El sol de los venados

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El atardecer concuerda hoy con el paisaje, rojo. Es el sol de los venados que se refleja en la tierra, que se mezcla con el negro hollín en el rostro pálido de cada soldado tumbado en el suelo quizá vivo, quizá muerto ¿cómo llegué aquí?

***

"Joven y estúpido" fue lo primero que me vino a la mente cuando conocí al nuevo recluta. Era patético. Cada vez que corría, o lo intentaba, se tropezaba. Además, tartamudeaba. "¿Cómo terminó en el ejército? Y ¿quién lo dejó?", me preguntaba cuando dirigía las tácticas y lo veía entorpecer a todos.

Si no lo había enviado a otra unidad o de regreso a casa, era porque necesitábamos a todos y sus compañeros le tenían estima. Hablaban de él como si fuera el mejor de ellos. Parece que era inteligente, hablaba como un joven educado y era honesto. Me parecía difícil creerlo; pero, a pesar de todo, sentía un gran interés por él y me era inevitable mirarlo.

Con el tiempo no vi estupidez sino timidez. Además, sí tenía un temperamento reservado, era claro que había cosas que ocultaba, pero no era un mal muchacho. Pronto comenzamos a pasar más tiempo juntos cuando no estábamos en el frente. Así fue como su juventud se convirtió en mi compañía.

Cierto día él me alcanzó en mi revisión matutina del campamento. Se veía intranquilo: su cuerpo estaba estirado y tensado como un violín al que le han cambiado las cuerdas recientemente, en un momento su mirada estaba perdida y al siguiente sus ojos se movían frenéticos sin detenerse a mirarme. Sin hablar me decía que algo lo molestaba.

***

Una mañana decidí confesar mi amor por el general. Me acerqué a él durante su paseo, estaba solo como acostumbraba. Yo no podía controlar mis acciones. Sentía cómo me picaba el cuerpo porque mi corazón latía con fuerza y lanzaba la sangre en carrera por todo mi cuerpo. No le hablé hasta que nos alejamos lo suficiente del campamento, cuando el mediodía se acercaba.

—Mi general, tengo algo que decirle.

—¿Qué es? ¿Qué no pudo resistir contarme?

—¿Cómo señor?

—Muchacho, las últimas horas se las ha pasado cambiado entre la decisión y la duda, ¿no es así? Vamos, dígame.

—Señor, entonces, ¿por qué no intentó decirme algo antes?

—Temía equivocarme, podría aventurar sin encontrar la respuesta correcta. —Me puso una mano en el hombro—. Al final, también es su decisión hablar o no.

Estaba seguro de que el General no podría ni imaginar lo iba a decirle, así que asentí y lo miré decidido. Entonces, el capitán se acercó corriendo y gritando: "La batalla señores, la batalla. Se acercan los alemanes". ¡Ah! Qué frase tan odiada aquella.

***

—Capitán, levante a las secciones que están en descanso y puedan cargar un arma. Recluta, avise a la enfermería, para que se preparen.

La gloria del enemigo puede recaer sobre nosotros o podemos morir en gloria. Ha llegado el momento de pelear por nuestras vidas, de eso depende ganar o perder.

—¡Sí, señor! —dicen el capitán y el soldado.

Comienzo a escuchar el avance de las tropas como si fueran gigantes. Cojo mi arma y me dirijo a las trincheras, los aviones sobrevuelan todo el campo y el estruendo nos deja aturdidos, el polvo ciega y, cuando la confusión pasa, los gritos comienzan a hacer parte de la tierra, de los huesos y del alma de todos nosotros; pero queremos vivir, por lo que veo soldados empuñar sus armas y disparar a diestra y siniestra. Valor no hay, pero sí ganas de vivir. Corro y el traqueteo y la vibración de mi arma al disparar me dan valor, como siempre lo han hecho a lo largo de los años. Sin importar que los oídos y pulmones me duelen, sigo corriendo.

***

El General sigue corriendo sin darse cuenta de que aparece el arma de un alemán por un costado y lo atraviesa; con un solo movimiento cae al suelo; el soldado alemán, sin detenerse, saca la cuchilla y vuelve a enterrarla en el cuerpo del hombre; cada vez sale más sangre y pronto el cuerpo quedará sin vida.

El paisaje, ahora al atardecer, es rojo y borroso. Esta vez mi corazón no late cuando miro el pálido despojo del hombre que amo. ¿Cómo pudo pasar esto? El sol de los venados pinta la tierra y los cuerpos mientras el soldado alemán corre hacia mí. ¿Qué hago aquí?

En la mente (Cajón de relatos III)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora