Respira.

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La noche estaba silenciosa.

Demasiado silenciosa, incluso.

No se oían coches transitando por las calles. Tampoco el maullido de algún gato callejero que anduviera de cacería por allí. Ni siquiera las carcajadas rasposas de los borrachos que solían pasar por ese sector. Éso sí que era extraño, porque en aquella misma cuadra había un bar, y en las noches de fin de mes, como aquella, el lugar se llenaba hasta el tope, y los cantos y risas se oían hasta bien entrada la noche.

Pero no aquella vez.
Por hoy, sólo había silencio.
Un terrible silencio que lo estaba volviendo loco.

Ichimatsu parpadeó en la oscuridad, intranquilo, y resopló por enésima vez. Eran alrededor de las tres de la mañana, y aunque todo lo que había tenido que pasar durante el día lo había dejado agotado, no podía pegar ojo. Llevaba mucho rato acostado, mirando al techo, perdido en sus pensamientos, como en trance. Oía su propia respiración, más entrecortada y acelerada de lo normal.
Fingió no darse cuenta.

El silencio era lo que no lo dejaba dormir. Si hubiera habido otros ruidos, él hubiera podido distraerse, alejar de su mente todas las ideas oscuras que le asaltaban. Pero no, al contrario; en su cabeza seguían reproduciéndose una y otra vez las palabras de aquél doctor que daba miradas amables y noticias horribles. ¿Cómo mierda se llamaba? ¿Aya... Ayake...?

—¡Mierda! —masculló Ichi contra la almohada, jadeando húmedo contra la funda.

Se estaba volviendo loco.

De hecho, probablemente ya habría perdido el juicio si no hubiera sido por la respiración de sus hermanos, allí junto a él. Aún las oía, calmadas, algunas más ruidosas que otras —Jyushimatsu, por ejemplo, roncaba—, pero ahí estaban.

¿Habrían podido dormir ellos si les hubiera contado...? No. No hubieran podido.

Ichimatsu se sentó en el futón con cierta violencia, y se restregó la cara. Había estado llorando un poco, mientras los demás dormían, y ahora la cabeza le hervía como una tetera al fuego; probablemente tenía fiebre, pero, por otra parte, estaba bañado en sudor. Si efectivamente era fiebre, le bajaría.

«Asqueroso», pensó al sentir la camiseta del pijama pegada a la espalda por efecto de la transpiración. Por algún motivo, se le vino a la mente la cara que pondría Todomatsu si lo viera en ese estado. Probablemente abriría los ojos como un búho, y su boca se contraería en un gesto de desagrado. Ichimatsu, entonces, disfrutaría lanzándole la camiseta sudada a la cara, sólo por joderle.

Se imaginó a la perfección el chillido de niñita que daría su hermano, y, por una vez en toda la noche, de su mente se esfumó el recuerdo del doctor diciéndole que le quedaban seis jodidos meses de vida. Se le escapó una sonrisa, y hasta su respiración se estabilizó por un momento fugaz.

«Eso es. Tus hermanos. Piensa en ellos, concéntrate en ellos; distráete, pedazo de mierda» le gritó su conciencia.

Pero primero, debía salir de ahí.

Ichimatsu se deslizó fuera de las mantas con presteza, y, sin despertar a nadie, se encaminó fuera de la habitación. No pisó a ninguno de los durmientes.

El cuarto de los Matsuno siempre había tenido una vista privilegiada en la oscuridad.

«Como un gato» , le decía Osomatsu a menudo. « Eres Gatomatsu... ¿O Gatoman suena mejor? No, no, ¡GATUBELLA! ¡éso!, por los días, eres mi hermanito oscuro, por las noches, una gata loc-... Oye, hehe, ¿por qué esa cara? no te vayas a enfadar, era broma, yo... no... ¡AAAAHHHH!»

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