Prólogo

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Cuando una mirada desesperada se cruzó con la suya, supo que había problemas.


Dejó pasar a la mujer al vestíbulo, indicándole el perchero donde podría abandonar su abrigo mientras llamaba a Kreacher para que preparara té. Ella no había dicho nada desde que se había presentado delante de su puerta, no le sorprendía que la casa no hubiese avisado antes por la visita tan inesperada, después de todo, aquella bruja era una Black.


La guió hacia el salón, probablemente la dama habría analizado los cambios hechos en la mansión desde que había vivido allí, habría notado cómo Harry se había esmerado en hacer aquel un lugar acogedor, sin siquiera poder acercarse a ello. Claro, lo habría notado en el caso de no mostrarse tan nerviosa y tensa, incluso su máscara de fría elegancia dejaba entrever lo ansiosa que se encontraba. Parecía a punto de explotar o llorar y el mago no estaba seguro de querer tener a Narcissa Malfoy derrumbándose frente suyo.


Se acomodó lo mejor que pudo en el sofá frente a su visita, intentando no mostrarse tan ansioso como se sentía, sabía que la mujer estaba juntando todo el valor para explicar el motivo de su llegada o lo que fuera que estuviese haciendo en su casa. Si alguien le hubiese dicho el día anterior que tendría a la señora Malfoy sentada en su salón con una taza de té entre las manos y en un estado completamente devastado de seguro habría mandado a aquel a San Mugo. Pero ahí la tenía, con el porte de una reina, la elegancia que emanaba, el hecho que te hacía sentir inferior, sucio e indigno. Sin embargo la bruja estaba jugueteando con la taza entre sus manos, tamborileando los dedos sobre la porcelana, mirando todo nerviosa, como si no fuera capaz de decir aquello por lo que había venido.


—Necesito su ayuda, señor Potter —sonaba como si estuviera a punto de quebrarse.


—¿En qué la podría ayudar yo?


—Usted es el mago más famoso por ahora, usted derrotó al Señor Oscuro... —comenzó la mujer de forma nerviosa, fijando de nuevo su vista desesperada en el joven—. Estoy embarazada.


La noticia le impactó, no notó que había dejado de respirar hasta que los pulmones le dolieron, demostrándole la falta de oxígeno. Boqueó un par de veces y se frotó el puente de la nariz, nervioso, asustado, ¿qué podía hacer él con una mujer encinta? Él ni siquiera había vivido con un embarazo, el niño más cercano a él era Teddy, su ahijado, pero tampoco había estado muy involucrado con Tonk para saber cómo había sobrellevado aquello. Quizás la mujer quería otra cosa, no era dinero, por supuesto, ¿protección? Sintió una punzada de culpa, había estado en el juicio de ella, de ella y de su hijo y los había defendido en un gesto completamente Gryffindor, había hecho lo que creía correcto.


—Sabe que no puedo impedir que vaya a Azkaban —dijo apenado.


—No le pido eso. Sé que estuve en el bando perdedor y que hice cosas horribles, cosas por las que debo pagar, al igual que todos los demás. En las guerras se pierde o se gana o ambas. Perdí muchas cosas, entre ellas mi libertad, son las consecuencias de mis actos y asumiré la responsabilidad de ellos —mencionó como si fuera una nimiedad—, el punto es que el niño que estoy esperando no tiene por qué pagar lo que Lucius o yo hicimos. No es justo.


Harry asintió lentamente, pensando en la reciente guerra, apenas un mes atrás y sintió su corazón encogerse al pensar en todos aquellos que ya no estarían más. Cerró sus ojos e intentó recordar como respirar, últimamente le pasaba a menudo. Cuando al fin se repuso, volvió a observar a la bruja, había esperado que se calmara y lo miraba ansiosa, como si él fuera la solución a todos sus problemas. La presión por hacer lo que se esperaba que él hiciera volvió a surgir y tuvo que apartar la mirada de los ojos anhelantes de Narcissa.

Me enseñó a vivirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora