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33: ¿Bienvenido a la familia?


Había llegado el fin de semana y estaba más que temeroso al saber que tendría que dirigir la misa. Aunque había tenido una charla especial con Lacus, todavía sentía un terror fatal de presentarme frente a la congregación después de todo lo que había hecho en el pasado. Y después de un llanto tan desgarrador, entendí que todo este tiempo Ferid tenía razón.

Mi temor a fallarles a todos los que me había apoyado al no poder ejercer más mi religión, me habían hecho aferrarme más a ella. Escalar cada punto hasta llegar a convertirme en sacerdote sin mirar atrás, ocultándome de mi homosexualidad. Sentía esa pesadez de haberme escabullido de mi verdadera preferencia sexual, engañando a todos con el deseo de quedarme a servirles como guía hacia el camino correcto cuando yo había tomado el incorrecto.

No podía seguir viviendo esa mentira. Necesitaba hablar con el padre Kimizuki para hacerle saber que renunciaría a mi cargo y que posiblemente, no volvería jamás. Que estaba bien si me exiliaban por el resto de mi vida. Mierda. En verdad soy patético. Jamás debí proseguir como monaguillo cuando me toqueteé por primera vez.

—Hola, Mikaela —me saludaron al unisón.

Cuando me volví hacia el gran portón de madera de la entrada, toda mi familia estaba presente. Mis padres habían venido al igual que mis hermanos. Lacus compartió una pequeña sonrisa y Ferid agitó su mano brevemente, volviendo sus ojos a la pantalla de su teléfono para contestar una llamada.

—Papá, mamá —balbuceé sorprendido—. ¿Qué hacen tan temprano el día domingo?

—Supusimos que no vendría mal ver a nuestro retoño —replicó mi madre—. Hemos estado tan ocupados que apenas teníamos tiempo para salir todos juntos y...

—¡Mikaela! —chilló a todo pulmón con una galleta en mano—. ¡Mira lo que me dio la señora!

Como un torbellino, Yuichiro hizo su inesperada aparición y se me abalanzó como de costumbre. Él me tumbó contra la puerta y me llenó de besos en toda la frente. Sus piernas rodearon mi cintura y casi me manda contra el piso. La expresión de mis padres no tenía precio, mucho menos la de Ferid quien casi deja caer su móvil. Lacus parecía estar sumamente entretenido con la enfermiza muestra de afecto de mi dios.

Mis padres nos siguieron con la mirada, viéndome tambalear con Yuichiro en brazos como si fuésemos recién casados. Yuu hundió su rostro en el orificio que había entre mi hombro y mi cuello, dejando salir un molesto ronroneo mientras se atragantaba con su chuchería.

—¿Quieres que lo compartamos? —inquirió eufórico, partiéndola en dos sin desprenderse de mí—. La señora dijo que los demás estaban reservados para los niños. ¡Qué vieja tan roñica!

—Y—Yuu... —lo llamé, dándole palmadas en la espalda para que se bajase—. Yuu, mis padres —le advertí, señalándolos.

Yuichiro descendió curioso, mirando a toda mi familia. Solo reconoció a Lacus, quien le dio un apretón de manos. Ferid ni se inmutó en saludarlo. Creo que una de sus venas estuvo a punto de estallar. Y peor aun cuando su mirada se posó en las manos de Yuichiro. Que alguien me pegué un balazo porque es posible que lo haya reconocido. Después de todo, descubrir que tenía un hombre entre mis piernas hará que pegue un grito en todo el puto continente, de la rabia e impotencia.

—Él es Yuichiro —se los presenté lo más casual que pude—. Él es mi...

—Soy su dios —replicó rápidamente, inclinándose—. Estoy viviendo con Mikaela y estoy perdidamente enamorado de su hijo.

Mi mandíbula se cayó al suelo.

—Padre, espero que me acepte en la familia —dijo Yuichiro al posar su mano sobre el hombro de mi papá con una seria expresión para volverse a mi madre con la misma—. Madre, cuidaré muy bien de Mikaela.

Mis padres no sabían qué decir. Nadie sabía que era homosexual salvo por mis hermanos. Yuichiro tampoco tenía ni una puta idea de que siempre me gustaron los hombres por más que lo haya negado desde su llegada y ni por la concha de la más prostituta, mis padres sabían que tenía ese tipo de inclinaciones. ¡Válgame! ¡Y qué decir de una boda gay!

Para mandar todo al carajo, Ferid parecía estar a punto de estallar. Él había enviado al demonio el papeleo para quedarse como mi hermano y súbitamente enterarse que alguien más me estaba pidiendo la mano, iba a hacer que todo explote.

—¡Yuichiro! —berré estupefacto—. ¡Qué rayos acabas de decirles!

—Lo lamento —dijo cabizbajo—. He perdido mis modales —continuó, volviéndose a mis padres—. Mi nombre es Yuichiro y soy el dios de Neptuno, próximo esposo de su hijo Mikaela Hyakuya. Un placer —pió, estrechando su mano.

No podía ser cierto.

¡Mi dios es un ladrón de dulces!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora