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Malcom continuaba encerrado en su celda mientras un reloj etéreo en su subconsciente le recordaba cada segundo que pasaba sin que él estuviese avanzando hacia salvar a Rhor.

Debido a la ausencia de ventanas y ruidos, no sabía exactamente cuánto tiempo llevaba ahí, pero creía que había sido algo más de un día, pues le habían llevado comida dos veces. La primera vez, una comida ligera, lo que le hacía pensar que era un desayuno. La segunda vez, una comida contundente, la cena probablemente. Ambas comidas estaban excepcionalmente bien preparadas y sabrosas, además contaban con el sazonador más poderoso de todos, el hambre. De modo que las disfrutó bastante, aunque no tenían ninguna fruta y eso era algo indispensable para un muchacho rural.

No obstante el terrible infortunio de estar recluido en lugar de estar obteniendo ayuda para Rhor, Malcom estaba feliz en cierto sentido pues había logrado éxito en su ejercicio de meditación. Ya no sentía preocupaciones que nublasen la razón, ni ansiedades inútiles que le consumían su energía. AI contrario, conservaba su energía para el momento en que más la necesitase. Finalmente, después de años y años perseverando, sentía que había logrado dominar sus impulsos y sus emociones. Podía filtrar los útiles de los inútiles. Aquellos que le daban fuerza de aquellos que se la restaban. Había dominado una de las herramientas más potentes de todo líder y nada menos que en su hora más oscura. Sintió la satisfacción y realización pura que sólo se obtiene de la recompensa a través del esfuerzo. Que por fin el destino en algo le sonreía. De pronto, sin ningún tipo de aviso, la puerta se abrió. Malcom salió de su meditación, abrió los ojos y giro la cabeza.

- Es hora, - le indicó un guardia - su turno ha llegado.

No era el mismo guardia que había visto previamente.

- ¿A dónde vamos? – le preguntó, mientras se incorporaba y flexionaba sus músculos.

- AI tribunal, - respondió el guardia a medida que avanzaba hacia el interior de la celda - es hora de su juicio.

- Necesito hablar con alguna autoridad, - insistió Malcom - es materia de estado.

- Entonces ésta es su oportunidad, - contestó el guardia irónico - no la desperdicie.

Lo esposaron y caminaron. No hablaron nada. Lo llevaron por muchos pasillos, lo subieron por algunas escalas y lo bajaron por otras, a su lado veía pasar salas, puertas, ventanas y luces, y en todas parecía haber alguien esperando, leyendo, discutiendo o escuchando, y justo cuando parecía que jamás llegarían a ninguna parte los guardias se detuvieron.

- Hemos llegado - dijo el guardia con una voz poderosa que señalaba lo obvio.

Estaban en la entrada de un enorme salón cuadrado. El salón parecía excesivamente grande para las pocas personas presentes, cinco en total. Tenía un techo que se encumbraba unos veinte metros por encima de su cabeza. Desde el techo colgaban enormes lámparas cilíndricas que iluminaban todo el salón hasta encandilar, haciendo innecesarias las lámparas que alumbraban las blancas paredes desde el suelo. Todo el salón estaba recubierto en mármol de colores claros y al fondo de él, a unos cuarenta metros, un tapiz negro bajaba desde el techo guiando su mirada hacia donde se encontraba una pequeña figura sentada frente a un enorme estrado de mármol negro, en un enorme sillón negro.

- Tiene derecho a pasar y aceptar nuestra justicia - dijo nuevamente el guardia con una voz poderosa.

Malcom dio un paso dudoso y entró al salón, sintiéndose más pequeño sin saber por qué. Con los dos pies ya dentro de la sala, la puerta tras él se cerró. Inmediatamente se irguieron una docena de cámaras a cada lado del pasillo donde se encontraba. Parecían un tubo sobre un pedestal y giraron para verle bien, como si fueran asistentes a su juicio.

ENTRE BESTIAS - Parte I -  Hijo del Bermellón [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora