Pájaros.
¿Quién iba a saberlo?
Suena algo totalmente irreal, y la verdad, patético.
El sólo hecho de querer hacer algo más, salir de la rutina, fue lo que me empujó. Llamé a mis mejores amigos, y les dije: “¿Por qué no hacemos algo divertido? Algo que no hacemos normalmente”. A lo que se nos ocurrió ir al cementerio, después de las ocho de la noche que ya está cerrado. De preferencia, escogimos medianoche, por las clásicas historias de terror que cuentan.
Mientras llegaba la hora de la verdad, como lo hacíamos cada viernes por la noche, nos refugiamos en el bar de siempre. Solamente se requirió un par de tragos de ese coraje líquido para prepararnos e iniciar esa aventura.
Idiotas.
Pasaron las horas.
El nerviosismo ataca.
¡¿Qué putas estás haciendo con esa ouija?!
Está bien, pero solo un rato y nos vamos.
Lo logramos. Estamos dentro.
No fue fácil, pero logramos entrar al cementerio. La cabeza me daba vueltas.
Alguien pare este juego, me quiero bajar.
Entre risas, golpes, caídas al piso nos adentramos en el cementerio. Sin rumbo fijo. Cuando uno de ellos nos dirige hacia un mausoleo viejo y descuidado casi hasta el fondo del terreno, al borde de un barranco.
“Este es el lugar, ¡Saca la ouija!”
Las paredes del mausoleo estaban pintadas con graffitti, las puertas destrozadas a punto de caer. Sin embargo, entramos y ya no había vuelta atrás.
Imbéciles.
No sucedió nada en los primeros 15 minutos. A punto de irnos y el tablero empezó a enloquecer. Formamos el círculo otra vez, y retomamos el juego, transpirando miedo y desesperación.
“¡Puta! ¿Alguien vio eso?”
Lo que pareció un pájaro negro pasó rozando mi cabeza.
Pero nadie vio nada.
El tablero se detuvo.
Y empiezo a sentir que mi mano derecha se empieza a quemar, un dolor indescriptible.
Empiezo a gritar, pero mis compañeros no entienden que me sucede.
Volteo a ver a mi lado, y veo como una especie de pájaro me devora la mano.
Pánico.
Me empiezo a retorcer en el piso, mientras este pseudo pájaro me empieza a devorar parte de mi brazo también.
Grito.
Petrificados, se quedan viendo sin hacer nada.
“¡Pájaros! ¡Pájaros!” Es lo único que puedo decir, mientras veo como entran más y más y se posan sobre mi cuerpo, listos para arrebatarme cada gota de vida de mi cuerpo.
Alzo mis brazos para pedir ayuda, pero muy tarde…
Mis compañeros huyeron.
Lo único que siento es dolor, como estas criaturas desgarran pedazos de carne poco a poco. Como la sangre empieza a escurrir entre las grietas de este sucio y viejo mausoleo.
¿Qué donde estoy ahora?
No estoy seguro.
Lo único que sé es que aquí me siento bien. La mayoría del tiempo puedo ver como cambia el cielo de dorado a un negro casi azulado. Siento algo frío, como piedra a mis supuestos pies.
A veces veo pájaros negros volar en el cielo.
Sí, aquí quiero estar.