10. El capitolio

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Katniss:

Es el momento del Desfile de Tributos. No me han permitido ver a mi hija desde que se dirigió al encuentro con su equipo de preparación, pero pronto llegará aquí, al Centro de Entrenamiento y nos reencontraremos. A pocos metros de distancia se encuentran los demás mentores. Me acerco a saludar a Johanna, y luego a Annie, que me recibe con un cálido abrazo mientras me susurra al oído que todo irá bien. Los carros de los tributos comienzan a llegar.

Cuando ingresa el último, me quedo helada al ver a mi hija. El género ciruela oscuro cae por sus piernas como si se tratara de una cascada, no de tela. Arriba se ajusta a su cuerpo, con detalles que parecen píldoras de remedios. A su lado, Nataniel lleva un traje color ciruela también, pero no luce, brilla y destaca tanto como el de su compañera. Posiblemente es por eso que me mis ojos vuelven a Kim, o porque se trata de mi niña... O tal vez, porque desde antes de verlo aparecer caminando detrás del carro sé quién es la única persona capaz de hacer esa clase de magia con tela.

Tengo que pestañear varias veces para creérmelo, para creer que realmente está allí, que todo esto es real. Entonces, cuando está a pocos pasos de mí, corro a abrazarlo. Luego él ayuda a Kim a bajar, y la abrazo a ella, que se suelta protestando.

-Me has visto esta mañana, mamá -masculla avergonzada.

-Ya lo sé, y he estado histérica todo el día. Aunque de haber sabido con quién estabas me hubiese quedado totalmente tranquila. -Respondo, y la risa de Cinna es música para mis oídos.

Me muero de ganas de hacerle mil y un preguntas. Pero sé que no es ni el momento ni el lugar. Mientras estrecha a Peeta y a Haymitch en abrazos, observo que está igual a la última vez que lo vi. Bueno, salvo por el hecho de que no está golpeado, claro. Pero el tiempo no parece haber avanzado para él.

Ya en el Centro de Entrenamiento, en el piso 12, hablamos sobre lo que harán en los días que restan hasta que sean enviados al estadio. Les recomendamos que aprendan cosas que no sepan durante las sesiones de entrenamiento públicas y que en el encuentro privado con los vigilantes hagan lo mejor que saben.

-Hace calor aquí dentro. -Comenta Cinna.

Capto el mensaje enseguida, es una invitación al tejado, el único lugar de todo el edificio en donde no hay micrófonos ni cámaras. Allí podremos hablar tranquilamente y no habrá oídos atentos a nuestra conversación. Peeta, Haymitch y yo lo seguimos, y Cinna relata su historia. A medida que cuenta lo que ha sucedido, entro en confusión, realmente no sé quiénes son más despreciables, si el Capitolio el Distrito 13. O tal vez los dos por igual. Vuelvo a sentirme una pieza en un juego que no quiero jugar, o en el que al menos no deseo desempeñar un papel para quienes me usan de ficha. Pero es demasiado tarde y demasiado arriesgado para plantear una rebelión. Por un lado, no sé contra quiénes exactamente me quiero levantar. Por otro, en tres días enviarán a mi hija a la arena.

-No soy capaz de hacer nada con Kim en el estadio. -Susurro abatida, y Peeta respalda mis palabras.

-Hay mucho por hacer, pero una vez que finalicen estos juegos. -Dice Haymitch.

Y lo apoyo totalmente, pensando en lo que le hicieron una vez que ganó, pensando en Finnick y en muchos otros. Porque sé que no quiero pasar ocho años temiendo que salga el nombre de mis hijos en la cosecha para luego asustarme de que salga el de algún nieto. No quiero vivir con miedo de que algo le suceda a los que quiero. Tampoco quiero que ese sea el futuro de mis hijos.

Camino de un lado a otro por el tejado, sin saber siquiera a dónde pretendo ir. No lo hago adrede, sino que es producto de mi nerviosismo. Me asomo al borde, y observo la calle. Allí abajo es todo una fiesta. Insisto en que nada ha cambiado, la imagen me recuerda la primera vez que estuve en aquel lugar.

Al día siguiente, entre Haymitch, Peeta y yo les aconsejamos a los chicos algunas cosas. Yo le recuerdo a Kim la posición en que debe colocar los pies y brazos para apuntar con el arco, y le aconsejo que si va a probar con cuchillos, intente hacerlo con los de mango grueso, que son más fáciles de manipular. Peeta les da unas recomendaciones sobre el camuflaje, y Haymitch insiste en que se dirijan a los puestos de las cosas que menos sepan y sigan las instrucciones de los instructores. Los tres días que siguen, los chicos repiten la misma rutina. Al finalizar los entrenamientos grupales, han aprendido algunos nudos y trampas, Kim se ha destacado en camuflaje y no es mala con los cuchillos tampoco.

Ya solo quedan dos días, el de las sesiones privadas con los Vigilantes, y luego el de las entrevistas con Caesar Flickerman. Después, el estadio. Mi nivel de nerviosismo aumenta a cada hora que pasa, comprendo que estoy mucho más asustada de lo que lo estaba en las ocasiones anteriores. La primera vez que participé en los Juegos, lo hacía casi segura de que iba a morir. La segunda, deseando poder mantener a Peeta con vida. Pero esto es mucho peor, no se trata de ir a la arena y luchar. Ahora estoy obligada a ver a mi hija en una pantalla pelear por su vida, y tratar de convencer a la gente de que la patrocine. Por suerte estará Peeta a mi lado.

El día de la sesión privada, Kim sale diciendo que no sabe cómo le ha ido, que ha arrojado algunas flechas a distintos blancos y que salvo por una, ha acertado más o menos donde pretendía. Nataniel ha levantado y arrojado objetos pesados, y también preparó algunas trampas. Cuando dan las puntuaciones, los dos obtienen un ocho.

Durante la entrevista con Caesar Flickerman, Kimberly aparece con un vestido largo con flores de todos colores.

-Del distrito 12, Kimberly Mellark, bienvenida, Kimberly. -Anuncia el presentador. Si no lo hubiera visto en televisión durante los últimos años, me preguntaría si también a él lo han congelado, porque sigue vivo a pesar de tener más de 70 años, y sigue igual que cuando yo estaba sentada donde está mi hija.

-Gracias, Caesar. -Responde sonriente y con naturalidad.

-Bueno, para muchos en la audiencia es como si te conocieran. Llevas un hermoso vestido. El de la ceremonia de inauguración era claramente sobre la producción de tu distrito, ¿este qué representa?

-También representa mi distrito, -responde Kim -cada una de estas flores crecen en el 12. ¿Has ido alguna vez? -Le pregunta.

-No, no conozco. -Dice Caesar.

-Bueno, verás, tenemos una hermosa pradera en donde crecen muchas flores silvestres, además, cualquier cosa que plantes tiene una buena vida. Las flores de los bordados son las que más abundan. -Explica.

-Precioso, debe ser un lugar hermoso. Hablemos entonces del distrito 12 y de quiénes has dejado allí. Todos vimos la cosecha, y creo que nadie ha podido evitar compararte con tu madre al ver cómo te ofrecías como voluntaria para venir en lugar de tu hermanita. ¿Lo habías planeado antes? ¿O fue un impulso?

-No, no lo había planeado. Simplemente, cuando salió su nombre, pensé "no, que ella no vaya, iré yo".

-¿Tienes un hermano más, verdad? ¿Quieres hablarnos de él?

-Se llama Mark. -Responde Kim pensando y dudando un momento -Tiene 14 años, nos llevamos muy bien.

-¿Fueron ellos a despedirse de ti? ¿Qué te dijeron?

-Mi hermano me dijo que fui valiente, y que le lleve de regalo mi sonrisa al volver. Y mi hermana me pidió lo mismo. -Responde con una sonrisa de verdad, no fingida como las anteriores.

-Entonces, tienes planeado ganar. -Asume Caesar.

-Por supuesto. -Responde ella con seguridad.

-Llámame viejo si deseas, pero me parece que ha sido ayer cuando tus padres estaban aquí conversando conmigo. ¿Qué se siente ir a la arena siendo la hija de dos vencedores?

Kim medita un momento su respuesta, y luego contesta, mirando directamente hacia el sitio en el que estamos nosotros.

-Orgullo, estoy orgullosa de ellos.

-Claro que sí, ¿quién no lo estaría? - a mí se me ocurren varios nombres, pero por suerte Caesar sigue hablando, aunque su siguiente pregunta me produce un escalofrío -Y hablando de tus padres, ¿qué se siente tenerlos a ellos como mentores?

Kimmy no piensa ni un instante antes de responder.

-Muchísima seguridad. ¿Quién podría tener más interés que ellos en que yo gane? ¿En quién podría confiar más? Pues, en nadie.

El retorno de los juegos del hambreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora