Los afluentes de sangre se unían dando forma a un inmenso río rojo que serpenteaba un terreno plagado por grandes estacas. Bordeando el cauce y adentrándose tierra adentro,
había infinidad de desdichados empalados en las afiladas puntas de los palos de madera. Las personas atrapadas en ese sufrimiento eterno emitían un sinfín de sonidos desgarradores. Las súplicas, las respiraciones agónicas y los débiles gemidos de dolor se propagaban por la atmósfera.
Ante aquel grotesco espectáculo, sin ser impregnado por el dolor de las almas en pena, padeciendo su propia tortura, Woklan caminaba siguiendo el cauce del río.
Inmersos en sus pensamientos, mientras avanzaba, el fango rojizo se le pegaba a las botas. Estaba tan absorto que ni siquiera era consciente de que aquel terreno, aquel lugar repleto de angustia, poco a poco empezaba a trasformarse.
A cada paso que daba, el macabro paisaje cambiaba su forma y, aunque la tierra conservaba el tono carmesí y el río seguía igual de caudaloso, los empalados disminuían su número.
Ignorando el entorno, sumido en un profundo sufrimiento que le desgarraba el alma, guiado por un impulso que lo movía a reencontrarse con su pasado, andaba casi sin darse cuenta de que lo hacía.
—Mi pequeña... —soltó con tristeza al recordar a su hija—. Todo fue culpa mía...
La mirada de Woklan, con los ojos inyectados en un intenso rojo, daba la sensación de estar mimetizada con el entorno. La única diferencia entre lo que desprendía aquel macabro terreno y lo que emanaba del crononauta era que en él el dolor se manifestaba en forma de lágrimas y no en forma de sangre. Por lo demás, aquel paraje y Woklan parecían estar fundidos en una inmensa proyección de sufrimiento mutua.
El teniente, guiado por un impulso primario, interrumpiendo el silencio de vez en cuando nombrando a su mujer o a su hija, caminó durante días por el borde del río. Anduvo sin percibir el paso del tiempo, sin sentir cómo le crecía la barba, cómo se le ensuciaba la cara y cómo se le desgastaban las botas.
Era tal el grado de ensimismamiento que tan solo se dio cuenta de que había alcanzado el borde de un acantilado cuando ya tenía un pie sobre el vacío.
—¿Dónde estoy...? —soltó casi sin fuerzas mientras retrocedía unos pasos.
En el momento en que se detuvo, prestó atención al ruido de la sangre golpeando las rocas, se giró y observó la inmensa catarata que escupía el caudal hacia la espesa niebla que cubría las profundidades del acantilado.
Se quedó quieto unos minutos, paralizado con la imagen del río siendo tragado por el abismo a la vez que sentía que no era capaz de evitar sucumbir ante la desgracia. Allí, frente al espectáculo del caudal de sangre perdiéndose para siempre en el vacío, se dio cuenta de cuánto se odiaba y al mismo tiempo de cuánto se compadecía. Aunque era un hombre sobrepasado por fuerzas ancestrales, él creía que eso no era suficiente razón para ser exculpado de sus pecados.
Era tal la intensidad del sufrimiento que emanaba de su interior, tan desgarradora la proyección de dolor, que no tardó en aparecer alguien que se sintió atraído por la agonía del crononauta.
El recién llegado se mantuvo unos instantes detrás de Woklan, examinando al humano que fundía su sufrimiento con el del lugar. Cuando se cercioró de que el hombre que tenía delante era el causante de la lenta muerte de la existencia, caminó hasta ponerse a su lado y dijo:
—Por más tiempo que pase, por más que ande por este lugar perdido y recorra sus fronteras, siempre que regreso aquí, a esta catarata, acabo cautivado por la forma en la que el dolor de las almas en pena es tragado por las fauces del vacío. —Se agachó un poco, extendió la mano y del cauce surgió algo de sangre que se condensó en una esfera—. Un dolor que alimenta a los que vagamos sin rumbo por la oscuridad. —Abrió la boca y decenas de lenguas con forma de gusanos se introdujeron en la sangre y la succionaron—. Somos esclavos de nuestra naturaleza. —Se limpió los finos labios y se irguió.
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Entropía: El Reino de Dhagmarkal
Fiksi IlmiahWoklan despierta sobre un charco de sangre dentro de una nave de La Corporación: la entidad encargada de explorar las líneas temporales. No recuerda nada, no sabe cuál ha sido el destino de sus compañeros y tampoco es consciente de que ha caído en l...