obra literaria...

–El pasado no consta...

–El futuro no existe...

–Pero el presente es lo único cierto que nos queda.

Sin desear interrumpir su extraña plática, se me salió preguntar en voz alta:

–¿Dónde estoy?

La pareja volteó a verme, noté su ropa elegante, vestidos como en la Belle Époque y como si no me hubieran visto antes tirado en el suelo me respondió el hombre pasivamente:

–En la Nueva Novohispania, señor.

–Que es lo mismo que Nueva Nueva España –dijo la mujer.

Confundido todavía y sobándome la frente, pregunté:

–¿Qué es este lugar?

–Una ciudad... –dijo el hombre.

–Sin duda que lo es –indicó la mujer, echando una mirada a su alrededor.

–No recuerdo nada... no recuerdo cómo llegué aquí –comenté.

–Se ha de sentir angustiado –dijo el hombre.

–Ha de sentir mucha pena –agregó la mujer.

–Si me lo permite buen hombre. Parece usted estar confundido –comentó el hombre.

–Perdido, podría decirse –dijo la mujer.

–Y deseo refrescarle la memoria. De caballero a caballero. Déjeme darle una moneda, e invitarlo a ir al 'Salón de la linterna mágica', donde despejará sus dudas. –Me indicó el hombre, señalándome hacia dónde podría encontrarlo.

–Es un invento muy educativo –habló la mujer.

–Muy útil –dijo el hombre.

–Una vanguardia sin lugar a dudas utilizar dichos aparatos –dijo la mujer.

–Philadelphia debería hacer lo mismo –comentó el hombre.

–Mmm... –suspiró la mujer.

Confundido tomé la moneda, le eché un vistazo y vi que de un lado estaba el busto del rey Carlos IV y del otro el virrey Lue Chrétien Cugnot, alguien de quien no había oído.

Cuando dejé de mirar la moneda, ya no vi a la pareja, pero no habían desaparecido. Los capté a la distancia continuar con su camino, en lo que se perdían entre otras personas.

"Una ciudad, por supuesto que es una ciudad...", fue lo único que pude reclamar cuando me quedé solo, pensando en la respuesta de mi pregunta.

", fue lo único que pude reclamar cuando me quedé solo, pensando en la respuesta de mi pregunta

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Crónicas ucrónicas: La Nueva NovohispaniaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora