En mi sueño despertaba en una habitación teñida de color sepia, llena de flores y rayos de luz que entraban por la ventana.
Me ponía de pie, la recorría, no había paredes planas, ni techo cuadrado. Una como una cúpula, desprovista de muebles, solo con una alfombra en el piso, colorada.
Bailaba alrededor del espacio.
Salía y caminaba por las rocas mohosas hasta llegar a un acantilado. Me sambullía, sin más. Nadaba, hacia la profundidad marina, rodeada de pescados que me besaba las extremidades.
Corría fuera del agua, por una playa de arena fina, y me internada en un pueblo de cabañas con fuego, caliente, por todas partes. Y escapaba, me metía en el bosque, hasta llegar a un claro donde descansaba, boca arriba, mirando alrededor.
La figura negra, la bruma, el humo que me perseguía desaparecía. Ya no me podía alcanzar.