27. De vuelta

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Me despido de mi amigo Monigote y su pandilla y salgo de la taberna con mi nuevo colgante al cuello. El bullicio en esta villa es continuo. El borracho que estaba en la puerta está todavía más embriagado, ahora ya ni siquiera habla, solo mira a un punto fijo mientras trata de mantener el equilibrio.

Atravieso la villa del caos y me dirijo hacia el cocotero donde estaba mi amigo. Veo que allí sigue.

—¡Hola! —dice desde su cocotero.

—¡Hola! —saludo con suavidad para no llamar demasiado la atención.

Los piratas se encuentran trabajando con madera, parece que fabrican tablones y piezas varias. Uno de ellos se encuentra mirando un plano, desde aquí me parece divisar que muestra las cuadernas de un barco, el esqueleto. Lo más probable es que sea para construir el barco que le debemos mi amigo y yo, aunque yo he tenido la suerte de que no me hayan reconocido.

Intento iniciar una conversación, pero no encuentro un buen modo de hacerlo. A ver si consigo convencerles de que le liberen.

—Hola —les digo. Creo que esta parte es esencial. Todos los piratas me miran con sus caras de haber tenido una infancia difícil.

—¿Qué haces tú aquí?, ¿tienes el dinero? —dice el cabecilla haciendo gala de la famosa "amabilidad" pirata.

—No. Vengo a ver si podemos hacer algún tipo de trato. —A los piratas les gustan estas cosas, yo lo sé, a ver qué sale—. He estado hablando con el Rey de los Piratas y quizás podríamos llegar a algún tipo de pacto.

—¿Qué propones? —contesta cambiando ligeramente su tono de voz. Parece que lo de que vengo de hablar con el Rey de los Piratas le causa impresión. Como si yo tuviese un as en la manga que pudiese usar.

De repente, el pirata se queda mirando el distintivo que llevo colgado al pecho. Se le transforma la cara completamente y cambia de actitud.

—¡Discúlpeme! No me había dado cuenta de su Sello de la Alianza, mis más sinceras disculpas. —dice con voz trémula mientras realiza una reverencia. Se queda con la cabeza bajada, como si estuviese asustado y esperase mi respuesta.

—Tienes mi perdón —contesto a la vez que hago un gesto con la mano, de esos que los aristócratas hacen en las películas con los sirvientes. Me encanta impartir justa justicia.

Parece que surge efecto porque al momento se incorpora para seguir hablándome, esta vez más calmado.

—Le daremos a nuestro prisionero para que forme parte de su tripulación, no hace falta que nos pague nada. Si es su deseo, así será.

—Me gustaría que además lo liberaseis de su deuda —digo repartiendo justicia y clemencia por doquier.

—Por supuesto, es su tripulación ahora. No teníamos pensado reclamarle nada, pues desde este momento está bajo su mecenazgo.

—De todos modos, me gustaría compensaros. Tomad —les digo entregándoles las semillas que me dio Aila. Creo que es lo menos que puedo hacer después de haber hundido su barco.

Los piratas, tras inspeccionar el saquito, me miran sorprendidos. Parece que el contenido los ha dejado atónitos y ahora me miran como si el Sello de la Alianza fuese una baratija al cuello de alguien mucho más importante.

—¡No puede ser, son semillas de Aila!, ¿me equivoco?

—No. Estás en lo cierto. Me las ha dado ella —contesto.

—¡Ohhh! —se escucha una ovación. Me aman, claramente.

—Si me permite la pregunta, ¿ha visto a Aila en persona?

—Claro, de hecho he estado pasando unos días en su casa —contesto quitándole importancia a la respuesta.

—¡Ohhh! —La ovación es de auténtica admiración. Me miran con más respeto si cabe.

Quizás pueda aprovechar la situación para saber algo más de ella, así que aprovecho el momento para preguntarles.

—¿La conocéis vosotros?

—Si usted se refiere a que si la conocemos en persona, no tenemos el honor. Pero sí que sabemos quién es. Todo el mundo conoce a Aila.

—¿Qué sabéis de ella? —pregunto.

—Sabemos que todo el mundo la respeta, que siempre es bien recibida allá donde va. —Hace una larga pausa, como para rememorar sus aventuras—. Como piratas, navegamos sin cesar por todos los lugares. Aunque la mar es nuestra especialidad, también nos aventuramos tierra adentro, incluso en aquellos lugares donde nadie se atrevería a entrar. Hemos visto de todo, hemos estado a punto de no volver de muchos lugares e incluso hemos perdido hombres en nuestros viajes. También hemos visto mapas secretos, mapas que muy pocos ojos han visto y nos han llevado a lugares sorprendentes. —El pirata hace otra pausa. Es un estupendo narrador.

—Y a pesar de todo ello, jamás hemos topado con la ciudad donde vive Aila —expresa en tono de absoluto asombro. Parece abrumado por la idea de que la ciudad donde vive Aila sea real y no una leyenda.

—¿Sabéis cómo se llama esa ciudad? —pregunto.

—No lo sabemos ni conocemos a nadie que lo sepa. Solo sabemos por las leyendas de piratas, que Aila no sale mucho de su ciudad. Se acerca a los mercados a vender sus semillas y se le agotan nada más llegar. Todos quieren comprárselas, a cualquier precio, aunque ella fija precios asequibles para cualquiera. Sabemos también que Aila no tiene ningún hábito, no siempre vende en el mismo mercado, ni tienen una frecuencia, así que es imposible saber cuándo aparecerá o dónde —sigue comentando el pirata.

De repente uno de sus esbirros continúa la narración.

—Desde lejos, parece una mujer normal. Pasa desapercibida completamente. Sin embargo, cuando te das cuenta que está ahí, cuando eres consciente de que estás con ella, es cuando te das cuenta de que no es normal. Podría estar sentada a tu lado y no darte cuenta. Es solo cuando abres tus ojos de verdad, cuando te fijas profundamente más allá de lo que ves. En ese momento, te das cuenta de que no es normal. Podrías saber que es ella, aunque no te haya dicho su nombre —dice desde detrás de su líder, con los ojos muy abiertos. Si el jefe era un buen narrador, este no lo es menos.

Con la ruptura del monólogo del capitán, otro pirata interviene en la conversación.

—No es fácil saber dónde vive. Nadie se atrevería a seguirla para llegar a su vivienda —dice el nuevo locutor pirata con tono de estar hablando de una leyenda.

—¿De verdad podemos quedárnoslas? —pregunta el capitán con asombro mirando el saquito.

—Sí, son vuestras. Espero que compensen vuestra pérdida —digo repitiendo el gesto de indiferencia con la mano.

—Por supuesto que sí. Gracias por su regalo —dice haciendo una gran reverencia.

El caballero, todavía atado al árbol, interviene en la conversación desde lo lejos.

—¡Chicos!, ¿os puedo pedir un último favor? —grita.

—Por supuesto. Díganos qué desea —interviene el capitán.

El caballero mira hacia arriba, señalando con la cabeza.

—¿Me podéis bajar uno de esos cocos?

Apunte: la foto de cabecera es del cómic :)

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Apunte: la foto de cabecera es del cómic :)

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