Capítulo VI

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Tras sacar una botella de leche del refrigerador, Shizuo dio un portazo que resonó por toda la casa. Las botellas remanentes repiquetearon al chocar entre ellas, pero el guardaespaldas no se tomó el tiempo de verificar si había roto alguna. Bebió de un sólo trago el contenido de la botella (su tardío desayuno) y luego se dejó caer en el amplio sillón de la sala.

Debido a que Tom lo había reñido, aunque diplomáticamente, por cometer destrozos sin excusas razonables («ser lo que eres no justifica que dañes las pertenencias de otros bajo ninguna circunstancia...»), Shizuo tenía el resto del día libre.

Lo anterior era cuestión que lo agobiaba enormemente y enojaba porque, además de sentir vergüenza por su falta de compostura, había cedido a pagar el daño a los dos coches que destrozó sólo por el hecho de rozar con Izaya.

«Toparse con Izaya es una "excusa razonable" para cabrearse, se mire por donde se mire.»

«La Pulga es una peste; cuando se deja ver, uno puede apostar sin temor a equivocarse a que sucederá alguna situación indeseable. Es un malnacido que únicamente causa problemas.»

Shizuo soltó un gruñido («pero eso no impidió que decidieras salvar su pellejo hace rato...», se dijo) y se recostó por completo, usando un brazo como almohada. Ciertamente no buscaba dedicar sus pensamientos a Izaya, pero lo molestaba aún más no entenderse a sí mismo. ¿Si era verdadero el odio que sentía por La Pulga, de hecho, lo era y no había nada que considerar en ese aspecto, qué le impidió hacerse de la vista gorda y fingir que no se enteró de su percance?

Hubiera resultado beneficioso para Ikebukuro actuar de ese modo.

Beneficioso y cobarde, pero sería lo mejor para la mayoría.

«Ahora que lo pienso, ¿qué pretendía Izaya cuando se acercó por la mañana?»

«Quizá sólo quería hacerme rabiar, como siempre.»

«Odio a ese cabrón.»

—Lo mataré apenas se me presente una nueva oportunidad.

Shizuo mantuvo esa convicción pese a traer a su memoria aquella explosión que precedió al incendio y también la visión de un inconsciente Izaya. El guardaespaldas reconoció a regañadientes que no se hubiera perdonado el abandonarlo en el lugar. Eso, sin duda, decía más de lo que siempre hacía saber a sus amigos e incluso a él mismo.

«Ahora que el "daño" está hecho, lo mejor sería dejarlo por la paz.»

«La Pulga tampoco cavilará sobre esto siendo que debe ganarse el odio de Ikebukuro.»

«Ese rollo de "amar a los humanos" es una mentira demasiado grande. Ni siquiera puedo creer que en verdad piense de ese modo. Quizá no lo haga, pero ¿a quién le interesa conocer que hay bajo esa odiosa sonrisa que pone a diario?»

«Mi vida sería perfecta, o casi perfecta, sin tan sólo Izaya desapareciera de ella.»

«Y lo mejor sería que tampoco lograra recordarlo.»

...

El domingo por la mañana, Shizuo salió de su ensimismamiento cuando escuchó un golpeteo en su ventana.

Se levantó de su asiento y se pasó una mano por el cabello sin peinar. En realidad, Shizuo tenía un aspecto sumamente desaliñado de los pies a la cabeza, pero ¿qué podía importarle como lucía si estaba libre de miradas curiosas?

Sobre el alféizar de la ventana, el informante saludó al guardaespaldas.

—¿Pulga? —Shizuo pareció realmente perplejo porque no habló en el tono grave que Izaya sabía terminaba por lastimarle la garganta cada vez que gritaba (sobre todo a él), dejándolo ronco. Pero la impresión no le duró mucho. Shizuo se recompuso y trató de alcanzar cualquier objeto para arrojárselo al intruso.

Izaya se las ingenió para adentrarse en la casa y pasar por debajo del brazo alzado del monstruo. Éste mantenía apresada una silla, dispuesto a golpear con ella a La Pulga.

«Eres un salvaje, monstruo.»

—Shizu-chan, ¿piensas usar eso contra mí? Si es así, ¿por qué?

—Porque quiero matarte, por eso.

La silla se redujo a un montón de astillas cuando Shizuo erró el tiro.

El escurridizo blanco rio.

—¡Creo que estás falto de práctica! —dijo esquivando por segunda vez al otro.

—¡Muérete! —exclamó Shizuo perdiendo mobiliario por cada segundo que pasaba.

Cuando no encontró más sillas o mesas que arrojar, Shizuo se detuvo. No tenía intenciones de tirarse encima su propia casa. Además, seguramente estaba armando una escena bastante ridícula y disfrutable para su enemigo.

—¿Ahora si me permitirás hablar? —dijo Izaya al otro extremo del cuarto. Sonrió cuando, en completa calma, pudo contemplar el desastre armado.

—¿Qué quieres? —preguntó Shizuo.

—Hacerte una pregunta —Izaya enlazó en su dedo la cinta que adornaba el cuello de su remera, pues el mostrarse sosegado tenía el efecto opuesto en Shizuo y eso lo ponía de mejor humor.

—...

—¿Por qué me salvaste ayer? Ah, por cierto, tu vida es un completo cliché. Es decir, ¡mira esta pocilga! Este lugar es el típico departamento de hombre soltero.

—¿Qué...?

—Es la verdad, además tu actitud no ha mejorado el asunto, ¿o sí?

—Tienes cinco segundos para largarte.

—¿No piensas ser razonable?

—Uno.

—¿Piensas evadir el asunto?

—Dos.

—¿Te arrepientes de lo que hiciste?

—¡Tres!

Izaya logró ponerse a salvo, pero no así la pared que recibió de lleno el puño de Shizuo.

—Ni siquiera eres congruente, ¡dijiste cinco segundos!

—Cuatro... ¡CINCO!

«¡No volveré a dudar en matar a este bastardo!»

«Shizu-chan no te pongas así. No es mi culpa que sepa lo que hiciste.»

—Tú elegiste salvarme, nadie más. Debes lidiar con esto.

—Déjame enmendar mi equivocación.

«Si eso gustas, puedes intentarlo. Pero yo no me iré sin obtener respuestas.»

El día a día de Izaya OriharaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora