Me encontraba en un pequeño cuarto, tenía unas grandes ventanas por las cuales entraba una brisa ligera, que movía las cortinas blancas de encaje. Frente a mi había un espejo casi de mi tamaño. Llevaba un vestido blanco, como el que siempre había querido, mi cabello había crecido considerablemente así que tenía un tocado con una cebolla y una pequeña trenza, por un lado llevaba una peineta con piedras de color azul rey. Era perfecto pensé.
A los pocos segundos estaba con las hermanas de él, su madre y la mía. Me miraban con hermosas sonrisas, y yo me sonrojaba.
-Parece que estoy en un cuento de hadas.-dije con una enorme sonrisa.
-No querida no es un cuento de hadas, es tu vida y es real.- dijo mi querida madre. Ella sabía cómo alegrarme el día siempre.
-Es verdad lo que dice tu madre, y pronto seremos una gran familia, bueno ya la somos.- dijo la madre de él. Tenía una voz tan apacible. Que pensé que era seguro que cuando sus hijos tenían pesadillas por las noches o tenían miedo, al escuchar la voz de su madre el miedo se iba.
Horas más tarde nos encontrábamos afuera del templo. Ya estábamos sellados, nos tomaban fotos. Yo estaba más feliz que nuca, ambos nos mirábamos y reíamos, era mágico aquel momento.
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