''Nous avons perdu le monde, et le monde, nous; que vous en samble,Trlstan, ami? – Amie, quand je vous ai avec moi, que me fault-il dont? Setous li mondes estoit orendroit avec nous, je ne verroie fors vous seule."(Romance en prosa de Tristán)
En el fondo del bosque salvaje los dos enamorados, afanosos como lasbestias acosadas, van errantes y rara vez osan volver por la noche al alberguede la víspera. No comen más que la carne de las fieras y echan de menos elsabor de la sal. Sus semblantes adelgazados empalidecen; sus vestidos caenen harapos, desgarrados por las zarzas. Se aman, no sufren.Un día, recorriendo estos grandes bosques que jamás habían sido talados,llegaron por azar a la ermita del hermano Ogrín.Tomando el sol, bajo un bosquecillo de arces, el anciano, apoyado en sumuleta, caminaba a pasos menudos:–Caballero Tristán -exclamó-, ved qué gran juramento han pronunciadolos hombres de Cornualles. El rey ha hecho proclamar un bando por todas lasparroquias. Quien se apodere de vos recibirá cien marcos de oro comosalario, y todos los barones han jurado entregaros vivo o muerto.Arrepentios, Tristán; Dios perdona al pecador arrepentido.–¿Arrepentirme, micer Ogrín? ¿De qué crimen? Vos que nos jugáis,¿sabéis qué bebida hemos tomado en el mar? Sí, el buen licor nos embriaga,y preferiría mendigar toda mi vida por los caminos y vivir de hierbas yraíces con Isolda a ser soberano de un hermoso reino sin ella.–Caballero Tristán, Dios os ayude, porque, habéis perdido este mundo yel otro. Al que traiciona a su señor se lo debe hacer descuartizar por doscaballos y quemar en una hoguera. Y allá donde cae su ceniza no crece másla hierba, y el cultivo es inútil. Perecen los árboles y el césped. Tristán,devolved la reina a quien ella ha tomado por esposo según la ley de Roma.–Ya no le pertenece: la ha dado a sus leprosos; es a los leprosos dequienes la he conquistado. Desde aquel momento fue mía: yo no me puedoseparar de ella, ni ella de mí.Ogrín se había sentado. A sus pies Isolda lloraba con la cabeza sobre lasrodillas del hombre que sufría por Dios. El ermitaño le repetía las santaspalabras de las Escrituras; pero hecha un mar de lágrimas sacudía la cabezay no quería creerlas.–¡Ay! – dice Ogrín- ¿qué aliento puede darse a los muertos?Arrepiéntete, Tristán, porque el que vive en el pecado sin arrepentirse es unmuerto.–No, yo vivo y no me arrepiento. Volvamos a la selva que nos protege ynos guarda. ¡Ven, Isolda amiga!Isolda se incorporó; se cogieron de las manos. Fuéronse por entre lasaltas hierbas y los brezales; los árboles cerraron sobre ellos sus ramajes;desaparecieron tras la fronda.Escuchad, señores, una bella aventura, Tristán había criado un perro,hermoso, vivo, ligero: ni conde ni rey lo ha tenido jamás igual. Le llamaban«Husdán» Le tuvieron que encerrar en el torreón, sujeto por el cuello a untajo; desde el día en que había dejado de ver a su dueño rehusaba todapitanza, escarbando la tierra con la pata; lloraba y ladraba tristemente.Muchos tuvieron compasión de él.Todos dijeron:–¡Ah! Nunca hubo bestia capaz de semejante afecto. Salomón tenía razónal decir que su verdadero amigo era su galgo. «Husdán» da prueba de ellocuando se niega a comer como consecuencia del arresto de su amo. Señor,destáquelo.Y el rey Mares, evocando los días pasados, meditaba en su corazón:–Este perro llora con razón a su señor. ¿Acaso hay alguien en Cornuallesque valga lo que Tristán?Tres barones fueron al encuentro del rey. Dicen:–Señor, mandad desatar a «Husdán»; sabremos si la pena que siente espor añoranza de su dueño; de abierta, la lengua fuera a perseguir a personasy bestias lo contrario, lo veréis, apenas desatado, con la boca para morderlas.–¡«Husdán»! – decían-, ninguna bestia ha sabido.Lo desatan. Salta por la puerta y corre al cuarto donde antes encontraba aTristán. Gruñe, gime, busca, descubre al fin la huella de su señor. Recorrepaso a paso el camino que Tristán ha seguido hacia la hoguera. Todos lesiguen. Lanza un sonoro ladrido y trepa hacia el acantilado. Helo en lacapilla y saltando por el altar: de súbito se arroja por la vidriera, cae al piedel peñasco, vuelve a la pista sobre el arenal, se detiene un instante en elbosque florido donde Tristán se había ocultado. Vuelve luego a partir haciala selva. Todos los que le ven se enternecen.–Buen rey -dijeron entonces los caballeros-, cesemos de seguirle, nospodría conducir a un lugar de difícil retorno.Le dejaron y emprendieron el regreso. Dentro del bosque, el perro sepone a ladrar y a sus ladridos retiembla la selva. A lo lejos, Tristán, la reinay Gorvalán le están oyendo.–¡Es «Husdán»!Se asustan; sin duda el rey les persigue; ¡les hace acosar como a fieraspor los sabuesos! Se hunden entre la maleza. En el lindero, Tristán seyergue, tenso el arco. Pero cuando «Husdán» ha visto y reconocido a suseñor, salta hasta él, menea cabeza y cola, dobla el espinazo, da vueltas a sualrededor. ¿Quién ha visto jamás alegría semejante? Después corre haciaIsolda la Rubia, hacia Gorvalán, hace también halagos al caballo. Tristánsiente gran ternura.–¡Ay! ¿Por qué desgracia nos ha encontrado? ¿Qué puede hacer con esteperro, que no sabe estar quieto, un hombre acosado? Por las llanuras y porlos bosques, por toda su tierra, el rey nos persigue: «Husdán» nos descubrirácon sus ladridos. ¡Ah! Es por amor y por nobleza natural que ha venido abuscar la muerte. Hay que vigilar, sin embargo. ¿Qué hacer? Aconsejadme.Isolda acarició a «Husdán» con la mano y dijo:–Señor, perdonadle. He oído hablar de un guardabosque galés que habíaacostumbrado a su perro a seguir, sin, ladrar, el rastro de sangre de losciervos heridos. Amigo Tristán, ¡qué alegría si lográramos a fuerza detrabajo amaestrar así a «Husdán»!Meditó un instante, mientras el perro lamía las manos de Isolda. Tristánsintió piedad y dijo:–Quiero probarlo; es demasiado duro para mí tener que matarle.Tristán se entrega enseguida a la caza, localiza un, gamo, le hiere conuna flecha. El perro quiere arrojarse sobre la pista del gamo, y ladra con talfuerza que el bosque retumba. Tristán le hace callar pegándole; «Husdán»levanta la cabeza hacia su dueño, asombrado. No osa ya ladrar, abandona elrastro, Tristán le coloca debajo de sí, luego golpea en su bota con su varillade castaño, como hacen los monteros para excitar a los perros; a esta señal«Husdán» quiere gritar aún, y Tristán le corrige. Enseñándole así,transcurrido un mes apenas le tuvo amaestrado para cazar a la muda; cuandosu flecha había herido un corzo o un gamo, «Husdán», sin levantar la vozjamás, seguía el rastro sobre la nieve, el hielo o la hierba; si alcanzaba alanimal por el bosque, sabía marcar el sitio con ramajes; si lo cogía por lalanda, amontonaba hierba sobre el cuerpo derribado y volvía, sin un ladrido,a buscar a su dueño.El verano se va, el invierno se acerca. Los amantes viven agazapados enel hueco de un peñasco; y sobre el suelo endurecido por el frío, los témpanoscubren su lecho de hojas muertas. Por el poder de su amor, ni uno ni otrosienten las inclemencias de aquel duro vivir.Pero cuando volvió el buen tiempo, levantaron bajo los grandes árbolessu choza de ramas reverdecidas. Tristán, conocía desde su infancia el arte deremedar el canto de los pájaros del bosque; a voluntad imitaba laoropéndola, el abejaruco, el ruiseñor y a toda la población alada; y a veces,sobre las ramas de la choza, acudiendo a su llamada, numerosos pájaros,tensa la garganta, lanzaban sus gorjeos al sol.Los amantes no huían ya por la selva, errantes sin cesar, pues ninguno delos barones se arriesgaba a perseguirles, comprendiendo que Tristán leahubiera colgado de las ramas de los árboles. Cierto día, sin embargo, uno deloa cuatro traidores, Guenelón, que Dios maldiga, arrastrado por el ardor dela caza, osó aventurarse por los alrededores del Morois. Aquella mañana, ala entrada del bosque, en la oquedad de un torrente, Gorvalán habíadesensillado su caballo y le dejaba pacer la hierba tierna; allá abajo, en lachoza de follaje, sobre el tapiz florido, Tristán tenía a la reina estrechamenteabrazada. Y dormían los dos...De súbito, Gorvalán oyó el tumulto de una jauría; a marcha veloz, losperros perseguían a un ciervo que se arrojó al torrente. A lo lejos, por lalanda, apareció un jinete. Gorvalán le reconoció: era Guenelón, el hombre aquien su señor odiaba entre todos los hombres. Solo, sin escudero, lasespuelas en los flancos sangrantes de su corcel y golpeándole sin cesar,corría locamente. Emboscado tras un árbol, Gorvalán le acecha: vienerápidamente: irá más despacio al regresar.Pasa; Gorvalán salta de su escondite, coge el freno y, recordando en esteinstante todo el mal que aquel hombre ha hecho, le derriba, le decapita y selleva la cabeza cortada.Allá abajo, en la choza de follaje, sobre el tapiz florido, Tristán y la reinaduermen, estrechamente abrazados. Gorvalán llega sin ruido con la cabezadel muerto en la mano. Cuando los monteros encontraron debajo del árbol eltronco sin cabeza, creyeron que Tristán les perseguía y escaparonaterrorizados, temiendo a la muerte. Desde entonces bien pocos fueron acazar en aquel bosque.Para regocijar, cuando despertara, el corazón de su señor, Gorvalán atópor los cabellos la cabeza al techo de la choza; el ramaje espeso le servía deguirnalda.Tristán despierta y ve, medio oculta tras de las hojas, la cabeza que lemira. Reconoce a Guenelón, se incorpora, asustado. Pero su maestro,exclama:–¡Tranquilízate, está muerto! Le he matado con esta espada. Hijo, era tuenemigo.Y Tristán se alegró. El odiado Guenelón estaba muerto.En lo sucesivo nadie osa penetrar en el bosque agreste; el terror guardasu entrada y los amantes son dueños de él. Fue entonces cuando Tristánconstruyó el arco infalible, el cual alcanzaba siempre el blanco, hombre oanimal, en el lugar apuntado.Señores, era un día de verano, en tiempo de la siega, poco después dePentecostés, y los pájaros cantaban sobre el rocío, a la aurora cercana.Tristán salió de la choza, ciñó su espada, dispuso el arco infalible y, solo, sefue a cazar por el bosque. Antes de caer la tarde había de sufrir una granpena. No, jamás hubo amantes que se quisieran tanto y lo expiaran tanduramente.Cuando Tristán llegó de caza anonadado por el ardiente calor, tomó a lareina entre sus brazos.–Amigo, ¿dónde habéis estado?–Persiguiendo a un ciervo que me ha rendido de fatiga. Mirad cómocorre el sudor por todo mi cuerpo; querría acostarme y dormir.Bajo la casita de verde enramada, tapizada de hierbas frescas, Isolda seechó primero. Tristán se acostó a su lado y colocó la espada desnuda entresus cuerpos. Felizmente, no se habían quitado las ropas. La reina llevaba enel dedo la sortija de oro y hermosas esmeraldas que Marés le había dado eldía de sus esponsales; sus dedos habían adelgazado tanto, que el anilloapenas podía sostenerse en ellos. Dormían así, uno de los brazos de Tristánbajo el cuello de su amiga, el otro abandonado sobre su hermoso cuerpo,estrechamente abrazados pero sus labios no se tocaban. Ni un hálito de brisa,ni el temblor de una hoja. A través del techo de follaje, un rayo de soldescendía sobre el rostro de Isolda que brillaba como la nieve.Un guardabosque encontró un lugar en el cual las hierbas habían sidoholladas; los amantes se habían acostado allí la víspera; pero no distinguió lahuella de sus cuerpos; siguió las pisadas y llego a su albergue. Vio quedormían, les reconoció y se fue, temiendo el despertar terrible de Tristán.Llegó a Tintagel, a dos leguas de allí, subió los peldaños de la sala yencontró al rey que celebraba audiencia entre sus vasallos reunidos.–Amigo, ¿qué vienes a buscar aquí dentro? Te veo casi sin aliento.Pareces un mozo de sabuesos que haya corrido mucho tiempo tras los perros,¿Quieres tú también pedirnos gracia contra alguna injusticia? ¿Quién te haexpulsado de mi bosque?El guardabosque le llamó aparte y, en voz muy baja, le dijo:–He visto a la reina y a Tristán. Dormían. He cogido miedo.–¿Dónde?–En una choza del Morois. Duermen uno en brazos del otro. Venenseguida, si quieres venganza.–Ve a esperarme a la entrada del bosque, al pie de la Cruz Encarnada. Nohables a nadie de lo que has visto; yo te daré todo el oro y la plata quequieras.El guardabosques va y se sienta bajo la Cruz Encarnada. ¡Maldito sea elespía! Pero morirá vergonzosamente, como muy pronto os contará estahistoria.El rey hizo ensillar su caballo, ciñó su espada y sin acompañamientoalguno salió da la ciudad. Solo, mientras cabalgaba, se acordó de la noche enque había sorprendido a su sobrino: ¡qué ternura había mostrado entoncespor Tristán Isolda la Bella, la del claro semblante! Si los coge castigará estospecados; se vengará de los que le han afrentado...En la Cruz Encarnada halló al guardabosque.–Pasa adelante; guíame recto y aprisa.La sombra negra de los grandes árboles les envuelve. El rey sigue alespía. Fía en su espada que en otro tiempo ha dado buenos golpes. ¡Ahí SiTristán despierta, uno de los dos, ¡Dios sabe cuál!, quedará muerto allí. Alfin el guardabosque dice en voz baja:–Rey, nos acercarnos.Le sostuvo el estribo y ató las bridas del caballo a las ramas de unmanzano verde. Se acercaron todavía, más y de súbito, en un claro delbosque bañado de sol, vieron la choza florida.El rey desabrocha las ligaduras de oro fino de su manto, se lo quita yaparece su hermoso, cuerpo. Desenvaina la espada y se repite, en su corazón,que quiere morir si no los mata. El montañés le sigue: con un signo le hacevolver atrás.Penetra solo en la choza, blandiendo la espada desnuda... ¡Ah! ¡Quépena si descarga este golpe! Pero vio que sus bocas no se tocaban y que unaespada desnuda separaba sus cuerpos.–¡Dios mío! – dijo para sí-, ¿qué es lo que veo? ¿He de matarlos?Después de tanto tiempo de vivir en este bosque, si se amaran con locoamor, ¿habrían colocado esta espada entre ellos? ¿No saben todos que unahoja desnuda que separa dos cuerpos es garantía y guardadora de castidad?Si se amaran con loco amor, ¿descansarían con tanta pureza? No, no lesmataré. Sería un gran pecado. Y si despertara este durmiente y uno denosotros pereciera, se hablaría de ello mucho tiempo y para vergüenzanuestra. Pero procuraré que al despertar sepan que les he encontradodormidos, que no he querido su muerte y que Dios se ha apiadado de ellos.El sol, filtrándose a través de la choza, quemaba la blanca faz de Isolda:el rey cogió sus guantes ornados de armiño.«Fue ella -pensaba- quien antaño me los trajo de Irlanda...»Los colocó en el follaje para tapar el agujero por donde se filtraba el rayode sol; luego extrajo suavemente la sortija de esmeraldas que había dado a lareina; antes había tenido que forzarla un poco para introducirla en el dedo.Ahora sus dedos estaban tan afilados, que el anillo se soltó sin esfuerzo: ensu lugar el rey puso el anillo que en otro tiempo Isolda le había regalado.Llevóse la espada que separaba a los amantes; la misma; la reconoció, que sehabía mellado en el cráneo de Morolt; colocó la suya en su lugar, salió de lacasita, montó a caballo y dijo al guardabosque:–Huye, ahora, y salva tu cuerpo si puedes.Isolda tuvo una visión durante su sueño; se hallaba bajo una rica tienda,en medio de un gran bosque. Dos leones se arrojaban sobre ella y peleabanpara poseerla... Lanzó un grito y despertó; los guantes adornados de blancoarmiño cayeron sobre su seno. Al oír el grito, Tristán se puso en pie, quisoalcanzar su espada y reconoció por el puño de oro la espada del rey. Y lareina vio en su dedo el anillo de Marés.–¡Señor, desdichados de nosotros! El rey nos ha sorprendido.–Sí -dijo Tristán-, se ha llevado mi espada. Estaba solo, ha tenido miedo,habrá ido a buscar refuerzos. Volverá y nos hará quemar delante de todo elpueblo. ¡Huyamos!Y a largas jornadas, acompañados de Gorvalán, huyeron hacia el país deGales, hasta los confines de la selva del Morois. ¡Cuántas torturas sufrirán acausa de su amor!
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Tristán e Isolda
PoesíaNada se sabe sobre el origen y procedencia de esta leyenda o esta historia, mucho más remota que la fecha a que corresponden los datos más antiguos que hacen referencia a ella.