En el loquero

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Mi alegría era tal, no podía ocultarlo, brinqué e incluso di una corta vuelta alrededor de un señor y luego bailé un poco con una elegante señora mayor, muy risueña.

Pero para otras personas esto no era normal. Rápidamente unos oficiales se acercaron a mí... y más tardé en reaccionar cuando ya me tenían esposado.

El proceso fue bastante rápido, llegando ante el juez para conocer el caso de los disturbios al orden público, solucionó enviarme a una casa para personas trastornadas, por no decir "loquero".

En ese lugar, el doctor, quien era el mismo director del instituto se integró a mi caso, y no tardó en querer verme para realizar una serie de pruebas físicas y medidas de cráneo, altura, peso y hasta mis rasgos faciales. Era parte de sus ensayos científicos sobre la evolución cerebral del hombre, no era difícil que compartiera con todos –incluso conmigo– la investigación que hacía y el bien –según su visión– para el desarrollo humano y social.

El interés que tenía en mí, era el supuesto de "inicio de locura temprana en el paciente". Ya que me comportaba cuerdo y respondía bien a hechos de mi país.

Me siento bien, le dije varias veces. Y sí estaba bien, estar en el hospital era hasta tranquilo y comencé a razonar que había tenido un momento de sonambulismo donde terminé en el Alameda de la ciudad. O tal vez alguien me había drogado como lo hacía el doctor en sus sesiones para que hablara, pero nada de eso le terminaba de satisfacer la sed de investigación y curiosidad. Así que decidió hacerme una sesión más cómoda y personal, una entrevista en su oficina privada, a puerta cerrada y recostado en un sofá de tono café.

Mientras él sentado en la silla de su escritorio comenzaba el interrogatorio.

–¿Es usted Esteban Abarca Alvarado? –dijo el doctor.

–Así es –dije.

–Muy bien, ahora, por favor. Cuénteme más de usted. Es necesario si deseamos diagnosticar su caso. Tenga esto consciente. Aquí sólo deseamos sanar su mente. Liberar aquello, que dentro de su cerebro no lo deja ser una persona normal. No se reprima, señor Esteban.

–Recuerdo... más bien, tengo pesadillas. Estoy cayendo de un edificio. Alguien me empujó desde la ventana. Fue... horrible.

–Lo sé, eso debió ser horrible. Dígame, ¿Qué recuerda antes de eso?

–Estoy en una oficina. Hay modelos a escala de experimentos mecánicos. Pero estoy solo, hasta que escucho que alguien se acerca. No me escondo, no sé por qué. Siento confianza. Un hombre, de alrededor de cincuenta años se acerca. Me señala algo con la mano, quiere que lo recoja en el escritorio. Me acerco al objeto, es una caja. No sé qué contiene. Luego, le pregunto sobre algo que había observado en la pared. Y el hombre se siente acosado ante mis preguntas –dije con los ojos cerrados.

–¿Por qué? ¿Por qué se siente acosado?, ¿Qué es lo que mira en la pared? –preguntó el médico.

–No lo sé... es borroso el recuerdo. Sé que hay algo, pero no logro verlo. Es como si no pudiera describirlo.

–Suele suceder, señor Esteban, su mente está guardando celosamente ese recuerdo, porque exactamente es lo que desea olvidar.

–Y si deseo olvidarlo ¿no cree que mejor debería dejarlo enterrado?

–No, si desea saber cuál ha sido su trauma. La mente, a veces guarda momentos en escenarios ficticios. Los guarda en lugares que nunca sucedieron, para olvidarlos totalmente. Pero nuestras acciones exteriores, nuestro mundo real nos revela que tenemos un problema que debe ser atendido.

–En ese caso... debo confesarle que a veces veo cosas... que no están ahí. En mi celda, por las noches siento la presencia de alguien vagando por el pasillo. Ha de vestir de negro porque nunca veo su silueta por la rejilla de mi puerta. Y no puede ser el enfermero ya que visten de blanco. –Después sentí un silencio. –¿Doctor? –pregunté.

–¿Sí? Joven Esteban. Lo encuentro naturalmente bien. Probablemente lo mejor será aplicarle una sangría. Tiene recuerdos traumatizantes del posible intento de homicidio contra vos. Yo que usted, con todo respeto acudiría a las autoridades. La Santa Hermandad busca criminales como los que vos me ha descrito. ¿Dónde dijo que atentaron contra su vida?

Abrí los ojos tan sólo escuchar sangría, y vi a un médico con una peluca enorme, bien polvoreada, incluso su rostro, con unas mejillas ligeramente retocadas de rubor rojo. Aparenté mi sorpresa, no sólo por el médico, también por la oficina que había cambiado totalmente de estilo y forma. Tranquilamente tomé la prescripción médica que me ofreció, y salí asintiendo a todas las recomendaciones.

 Tranquilamente tomé la prescripción médica que me ofreció, y salí asintiendo a todas las recomendaciones

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Crónicas ucrónicas: La Nueva NovohispaniaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora