Todos esperaban en el muelle, impacientes por la llegada del que podría ser su próximo rey, y, además de eso, acabar con la horrible guerra que los atormentaba cada mañana al levantarse para atender a los niños de la casa.
Un muchacho encapuchado con una túnica marrón esperaba tan cerca de la orilla, que la punta de sus pies embotados podía tocar el borde absoluto. Era especialmente fría esa madrugada, y los niños con ropas sucias, incipientes ojeras negras y mejillas hundidas apretaban las manos de sus padres con un vehemente miedo, esperando que todo el silencio se rompiera de un s estruendo y comenzara la destrucción de todos los días de nuevo. Un gallo madrugador hizo su señal de que el sol se asomaba por encima de las copas de los árboles y más allá de las vírgenes montañas, y, por lo tanto, el comienzo del día ya estaba destinado y los comerciantes empezarían con sus bajas ofertas y escandalosas carrozas a pasear por todo el muelle y por todo el reino, buscando algo de sustento para alimentar a la gente que tenían en casa. La caballería con la familia real se aproximaría en poco tiempo, sin el hijo del rey, que estaba encolerizado, y la reina para recibir a la familia con la que unirían eternamente una alianza, a menos que uno de los dos hiciera algo tan cruel y despiadado para con el otro reino que se tuviera que romper el casamiento que iban a llevar a cabo en pocos días. El príncipe también estaba iracundo, sabiendo que sus progenitores lo unirían a sagrado matrimonio con alguien que no había visto o escuchado en su vida, y él no quería eso. Y, lo peor, ¡su género tampoco era definido! El príncipe bufó ante la idea de casarse con otro varón, escondido entre el gentío del muelle. Los primeros preciosos caballos asomaron la cabeza, y detrás de ellos apareció el carruaje de la familia real, donde estaba la misma.
Casi de inmediato, toda la gente hambrienta y sedienta se abalanzó sobre las paredes de la fina carroza, y los guardias intercedieron, dando codazos y golpeando a la muchedumbre para que se alejaran y no causaran ningún daño.
Los soldados se pusieron a la orilla del muelle, cuidando el siguiente barco que vendría lleno de comida y medicinas para que sus súbditos famélicos no consiguieran así fuera un poco de ella. El príncipe se caló la capucha de nuevo sobre los llameantes cabellos rojizos, y se dijo que cuando gobernara pondría a su gente mucho antes que él, a diferencia de su padre. El barco repleto de comida era una ofrenda de paz del otro reino, Odabrane, y, si llegaba bien, los soldados cuidarían de la familia del reino vecino para que ingresaran al castillo de su majestad, todos sanos y salvos, y comenzarían con un acuerdo para que acabara la guerra, uniendo a los dos herederos de las tierras.
El aire olía a pólvora, y estaba sucio. El pelirrojo arrugó la nariz, y bajó un poco más su capucha, esperando a que llegara el famoso barco y poder huir mientras los soldados estuvieron distraídos. Pero su plan falló exitosamente cuando vio que los labios de su padre se asomaban por la ventana del carruaje y murmuraban algo al oído de su hombre de más confianza, Marcus, y éste levantaba el mentón hacía los otros, mandando a buscar al príncipe, que tembló de furia y pareció que sus cabellos rojos se encendían con más ira. Si se quitaba el capuz, los hombres reconocerían rápidamente la única cabellera pelirroja pura y limpia entre la gente y lo llevarían directo donde el rey, su padre. No estaba en una buena posición para arriesgarse de esa manera. Los soldados empezaron a esparcirse por entre el gentío, buscando con ojo crítico su objetivo. El príncipe tragó una saliva y elevó una oración al karma y a todas las deidades que conocía, rezando porque no lo hallaran.
Entonces el chirriar de una puerta al abrirse sonó, y todos corrieron a la plaza, porque allí era donde estaba la entrada a su reino, y sólo allí podría ingresar la otra familia real; después de eso, cuando no había sino un perro delgado y huesudo en el valle, un barquito con varios hombres de diferente uniforme que cuidaban las cosechas apareció.
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Princes and Princes ➳ LGBTI+
Teen Fiction-Un placer, su alteza. -Príncipe Frank. -contestó Alec con los ojos entornados alrededor del muchacho; traía un carísimo traje oscuro, y unas botas militares, gruesas y negras. Alec sonrió de medio lado, socarrón. -Frank, hijo, ésta es la familia A...