Había una vez una nube. Sí, una nube; con forma de algodón gigante, algo desalineada, y rellena tanto de agua como de sensaciones y sentimientos. Sentimientos revolucionarios, que chocaban contra las costumbres de su familia y de su sociedad conformada por nubes blancas y perfectamente talladas.
La susodicha nube quería provocar todo tipo de cambios en el mundo. Provocando lluvia de colores, cambiando su color por uno que la identificara más, ¡hasta quería llegar a conocer al famoso Sol!
En fin, quería liberarse de la monotonía que la atrapaba. Pero ni su familia, ni su sociedad, iban a dejar que su camino fuese fácil. Ellos mismos iban a intentar obstaculizar su camino hacia el éxito. Porque según ellos, las cosas eran así por algo. No sabían bien porqué, pero se aferraban a esa postura febrilmente.
La nube soñadora se preguntaba, ¿por qué las demás nubes no se preguntaban lo que ella se preguntaba? o sea, ¿Por qué las cosas debían ser de una forma predilecta? ¿Nadie podía cambiarlo? ¿Nadie quería? ¿O nadie se animaba?
Todas esas preguntas tenían respuestas distintas, pero si de algo estaba segura aquella nube, era de que no estaba sola. Había encontrado a otras como ella, llenas de sueños, metas e ideales no convencionales.
Y un día, las nubes se fueron, no me acuerdo de cuántas eran. Sé que eran chiquitas, pero con un vigor gigante.
De vez en cuando hay personas que las ven y se sorprenden, hasta les sacan fotos. Ellas siguen su camino en busca de un mundo mejor, inspirando a algunos despistados que no dejan de mirar el cielo, en busca de respuestas.
