Después de escuchar esas palabras salir de su boca, un huracán instantáneo de emociones me ataco, estaba dispuesta, si el me lo pedía, a compartir incluso mi miserable vida; espero que no note mi mirada de inocencia, se que la estoy teniendo justo ahora, no esperaba una confesión de tal grado, menos de alguien que tiene el corazón más frío que la Antártida.
Pienso en plantarle un beso, pero no lo haré, no tiene sentido acabar con el misterio que ambos disfrutamos tener; Judá jamás será ese tipo de hombres que se enamora y no espero que lo sea, amo su forma maldita de demostrar aprecio.
El amanecer comenzaba a infiltrarse poco a poco por los grandes árboles, es la hora de volver a casa, mis padres están esperando, tengo miedo de arruinarlo, así que con un tono amable le digo:
-Tengo que irme.-le dije, sonriendo.
-No responderás?-Pregunto-
-Compartiría contigo todo lo que fuera posible-musité- No losé, podemos hablarlo después?-Respondí fuerte para que pudiera escucharme.
-Claro,no te preocupes.-Respondió como si algo se hubiera roto dentro de él, espero no haya sido el corazón. Lo miré y comencé a caminar de regreso a casa, se que esperaba más de mi, mire 1, 2, 3 veces hacía atrás, como lo hacen las personas que esperan que las sigan cuando se van, pero él había desaparecido, siempre lo hacía cuando se sentía mal, fracasado.
Llegué a casa, aún dormían y aproveche para ver como el amanecer comenzaba a salir desde mi ventana, tal vez era tiempo de adelantar la muerte y acabar con el martirio que mis hermanos sufrían a cada segundo que pasaba, aproveche antes de que despertaran y fui a su habitación, me senté en una silla a simplemente observarlos, el silencio que había era satisfactorio, sólo escuchaba sus respiraciones entrecortadas y forzadas que luchaban por no apagarse. En la soledad de la habitación, llego a irrumpir el gran señor, con su interminable puro; no sé como es capaz de llegar justo en el momento exacto, se paro a mi lado y me toco el hombro; como lo haría un padre orgulloso antes de que su hija pase a recoger su diploma de graduación, sé que el gran señor no esta orgulloso, ese contacto físico sólo es un aliento silencioso a matar a mis hermanos justo ahora. Rompió el silencio con una frase que se quedo suspendida en el aire:
-Es hora de que lo hagas.-Musito, con voz baja pero con autoridad.
-No estoy lista, señor-Dije, me sentía indefensa.
-No es cuestión de estar lista, sólo hazlo y ya, no hay tiempo para pensar-Dijo y desapareció, dejando humo de su puro y un poco de incertidumbre en la habitación, comenzó a sudar mi frente, era el tiempo de hacerlo, nadie me había dicho que sería tan pronto, la silla comenzó a parecerme incomoda y me levante y empece a caminar como gato encerrado de aquí para allá analizando si estaba lista para hacerlo justo ahora, antes de que el amanecer llegará por completo.
Me acerque lentamente a ellos, recordé una canción que mi mamá una vez me canto antes de dormir, una noche lluviosa; el sentimiento comienza a apoderarse de mi y ya siento las lágrimas quemando en mis ojos, es hora de la despedida. Les acaricie sus pálidas caras, están fríos, espero que sea la falta de oxigenación, me acerque al oído de uno de ellos y entre sollozos digo:
-Perdóname, no era lo que esperaba, pero sé que estarás mejor a donde sea que te manden después de morir-Musité, una lágrima callo en su cara, ni siquiera hizo movimiento alguno y apreté su cuello, impidiéndole la respiración, abrió los ojos y con la otra mano los tapo, siento vergüenza de que sepa que yo estoy arrebatandole la vida; no tardo mucho en morir. Al voltear a la otra cama, veo a mi otro hermano mirándome con ojos suplicantes, sé que sabe lo que pasa, me acerco, aun tengo lágrimas que mojan mi gabardina. En estos momentos aún no sé si podré con esta enorme carga que acabo de echarme a los hombros; toco la frente de mi hermano y sus ojos se vuelven aún más temerosos, sabe lo que haré. Pienso en que decirle para que no termine odiándome desde el cielo o desde el más allá, a donde quiera que vaya a ir, con voz baja le susurro:
-Sé que entiendes lo que esta pasando, estoy tratando de aminorarte el dolor, después lo entenderás del todo, por ahora, lo siento muchísimo, te quiero-Dije, su respiración aumenta considerablemente como si estuviera agitado, tengo que hacerlo ahora. Tapo su boca para prevenir cualquier sonido que piense en emitir y con su mirada clavada en mi, lo asfixio, mantuvimos la mirada hasta que murió por completo, estaba hecho y no había forma de volver atrás. Cerré sus ojos y me senté en el piso, a esperar que mis padres llegaran en cualquier momento para ver a sus hijos muertos y en el suelo a la homicida. Seguí llorando, me siento miserable, posiblemente si no lo hacía ahora, jamás tendría el valor suficiente.
Mis padres llegaron poco rato después y me encontraron envuelta en un mar de lágrimas, ni siquiera fue necesario que hicieran preguntas, los miraron y también se rompieron, ojala pudiera saciar su dolor y no provocarlo nunca más. Me levanté del piso, trate de calmarme y de la forma más tranquila, les dije:
-Perdón, en serio, lo siento muchísimo-Dije. Los hice a un lado, corrí, llegué a mi ventana, limpie mis lágrimas y salte. Al tocar el suelo, comencé a correr, sin dirección determinada, lo único que esperaba era llegar a la iglesia y tener la compañía de Judá, la única persona que no tendré que matar.
Cuando el aire en mis pulmones comenzó a quemar, me detuve y analice la situación, no me quedaba nada en casa, ahora tendría que encontrar un lugar donde vivir y recordé la llave, necesito al gran señor, quiero ir a ver mi nuevo infierno.
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un ángel entre sus pechos.
RandomSangre oriental y española. Un ángel con ganas de ser demonio. Un silencio entre gritos.