Veo el reloj y son las siete, He vuelto a dormirme, cómo no. Oigo cómo mi madrastra grita mi nombre desde la planta baja; no sé cómo no se queda afónica. La odio tanto, que a veces dejo que grite para que después le duela la garganta. Soy retorcida, lo sé.
Debería haberme despertado hace una hora, para poder prepararme y tener tiempo de desayunar. Después de diez minutos, sube a mi cuarto y me dice que por qué no estoy lista ya.-Estoy casi lista, déjame en paz-le digo mientras le cierro la puerta en las narices.
Odio que la gente entre en mi cuarto sin mi permiso, y odio que lo haga ella.
Me visto, me cepillo los dientes, ordeno mi cuarto y me preparo para mi primer día en la universidad, una universidad de Estados Unidos, en San Diego. Pensé que jamás acabaría aquí, era un sueño para mí viajar a Estados Unidos, pero tampoco quería que ocurriera de esa manera...
Yo vivía con mis padres en un país de Europa del Este. Mi madre trabajaba muchas horas diarias para que yo pudiese comer. Ella siempre me decía que estudiara para poder tener más dinero que ella y pudiera darles de comer a mis hijos. Y yo lo hacía, me gustaba hacer a mi madre feliz.
Pero un día mi madre cayó enferma. No sé qué le ocurrió, solo sabía que estaba en el hospital. Mi padre y yo fuimos a verla inmediatamente, y el médico nos explicó que no era nada grave. Ese mismo día, mi padre empezó con el alcohol.
Bebía y pegaba a mi madre. Ella me decía que me escondiese cuando él lo hacía y lo odiaba por ello, pero no podía hacer nada, era una niña.
Pasaron años así, hasta que la cosa se calmó y me di cuenta por qué. Mi madre estaba embarazada y cada día se le notaba más.
Las cosas se solucionaron entre ellos, pero el embarazo no iba bien. El médico dijo que había altas posibilidades de que mi madre muriese si tendría al niño, pero ella no quería abortar. Y el médico llevaba razón.
Perdí a mi madre en el instante en el que mi hermano pequeño nació, mi madre, aquella persona que me animaba a hacer todo, sin tener miedo a nada.
Cuidé a mi hermano y juré que él debía seguir el mismo camino que yo, estudiar. Mi padre empezó a trabajar en una importante empresa, y casi nunca estaba por casa.
Hasta los 14 años viví en Europa. Pero al acabar el octavo curso, me mudé aquí porque a mi padre lo habían trasladado. No quería venir así, pero no podía alejarme de mi padre. Mi hermano tan solo tenía cinco años. Le hizo mucha ilusión.
Comencé el instituto y mis notas cayeron en picado. Pasé de matrículas de honor a unos y doses. Mis profesores estaban preocupados. Pero yo no tenía ganas de estudiar, no quería vivir en este país. ¿Y mamá? La echo mucho de menos y no estaba para darme consejo. En el segundo trimestre me di cuenta de que tenía estudiar, se lo prometí a mi madre. Recuperé mis notas.
Entonces, mi padre conoció a una mujer. Él tenía 34 y ella 24, diez años de diferencia. No me gustaba nada, vestía indecente para el trabajo de secretaria que ejercía y llevaba demasiado maquillaje. Pero a mi padre la hacía feliz, y yo lo veía. Se casaron al siguiente año de conocerse, así que al empezar décimo curso se convirtió en mi madrastra.
A Ian, mi hermano, no le hizo ilusión, y eso que solamente tenía siete años, pero tenía que aceptarlo al igual que yo. Se portaba bien con ella y empezó a cogerla cariño, pero no la consideraba su madre. Al contrario que yo, que la odiaba y la detestaba. No me gustaba nada esa mujer y se me pasaban muchas ideas por la cabeza de que podía serle infiel a mi padre. No quería eso, ya perdí a mi madre, y perder a mi padre, a pesar de que había sido un alcohólico, no me gustaba la idea. No quería estar sola en este mundo, a pesar de tener a Ian.
Mis notas eran muy buenas y los profesores estaban encantados. Al terminar el instituto conocí a un chico muy guapo, Lukas, y empecé a salir con él. Era muy agradable conmigo y era el único chico que besé en mi vida.
Mi pensamiento se desvanece mientras oigo a Lauren, mi madrastra, volver a gritar mi nombre.-Azalea, baja de una vez. Tenemos que coger el coche para ir a la universidad.
-Ya bajo, deja de ser impaciente-le respondo.Cuando bajo, encuentro a mi familia esperándome. Pensaba que mi padre no iba a acompañarme hoy e Ian ya había empezado las clases. Pero me alegraba de que fuesen conmigo, ya que no quería pasarme una hora con Lauren en el coche, escuchando su música y a ella cantando.
El tiempo se me pasó volando y yo ya estaba en la universidad. Había sido aceptada en todas las que envié solicitud, pero esta fue la que me gustó, aunque no era la más cerca de casa. Entré en el campus y comencé a mirar a todos lados.
-Vamos a buscar mi habitación-digo y todos asienten.
Después de diez minutos buscando, encontré mi habitación. Mi padre quería que no la compartiera, aunque a mí me daba igual. Pero ahora, al verla, y ver la cama inmensa, deseo estar sola. Dejo las maletas y me dispongo a sentarme.
-¿No vas a investigar la facultad? Tienes que ir a buscar dónde están tus clases, dentro de poco empiezas-dice mi padre y sé que lleva razón.
Me gusta llevar una vida organizada y sabía lo que quería estudiar desde hace mucho. Me despedí de ellos, sobre de todo Ian que no volvería a verle en mucho tiempo, y decidí caminar por el campus. Vi los carteles de unirse a clubs, y decidí apuntarme a los que estaban relacionados con mis asignaturas. Busqué las clases y calculé el tiempo que podía tardar en llegar de un lugar a otro. Estaba mirando la agenda de mi móvil donde llevo todo apuntado cuando me choco con un chico en el pasillo del edificio de Ciencias. No sé qué hacía allí, pero quería ver los edificios a los que no iba a entrar, ya que mis asignaturas no se impartirían allí.
-¡Mira por dónde vas!-me grita.
-Y tú mira con quién te chocas-le contestó y me dedico a seguir mi camino.
-¿Qué has dicho?-me pregunta mientras me agarra del brazo y me tira hacia él.
-Suéltame o llamo a la policía-le digo mientras me suelta.No quiero volver a verle en los años que me quedan de universidad.
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Tu alma es mía
Teen FictionElla, una chica buena, él, un chico malo. Ella, un corazón puro, él tenía el alma negra. Ella sin ningún error cometido y él todo lo contrario. Se evitan continuamente sin saber que están destinados a que sus caminos se junten.