Acostado en el suelo.
Observo el blanco y enfermizo techo.
Lágrimas brotan, temblores recorren mi cuerpo.
Encerrado entre cuatro paredes que forman una fría cárcel.
Jamás libre, jamás contento.
Escucho pisadas a lo lejos, pero estoy seguro de que son mías.
Pues mi carcelero soy yo, y en el exterior está la vida.