Transilvania

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El cuchillo afilado desgarrando la carne, liberando  su jugo y olor apetitoso. Se veía mucho más tierna aquel día. Los labios rojos de su madre se intensificaban cada vez más y la incomodidad se acumulaba en su cuerpo. Esa mirada llena de desconfianza que los pájaros multicolores consumían en silbidos. Se intriga, el solo había visto cuervos en el otro lado de la cuidad.

<< ¿Nos dirás en algún momento? >> La voz de su madre sonó molesta, algo intrigada y seca. No estaba de buen ánimo, lo notó en la mañana cuando el desayuno jamás llegó << ¿Dónde estuviste anoche? >>

<< Estuve en mi habitación >> El susurro murió en gruñidos de su madre. Lo que más odiaba aquella mujer era que le mintieran cuando ya sabía la verdad.

<< ¿Será que estas cortejando a alguien y no nos has dicho? >> La palabra la tomó su padre y la mente de Ji Min dejó de generar mentiras, ya tenía la perfecta. << Quizás quieras mantenerla en secreto >> Subió sus cejas, dejando que su frente se llenara de arrugas, y le mostró una sonrisa llena de confianza.

No habló más en toda la comida. Sus padres lo conocían como un niño tímido y tomaron su silencio como una afirmación. Ji Min se aprovechó de aquello.

Subió a su habitación cuando su plato fue recogido y cerró con pestillo. Necesitaba dormir y aprovecharía que sus padres estarían fuera toda la tarde para hacerlo. Quitó sus zapatos rápido y sin cuidado, y se metió bajo las colchas. Hacía el frio, el viento hacia rechinar las ventanas y Park le temía un poco a aquello. Concentró su mente en pensamientos del día anterior y, entre suspiros, logró conciliar el sueño.

<< ¿Por qué eres tan lindo? >> El frio aliento hizo a Ji estremece en su siesta, pero no abrió los ojos. Jeon sonrió, no era su cometido despertarle. Tomó la sabana y cubrió su mano, para así acariciar su rostro sin que sintiera su baja temperatura. De todas formas, Park era muy sensible y cortó su sueño en el primer toque de su mayor. No dijo nada, sólo dio la vuelta y dirigió su vista al reloj. Marcaba las ocho de la tarde.

<< No debería estar usted aquí, mis papás volverán en cualquier momento>> Al terminar de decir aquello, se sentó en su cama y buscó sus zapatos con su vista. Lo detuvo aquella fría mano que antes había intentado acariciarle. << Señor J-jeon…>>

<< Ellos nunca sabrán que estuve aquí >>  Se estiró para acariciarle el cabello << Me iré antes de que vuelvan. Confía en mi>> Y sin que se diera cuenta, besaron sus labios de una forma dulce y delicada, deslizando amor en cada movimiento.

La madre de Ji Min era una plebeya sin mucho dinero, pero con una belleza inigualable capaz de conquistar a cualquier hombre que ella quisiera. Su único problema era un bebe que cargaba, que había dado a luz por lo engaños de un hombre que le prometió amor y casa a ella, y otras mujeres más. Todos los hombres le rechazaban por ser impura y por su bastardo, todos excepto el señor Park. Aquel hombre juró no haber visto mujer tan bella y prometió que nunca más tan bello ángel tendría lágrimas ni polvo en su rostro. La madre de Ji aceptó los cortejos al instante y se entregó aquel hombre que cumplió las promesas que otro no pudo.

Ji Min adoptó el apellido y se volvió un niño de alta clase, aunque él siempre supo que el señor Park no era su padre. Por eso era tan amable con él y atento, era una forma de mostrarle aún más cuanto quería a su madre. El problema que se ganó con todo esto era que el señor Park no tenía más hijos y él se volvió el heredero. Todo dependía del ahora. A veces deseaba ser el plebeyo con poco dinero, y más aún cuando el señor Jeon le hacía compañía. ¿Qué harían sus padres si supieran que su hijo predilecto se anda besuqueando a escondidas con un varón? Y peor que sea con el Conde Jeon.

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