Derek.
Era mi primer día como explorador en las montañas Neferdez, las más altas de mi región. Era mi primer trabajo y todavía estaba en observación. Mi instructor se llamaba Amer, era un señor bastante alto y flacucho, de unos 40 años aproximadamente, tenía el cabello color miel oscura, y sus saltones ojos se escondían (cosa difícil para esos cosos) detrás de unos sencillos lentes de pasta negra. Sus ropas habituales le daban un aspecto robusto y fuerte, pero al mismo tiempo de un perro border collie. A mi lado estaba Fercho, era un San Bernardo milenario, era parte de la empresa que me contrató desde que se fundó. Fercho cabía en un barril de cerveza. Desde que salimos del centro de esquí para incursionarnos en la expedición no se había alejado de mi, cosa que era un poco incómodo, porque de vez en cuando se le ocurría olerme o lametearme, pero al fin y al cabo me agradó.
Habían pasado más de dos horas, y lo único que percibía a mis alrededores era la nieve, Fercho y Amer, que, aunque se encontraban a menos de dos metros, se veían distorsionado por la nieve. La pesada mochila hacia presión sobre mi espalda y la arqueaba para atrás. Ya me entraba frío por las manos, los guantes eran muy finos. Un escalofrío recorrió mi cuerpo entero y me obligué a detenerme en el medio del lugar. Miré hacia mis lados y continué viaje, Amer me dijo algo que no logré entender y me tropecé, algo amortiguó mi caída, pero mis costillas dolían de todos modos. Tenía la carra embarrada en la fría nieve y al perro debajo de mi (tiempo después comprendí que me había enganchado con Fercho) Amer hizo un esfuerzo para darme vuelta, me tomó de la mano y me levantó bruscamente. Como la tormenta había cesado, mi vista era más clara. Altos picos se elevaban atravesando nubes a pocos kilómetros de nuestro paradero. Abrí la boca del asombro y una ola de frío heló mi lengua, después de varios golpes y mordidas, volvió a funcionar bien. En mi casa me habían dicho que era muy arriesgado estar en las montañas, que nadie sabía con que se podría topar, y que muy pocos habían regresado.
Luego de caminar un rato más, esquivar las temibles elevaciones atraviesa-nubes, y seguir las indicaciones de los carteles (que por cierto llevaban una considerable cantidad de hielo y nieve encima) apareció el deseado bosque. Toda la expedición giraba en torno a que científicos notaron actividad del gato invernal, una curiosa criatura extinta en los antiguos días de calor sobre el planeta.
El viento comenzó a fustigarnos lentamente, eran los primeros indicios de tormenta. El pelo de Fercho comenzó a volar hacia mi cara (ew) Luego mi gorra se volaba, pero la atrapé y no le quité las manos de encima. La nieve fue la siguiente, y de un segundo a otro, todo se volvió blanco, excepto un manchón marrón (que supuse que era Amer) mi mochila salió volando, y asustado empecé a correr, tal vez al bosque, tal vez a las montañas, tal vez a un tigre o tal vez a un precipicio.
Entré en calor, mi bota resbaló pero conseguí mantenerme de pie. Me tapé la boca con un pañuelo, pero eso no impedía que se me helara la cara. Sin la mochila era más ágil, pero seguía sintiendo el cielo sobre mis hombros. El viento cambió de dirección y me dio de lleno de frente, cada vez era más fuerte. Todo resto de calor corporal desapareció, los botones de mi campera temblaron y se desabrocharon, haciendo mucho esfuerzo logré que no se escapara pero siguió suelta. Continué carrera, el frío me azotaba y el terror inundaba mi mente, muchas preguntas me asaltaron ¿Estaría perdido? ¿Amer, estaría muerto? ¿Sobreviviría? ¿Qué haría?
Comenzó a oscurecer y aceleré el paso, la nieve había dejado de volar, pero la brizna era considerable. Algo parecido a la alegría asomo en mí, el bosque estaba a menos de cien metros. Corrí más emocionado que nunca. Cuando entré, no paré hasta toparme con un claro, caí de rodillas, instantáneamente se mojaron, pero no me importó, tenía posibilidades de vivir, me pasé las manos por la cara, me recosté en el piso y cerré los ojos, estaba exhausto. Dormí como dos días.
