Aunque los invitados eran pocos, casi todos socios importantes de la empresa, el banquete se celebró en el comedor mayor, el que tenía una cabeza de jabalí de pelaje castaño rojizo colgada en la pared. Arskel tenía asiento frente a Skadi, a su izquierda se encontraba el padre de esta y a su diestra Ilmir, un hombre joven cuyas dotes mágicas se salían de lo ordinario.
Habían sacrificado un cordero que, por lo que le contaron, habían traído de su más reciente visita a las Islas. El príncipe se deleitó con el relato del viaje más que con los manjares que abundaban sobre la mesa redonda. Además de la inmensa olla llena de cocido de cordero que humeaba en una esquina de la estancia, había fuentes de pescado en salmuera, mariscos, carne de ballena, pato relleno, quesos, crema de moras y hasta un par de botellas de veneno de serpiente, el famoso licor verde que incluso en pequeñas dosis provocaba fuertes delirios al hombre más resistente.
Allí, entre paisanos y comidas típicas de su reino, con el violento aguacero arreciando contra las ventanas, llegó a sentirse como en casa durante un rato.
Arskel pasó una semana entre los Jabalíes Rojos, más de lo que había planeado en un principio. En parte porque quería esperar a que amainase el temporal que azotaba la región, pero sobre todo porque la convicción de Skadi y la lectura del libro que le había prestado apaciguaban su dilema moral.
Salía de la ciudad todos los días para visitar a Ragnarök, a veces acompañado por la esclavista, normalmente solo. En un par de ocasiones sintió una presencia extraña, como si alguien lo estuviera siguiendo, pero no llegó a ver a nadie, así que acabó por convencerse de que debían de ser imaginaciones suyas.
La cuarta noche Skadi vino a él con un sobre cerrado con lacre negro sin sello. En el interior encontró un pequeño anticipo de la recompensa y una breve descripción del trabajo escrita con aquella indescifrable caligrafía rimbombante que volvía locos a los nobles futharkis. Arskel solía hacer sus faenas de magia negra para familias adineradas, más que nada porque los plebeyos no disponían del dinero necesario y solo acudían al Carnero Cheposo si estaban desesperados. En esos excepcionales casos, como en el fondo era un blando, solía pagar el resto él mismo, para descontento de su socia.
Aquella noche el cliente era adinerado. Skadi reunió al grupo de tres hombres que solían escoltarlos, entre los cuales se encontraba el talentoso mago Ilmir, y entraron en la mansión al abrigo de la oscuridad. Fueron conducidos por los pasillos desiertos hasta una amplia alcoba en cuya majestuosa cama estaba postrada una mujer de aspecto débil, con el rostro demacrado y de un blanco espectral. El marido, su cliente, estaba sentado junto a ella en un taburete. Intercambió un par de frases con Skadi en lengua futharki mientras Arskel copiaba del libro de magia negra las intrincadas estrellas mellizas de Cruenes alrededor del lecho y del cuerpo ovillado de la ofrenda viva. Se habían apiadado del esclavo, como uno se apiada del animal que va a ser sacrificado, y lo habían dejado inconsciente antes de sacarlo del establo donde los Jabalíes guardaban su mercancía humana.
Arskel se enderezó con dificultad cuando acabó de trazar los símbolos en el suelo, inspiró hondo y recitó las palabras que completaban el conjuro. Notó la vida fluyendo a través del aire como un fino hilillo de humo. La mujer en la cama empezó a respirar con más facilidad, pero aparte de eso, no hubo ningún cambio perceptible para el ojo de una persona normal. El mago negro comprobó que había extraído toda la esencia vital del esclavo y dejó de recitar.
Dos de sus acompañantes cargaron el cadáver y lo sacaron de la habitación. Arskel observó sin mutar la expresión el bulto inerte, sucio y mal vestido. No sentía nada, salvo tal vez un ápice de vergüenza por haberse atrevido a poner en duda la moral isleña.
Skadi vino hacia él con una leve sonrisa y le puso la mano en el hombro, acercando el rostro al suyo para poder hablarle al oído. Su voz juguetona le llegó amortiguada a través de la máscara de carnero.
ESTÁS LEYENDO
El ladrón de dragones
FantasyCayn no es más que un ladrón hasta que la vida le pone delante el botín más valioso que pueda imaginar: un huevo de dragón. A cientos de leguas de distancia, el príncipe Arskel, heredero del trono de las Islas de la Serpiente, es exiliado y despoj...