El día estaba nublado. Las personas que aún estaban en las calles corrían para alcanzar el autobús y volver a sus casas antes de que se desatara la tormenta. El cielo estaba oscuro y con indicios de que habría una fuerte llovizna, pero yo me mantuve en mi lugar, no me moví. No me preocupaba.
Por el rabillo del ojo, pude ver a un niño pequeño que estaba caminando ¿solo? Giré mi cabeza para poder tener una mejor vista de él, estaba corriendo por las veredas sin ningún cuidado. Por un momento temí que se tropezara y en ese instante unas delicadas manos abrazaron al niño y lo elevaron alto. Me reprendí mentalmente por tener la estúpida idea de un niño vagando solo en la calle en un día así.
Aun podía oír las risas del niño mientras su madre se alejaba junto a él en dirección al edificio al otro lado de la calle. Miraba con alegría mientras ellos se adentraban en las grandes puertas del edificio.
Una voz interrumpió mis pensamientos.
—disculpe señorita, debemos cerrar, estaremos en horario de almuerzo y…—me apresuré para alcanzar mi bolso, y le pagué lo correspondiente al mesero.
—Disculpe, por casualidad tiene una bolsa para poder llevarme estos pasteles, me los iré comiendo en el camino, si no es molestia…—el señor fue muy amable y me trajo la bolsa. Guardé cuidadosamente los pastelitos de chocolate en mi bolso, procurando que no se aplastasen. Le sonreí al caballero, y él me despidió con la mirada. Tomé mi bolso que estaba en el respaldo del asiento del restaurante y caminé apresuradamente, sabiendo que la tormenta venía en camino. Me reprendí por no haber llevado abrigo y haber salido solo con un delgado y corto sweater que no me cubría prácticamente nada, durante esta época. Llegué al paradero en espera de un autobús o un taxi. Las calles estaban desiertas. Preferí sentarme, al parecer tendría que esperar. Habían pasado 40 minutos desde que había estado esperando y no había señal de transporte. Me resigné, debería haberme venido antes sabiendo que llovería, pero regañándome no solucionaría nada. No sé cuánto rato más estuve a la espera, tampoco me importaba mucho. No tenía prisa, pero no quería mojarme y llegar empapada a casa de mis padres y oír sus advertencias: te resfriarás, deberías haber cogido abrigo antes haber salido, que despreocupada eres contigo misma…
