El nauseabundo aroma de muerte y sangre gangrenada penetraba las fosas nasales de Virginia, un vahído malestar que vehemente se volvía más intenso mientras más tiempo permanecía allí dentro.
Aquella profesión les había dado de comer a su padre y a Ella durante tantos años que era imposible dejarla, aunque era innegable el repudio que despertaba en la jovencita.
La mutilación y la matanza eran parte de su día a día y no podía hacer nada para evitar atestiguar tan inclementes cercenamientos a inocentes criaturas cómo lo eran las vacas.
Julius Rowe E Hijas era todo lo que Virgina, su hermana y su padre poseían; una pequeña carnicería al final de la calle Warren.
A pesar de no hacerlos millonarios, la carnicería era lo suficientemente próspera como para satisfacer la necesidad de mujeres, alcohol y drogas de Julius Rowe, y, cómo no, pagar un modesto vestido, alimento y vivienda a sus hijas.
─ ¿Ya leíste esto, Charlotte?─ Vociferó Virginia con el dedo índice señalando un artículo del diario.
─ ¿Qué?─Respondió con interés la muchacha, acercándose a su hermana y apartando un mechón de cabello de su frente.
─ ¡Harrods está contratando funcionarias que se encarguen de las estanterías de lencería! De seguro el sueldo será mejor que trabajando para papá en la carnicería, y lo mejor de todo...─Virginia giró su cabeza para comprobar que nadie le oyera y susurró con cautela. ─ Lo mejor de todo es que no tendremos que estar dentro de la mugrosa carnicería nunca más.
Charlotte tragó saliva con nerviosismo.
─Sabes que nuestro padre nunca consentiría ésta decisión, ¿Cierto, Virginia? ─Charlotte se precipitó a cerrar las puertas con genuina consternación en su semblante y se volvió hacia su hermana. ─Más de veinte empleados suyos renunciaron hace unos días, y con el incremento de ventas, la demanda al proveedor de reses ha aumentado e intenta vender las reses a precios abusivos a nuestro padre, por lo que pone en riesgo a nuestro pequeño negocio familiar...Papá necesita nuestro apoyo, Virginia.
─ ¡Oh, Charlotte! ¡No puedo quedarme aquí por siempre!
─No por siempre, Virginia. Tan sólo mientras papá encuentra un nuevo proveedor y recupera algunos empleados que le ayuden con la producción...Mientras tanto, nos quedaremos en Bibury a ayudarlo y...
─ ¿Hijas? ¿Están ahí? ─Julius Rowe golpeaba a la puerta con estrépito, cómo si no pudiera esperar un segundo más a ser atendido.
Charlotte se apresuró a quitar la cerradura de la puerta, para encontrarse con un ebrio Julius (Cómo costumbre), que sostenía en la mano izquierda una bolsa llena de carne.
─ ¿Qué les he dicho sobre bloquear la puerta? ¡No me gusta tener que desbloquearla cada vez que entro a casa! ─Julius Rowe desprendía un repulsivo aroma a sudor y alcohol, "casi tan desagradable cómo el de la carnicería", pensaba Virginia.
─ ¡N-no volverá a pasar, padre! ─Chilló Charlotte, recibiendo en sus manos el paquete de carne de su padre.
─Hoy celebraremos... ¡Que el señor Whitechapel finalmente accedió a volver a venderme las reses a un módico precio! ¡Aún más barato que cualquiera carnicería de toda Inglaterra! ¡Seremos millonarios, hijas mías!
─ ¡Esa sí es una buena noticia, papá! ─Dijo contenta Virginia, mientras que Charlotte le atacaba con una mirada de condena.
─Mi dulce Virginia, interesada por primera vez en el negocio familiar...Creí que jamás lo vería.
Virgina le dedicó una sonrisa crédula mientras ayudaba a Charlotte a desenvolver la carne y a calentarla en la enorme hoya.
Aquella tarde, la familia Rowe compartió una exquisita cena, con las reses más finas que había, según les había dicho Julius a sus hijas.
Y el tiempo pasaba así, con prosperidad y alegría para la familia. Cada día, una buena noticia aparecía a los pies de los Rowe, disfrazada del fruto del trabajo de Julius.
Una casa nueva, vestidos hermosos, joyas e incluso periodos de sobriedad más prolongados para el señor Rowe, hicieron de aquellos menudos meses, un sueño hecho realidad para las hermanas Virginia y Charlotte.
Una hermosa sortija de rubí escarlata decoraba el dedo índice de Virginia, a diferencia de Charlotte, que presumía muy orgullosa de un diamante prendido a una cadena de oro a su cuello.
Finalmente, Virginia habló con su padre sobre su deseo de abandonar la pequeña Bibury, y con muchos esfuerzos, Éste se vio obligado a aceptar.
Partió hacia Londres una fría mañana con ánimos de emprender una vida propia, sin depender de su padre ante la mínima decisión de su vida; conocer la verdadera definición del libre albedrío sin sentir que su padre le pisara los talones ni alterar sus decisiones a su conveniencia. Sería feliz, eso era seguro. Y era lo que tranquilizaba a la pobre Charlotte durante las noches en las que se preguntaba sobre el paradero de su hermana y lo que el porvenir le depararía..."Después de todo, estaba cumpliendo uno de sus más anhelados sueños.", se repetía a menudo, aunque no lograba convencerse a sí misma...
El día que todo cambió y en el que el verdadero horror se liberó con tal desapercibimiento como la de una aguja penetrando en la fibra de una camisa, se remontó a pocas horas después de la partida de Virgina, cuando Charlotte, fue a pasear al parque de Bibury; donde se topó con el señor Whitechapel, el hombre que había sido el autor de la gloria de su padre.
─ ¿Señor Whitechapel?
─ ¡Señorita Rowe! ─Exclamó el anciano, colocándose los impertinentes para analizar de pies a cabeza a Charlotte.
─Sólo he venido a agradecerle todo lo que ha hecho por mi familia, nos ha ayudado mucho.
El señor Whitechapel mostró indiferencia y desconcierto ante tal comentario.
─ ¿De qué me habla, señorita Rowe?
─Ya sabe, de la venta de reses... ¡El precio que nos ha ofrecido es casi un regalo!
El señor Whitechapel frunció el ceño con apatía.
─Señorita Rowe, yo jamás rebajaría el precio a mis preciadas reses...Temo decirle que no le he vendido ni un solo res a su padre desde que aumentaron mis precios.
El corazón de Charlotte dio un vuelco...Eso sólo podía convertir a su padre en un ladrón. Y sería cuestión de tiempo para que fuera descubierto y confiscaran sus bienes...
Aquella noche, Charlotte cenaría con su padre.
Leerían juntos la correspondencia, y con suerte, habría llegado una carta de Virginia, narrándoles el inicio de su odisea inglesa y qué tan diferente era a la pequeña provincia.
Después, si su padre gozaba de un buen estado de sobriedad como lo había mantenido en los pasados meses, charlaría seriamente con él sobre la índole de sus reses... ¿De dónde provenían tan deliciosos manjares? ¿Por qué les había dicho que el señor Whitechapel se los había vendido? Y lo más importante... ¿Era Julius Rowe un criminal?
Y así fue, leyeron juntos la correspondencia a la luz de la chimenea.
Habían llegado cartas del primo de Julius, avisando que visitaría Bibury el año entrante, también había llegado el diario semanal de Bibury, dando las noticias de la ocasión. Pero nada sobre el paradero de Virginia.
─La mensajería de Bibury es un asco, padre. La carta llegará. ─Reconfortó Charlotte a su padre, invitándole a tomar asiento en el nuevo comedor de caoba.
Era hora de hablar con su padre sobre su encuentro con el señor Whitechapel.
Las mucamas sirvieron en la mesa el vino, la ensalada y un delicioso corte en salsa de tomate.
Charlotte tomó sus cubiertos y cortó un trozo. Lo arrastró por el plato para bañarlo de la deliciosa salsa de tomate y lo metió a su boca.
Mientras mascaba, detectó algo férreo que lastimó su boca. Quizás fuera un hueso. Lo escupió en el plato, dejando al descubierto una hermosa sortija de rubí color escarlata.
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El Carnicero De Bibury
HorrorEn el poblado de Bibury, existe un carnicero dispuesto a toda clase de atrocidades con tal de mantener en pie su carnicería.