Capítulo siete.

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—conocí a un muchacho en Bolonia, apuesto que te llevarías bien con él. —dijo mi padre, a la hora de la cena, un día después de haber regresado de su viaje a Italia, donde se quedó tres meses, visitando a algunos amigos suyos de la universidad.

— ¿y por qué crees que me llevaría bien con él? —pregunté, había extrañado mucho a mi padre.

—bueno, pues casi son de la misma edad, y también trabaja para largarse de su casa lo antes posible, como vos.

— ¡no lo hago por eso! Simplemente quiero tener dinero, ahorrar, ya sabes, para el futuro. Además, ya no soy la cajera, ahora trabajo en las cocinas, ¿verdad madre? —dije, volteándola a ver. Esta estaba en su teléfono, sumida en su trabajo.

—ajá cielo.

— ¡maravilloso! Eso es genial Luna. —dijo mi padre, con una sonrisa auténtica, luego volteó a ver a mi madre, con el rostro serio.

—bueno, aunque no me quisiera trabajar en el restaurante para siembre, quisiera ser escritora, una escritora famosa, como J K Rowling o... como el escritor favorito de mi tía Tara, Nicholas Sparks.

—cariño, deja el celular, estamos comiendo en familia. —dijo mi padre, sin dejar de ver a mi madre.

—ya voy, estoy haciendo la cita para la radiografía.

— ¿radiografía de qué? —preguntó mi padre, desconcertado. — ¿te duele algo cariño?

—He estado teniendo dolores de cabeza muy fuertes, —dijo mi madre, apagando el teléfono por fin. —no quiero pensar nada malo, pero es mejor descartar la idea de... bueno... un tumor.

La mesa quedó en silencio. No me atrevía a decir nada. Mi madre no le dijo nada de sus dolores de cabeza en las cartas o cuando llamábamos, para que no se preocupara, pero ahora que llegó... no sé qué pasará.

—no creo que sea nada cariño, de seguro nada más es migraña por tu trabajo. —comentó al fin, aunque en su voz noté preocupación y algo de duda.

—esperemos que sea eso. —respondió mi madre, y de repente cambió la conversación. — ¿qué decías, David, del chico ese que conociste?

—bueno, pues creo que tiene unos dieciséis años, y es una maravilla en la cocina, me recordó a mí cuando tenía su edad. Le encanta leer, como a vos Luna. —nos contó cómo lo conoció, y de repente olvidó lo de la radiografía. Pero yo no podía olvidar el rostro de mi padre cuando mi mamá le platicó de los dolores de cabeza, en la familia, mi abuelo, mi bisabuelo y mi tatarabuela murieron por un tumor cerebral, por lo cual no le convencía mucho a mi mamá que fuera por el trabajo. Después de la cena, mi padre me dio un regalo que había traído de Verona: una colorida bitácora con las hojas color verde, con mi nombre en la portada. Después de agradecerle, fui a mi cuarto, agarré un estilógrafo que había comprado hace tiempo, y empecé a escribir.

ciento cinco cartas y un libroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora