Carolina

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¿Y vivieron felices para siempre?

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¿Y vivieron felices para siempre?

Ojalá.

Iniciar una vida juntos, eso fue lo único en lo que pude pensar la primera vez que la abracé. Sentir su cuerpo menudo -tan tierno a la vista, tan suave al tacto- despertó en mí algo más que amor, algo más que ternura y algo más que pasión, era un algo tan perfecto y tan tangible que la única consecuencia posible era el deseo de tenerla así para siempre.

El noviazgo fue corto y difícil, con tantos baches y complicaciones como los que una pareja normal experimenta en años, sólo que condensados en apenas seis meses; toda una prueba, una prueba en la que habríamos fallado de no ser por una terquedad a toda prueba, quizá la de ella más grande que la mía.

Sus padres no podían creer que ella me hubiera elegido a mí, el tipo que parecía incapaz de relacionarse, el sujeto que había dejado un rastro de corazones rotos a causa de su aparente incapacidad para amar, para amar de verdad. Además, mucho mayor que ella.

Mi familia no podía creer que yo la hubiera elegido a ella, la niña que había llegado hasta una colonia conservadora de clase media huyendo del escándalo que se había desatado en la pequeña ciudad donde vivía cuando se supo en qué trabajaba, algo que, supuestamente, ni siquiera sus padres sabían.

Y fue así como nos encontramos, la pareja menos perfecta del mundo, las dos únicas personas que no debían estar juntas y que decidieron que a pesar o precisamente por ello, querían estar juntas.

Su sonrisa al final de la barra, mi mirada fija en su escote; sus suaves y torneadas piernas deliciosamente enmarcadas por una entallada minifalda, el pantalón entallado que delineaba mi trasero. Eso fue lo que nos reunió. ¿Superficiales? Sí. ¿Brutalmente honestos? También.

¿Cuál es la razón de mentir? ¿Qué objeto tiene ocultar la verdad? ¿Por qué es "malo" admitir que su cuerpo hermoso y diminuto fue lo primero que atrajo mi atención? ¿Porque es el corazón lo que cuenta? ¿Porque es el interior lo que debería enamorarnos? Tal vez sí, tal vez no.

Lo cierto es que a nosotros nos funcionó de esta forma.

Una noche. Se suponía que todo debía durar sólo una noche. Un acuerdo que firmamos sin siquiera decirlo. Yo lo vi en sus ojos tanto como ella lo vio en los míos y, sin embargo, no fue así.

Hubo algo en esa "única noche", algo en sus gemidos, algo en mis ojos, algo en el increíble ritmo que conseguimos a pesar de ser dos perfectos desconocidos, algo en la forma en que se acurrucó contra mi pecho al terminar, algo en la forma en que la abracé para que no se fuera, por lo menos hasta que llegara el alba.

Una semana, sólo una semana sin verla pude resistir después de aquella noche. No sabía quién era, apenas si sabía su primer nombre y aun así lo supe, supe que ella también volvería; ése fue otro pacto que hicimos, sin sangre, sin letras, sin rituales, sólo sabiendo que ambos lo queríamos y ambos lo necesitábamos, pero, a diferencia de aquel primer acuerdo, éste era uno que no sólo estábamos dispuestos a seguir, sino que habríamos hecho hasta lo imposible para hacer que el otro cumpliera su parte.

Sin embargo, no fue necesario; tal como nuestros ojos lo acordaron aquella mañana al despedirnos: ahí estábamos ambos, una semana después, en los extremos opuestos de la barra. Un beso, un par de tragos y de vuelta a lo nuestro, a nuestro Edén particular, aquel de donde jamás seríamos expulsados o al menos eso creíamos.

Sus amigas decían que nos veíamos "lindísimos" juntos pero que no iba a durar. Sus amigos decían que yo era demasiado viejo para ella. Mis amigas decían que qué podía tener en común con aquella "niña". Mis amigos decían que estaba "bien para un rato, pero nada más". Su familia no me quería. Mi familia no la quería.

Y tenían razón.

Decidimos separarnos, decidimos que lo mejor para los dos era no volvernos a ver, decidimos que el peso de nuestro pasado era demasiado como para que nuestra relación lo soportara.

Yo me encontré una noviecita "buena y decente", la clase de "princesa" que todos creían que era ideal para mí. Ella se dedicó a recuperar el tiempo perdido: universidad, amigos, fiestas, relaciones sin sentido, rápidas y furiosas, como se suponía que la nuestra debió haber sido.

Fueron sólo tres semanas, 21 días, 504 horas sin vernos, sufriendo lo indecible a pesar de que, por fuera, parecíamos perfectamente felices: yo de novio con cómo-se-llame y ella de lleno en aquella vida que era suya por derecho, pero a la que había renunciado por circunstancias más allá de su control.

Pero, como ya lo dije, ninguno era feliz.

No obstante, hizo falta una tragedia, un amargo giro en una historia que no debió siquiera comenzar, para que ambos nos diéramos cuenta de que queríamos hacerlo y de que haríamos hasta la imposible por estar juntos.

Un día, una noche más bien, ella llegó hasta mi puerta. Apenas abrí y una furia ciega se despertó en mi interior, una ira tan absoluta y tan ardiente que ella misma tuvo que retroceder un par de pasos, aún más asustada de lo que había llegado.

El enorme moretón en su ojo derecho, su labio inferior reventado y los moretones visibles en su hermoso cuerpo contaban toda la historia sin necesidad de palabras. Peor aún, yo sabía quién lo había hecho y sabía dónde encontrarlo.

Típico. El pobre idiota no tuvo el valor siquiera para sostenerme la mirada; las palabras "puta" y "a eso se dedica" se callaron abruptamente con el primer golpe y con el segundo se cambiaron por lágrimas y gimoteos, al final lo único que el imbécil podía decir era "por tu madrecita santa, ya no más". Inútil súplica. Los nudillos me sangraron y él no volvió a ser un problema, al menos no para nosotros.

Una hora después regresé a casa y ella seguía ahí mismo, parada a la mitad de la sala, con los ojos clavados en la puerta pero la vista perdida en la nada.

Y en cuanto me vio entrar se arrojó a mis brazos, llorando y pidiéndome perdón, como si el crimen hubiera sido suyo, como si la completa idiotez de los hombres, que no saben resolver las cosas más que a golpes, fuera su responsabilidad.

Nunca más. Nunca volvería a dejarla. Nunca permitiría que alguien la apartara de mí. Su familia, mi familia, sus amigas, mis amigos, el mundo entero tendrían que aceptarlo o irse al infierno.

No hubo boda, no hubo fiestas, no hubo regalos ni brindis, solo hubo un pacto entre ella y yo, un acuerdo que hicimos con una mirada y que cumpliríamos a toda costa y al mundo, a final de cuentas, no le quedó más remedio que aceptarlo.

¿Viviremos felices para siempre? No lo sé. "Para siempre" suena como mucho tiempo y no estoy seguro de que la felicidad pueda ser eterna.

Por lo pronto la amo, me ama ¿qué más necesito saber?

10 veces ellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora