La luz golpeando con insistencia mis párpados, convirtiendo el fondo oscuro en uno rojizo, provocó que los abriera. Un gruñido se escapó entre mis labios secos y agrietados cuando los rayos del sol golpearon mis pupilas, haciendo que cerrara nuevamente los ojos. La fría brisa matutina se colaba entre la cortina grisácea y desgarrada que cubría parcialmente la ventana con cristales rotos.
Volví a abrir los ojos, está vez, con más precaución que la primera vez. Mi vista se fue adaptando y fue captando los detalles a mi alrededor. La cortina de tela, que más bien parecía queso cheddar por los agujeros en ella, se movía de forma suave y compensada. La brisa que chocaba contra la casa del árbol parecía ser el lamento de una mujer llorando por sus hijos. Aquella helada mañana en Nunca Jamás parecía ser tan tétrica como el resto.
Me acomodé la blusa, que se había subido por encima de mi ombligo, y me fui desperezando. Las respiraciones tranquilas y lentas de mis hermanos, John y Michael, solo me hacían sentir más ansiosa por salir de esa isla con cada segundo que transcurría.
Me aseguré de atar bien las agujetas de mis tenis, percatándome en ese momento, de las hojas que crecían entre las tablas de madera que conformaban el piso de la casa del árbol. El olor a pino penetraba en mis fosas nasales y el piar de los pájaros perforaba mis oídos.
En la esquina de la habitación se encontraba una vieja capa achocolatada, pulcramente doblada, y, encima de ésta, se encontraba un palo de madera con espirales en la base. Rapunzel la solía llamar varita.
Teníamos prohibido tocar sus cosas. Y no es que quisiera desobedecerla pero en el momento en que aparté la tela que servía como puerta y no la vi cerca me vi tentada a hacerlo.
¿Y si aparecía Pan?
Rapunzel nos había traído a Nunca Jamás hacia unas semanas; mis hermanos pensaron en que ella podría regresarnos con nuestros padres pero ¿Y si las cosas salían mal? Siempre he leído que con el tiempo no se ha de jugar ¿Qué pasaría si algo sucedía mal? o peor ¿Qué tal si Pan descubría que estábamos en su isla? Rapunzel nos dijo que había hechizado la cabaña para que no detectara nuestra presencia y nos había traído a Nunca Jamás con la ayuda de la capa de Peverell (la cual nos hizo invisibles y a Rapunzel le había ayudado a evitar a Peter cuando estuvo buscándola).
Yo no quería toparme con esos ojos esmeralda.
Con esos endemoniados ojos jade que me habían prometido muchas cosas pero yo, inocente o estúpidamente, había sido incapaz de leer entre líneas.
Un escalofrío recorrió mi cuerpo, no sé si había sido producido por el recuerdo o por la helada mañana. Las hebras de mi cabello se agitaron cuando sopló con más brusquedad el viento. A regañadientes improvisé para atar mi cabello rebelde.
Pan no había estado de humor últimamente. Eso se podía ver a leguas con solo mirar el cielo nublado o con el continuo zarandeo de las ramas más pequeñas y débiles. Tragué en seco, mi garganta se sentía demasiado raposa que incluso dolía pasar saliva.
Era nuestra culpa.
Habían invocado a Rapunzel para pedirle ayuda. Ella fue contra la petición de Pan de quedarse en Nunca Jamás. Y ahora, él la había desterrado por desobedecer.
Un ruido muy cerca me sacó de mis pensamientos. Alguien o algo movía de forma descuidada los matorrales y caminaba de forma patosa, rompiendo las hojas secas y ramas que iban en su camino. Un marinero, por su estilo de vestir y su arco listo para ser cargado, miraba de forma determinaba la entrada de la casa del árbol.
Por un momento quise gritar pero la voz no salió de mis labios.
«Tranquila. No puede verme.» Pensé, exhalando de forma brusca. Los ojos negruzcos del hombre se confundían con sus pupilas y su cabello lacio, graso y en gajos (seguramente por la falta de un baño) tapaban su ojo izquierdo. «¿Quizás es un espía de Pan o un niño recién llegado? No, se ve muy viejo para ser un niño perdido pero eso no indica que no trabaje para ese niño endemoniado.»