XIV EL CASCABEL MARAVILLOSO

136 0 0
                                    


  Ne membre vus, ma bele amieD'une petite druerie?(La Folie Tristan) 

 Tristán se refugió en Gales, en la tierra del noble duque Gilén. El duqueera poderoso, joven, bondadoso y le acogió como a un huésped distinguido.Para rendirle honor y darle alegría no escatimó esfuerzo; pero ni lasaventuras ni las fiestas pudieron calmar la angustia de Tristán.Un día, sentado al lado del joven duque, sintió su corazón tan doloridoque suspiraba sin darse cuenta. El duque, para endulzar su pena, mandó traera su cámara privada su juego favorito, el cual, por sortilegio, en las horastristes, encantaba sus ojos y su espíritu. Sobre una mesa cubierta de noble yrica púrpura colocaron a su perro «Petit Crú» Era un perro encantado; se lohabían traído al duque de la isla de Avalón; una hada se lo había mandadocomo regalo de amor. No hay palabras bastante hábiles para describir suespecie y su belleza. Su pelo estaba coloreado con matices tanmaravillosamente dispuestos que no se sabía definir su color; su hocicoparecía más blanco que la nieve, su lomo más verde que la hoja del trébol;uno de sus flancos era rojo como la escarlata; el otro, amarillo como elazafrán; su vientre, azul como lapislázuli; su dorso, rosado; pero cuando sele miraba mucho tiempo, todos estos colores danzaban ante los ojos y setransformaban alternativamente en blancos y verdes, amarillos, azules,purpúreos, oscuros, o claros. Llevaba en el cuello, suspendido de unacadenilla de oro, un cascabel de tintineo tan alegre, tan limpio, tan dulce,que al oírlo el corazón de Tristán se estremeció, tranquilizóse y se fundió supena. No se acordó ya de tantas miserias soportadas por la reina, pues tal erala maravillosa virtud del cascabel: el corazón, al oírle sonar, tan dulce, tanalegre, tan claro, olvidaba toda pena. Y mientras Tristán, emocionado por elsortilegio, acariciaba el animalito encantado que le quitaba todo pesar ycuyo pelo, al tacto de su mano, parecía más suave que el terciopelo, pensóque aquel sería un hermoso regalo para Isolda. Pero, ¿qué hacer? El duqueGilén amaba a «Petit-Crú» por encima de todo y nadie habría podidolograrlo de él ni con astucias ni con ruegos. Un día Tristán dijo al duque:–Señor, ¿qué le daríais al que librara vuestra tierra del gigante Urgandoel Velloso, que reclama de vos tan pesados tributos?–En verdad, daría a escoger a su vencedor, entre mis riquezas, la que éltuviera por más preciosa: pero nadie osará, acometer al gigante.–Maravillosas palabras -repuso Tristán-. El bien no se alcanza en un paísmás que por las aventuras, y ni por todo el oro de Pavía renunciaría a mideseo de combatir al gigante.–Entonces -dijo el duque Gilén-, que el Dios nacido de María Virgen osacompañe y os preserve de la muerte.Tristán alcanzó a Urgando el Velloso en su guarida. Combatieron largorato furiosamente. Al fin el ingenio salió victorioso. Triunfó la espada ágilde la pesada maza, y Tristán cortó la mano derecha del gigante y la presentóal duque.–Señor, en recompensa, como habéis prometido, dadme a «Petit-Crú»,vuestro perro encantado.–Pero ¿qué has pedido, amigo mío? Déjamelo y en su lugar toma a mihermana y la mitad de mi tierra.–Señor, vuestra hermana es bella y bella es vuestra tierra; peroprecisamente para lograr a vuestro perro-hada he atacado a Urgando elVelloso. ¡Acordaos de vuestra promesa!Y el duque accedió:–Tómalo, pues, pero sabe que te llevas la alegría de mis ojos y el júbilode mi corazón.Tristán confió el perro a un juglar de Gales, prudente y astuto, que lollevó de su parte a Cornualles. El juglar llegó a Tintagel y lo entregósecretamente a Brangania. La reina se regocijó en gran manera, dio enrecompensa diez marcos de oro al juglar y dijo al rey que la reina de Irlanda,su madre, enviaba este rico presente. Hizo construir para el perro, por unorfebre, una casilla preciosamente incrustada de oro y pedrerías, y por todaspartes lo llevaba consigo en recuerdo de su amigo. Y cada vez que le miraba,tristezas, angustias y pesares se borraban de su corazón.No comprendió al principio la maravilla. Si encontraba tal dulzura alcontemplarle, era -pensaba- porque le venía de Tristán, era sin duda elpensamiento de su amigo el que adormecía así su pena. Pero un díacomprendió que era un sortilegio y que sólo el tintineo del cascabelhechizaba su corazón.«¡Ah! – pensó-, ¿es justo que conozca el consuelo mientras Tristán esdesdichado? Habría podido guardar este perro encantado y olvidar así todopesar; por bella cortesía, ha preferido enviármelo, darme su alegría y volvera su miseria. Pero no está bien que así sea; Tristán, quiero sufrir tantotiempo como sufras tú»Cogió el cascabel mágico, hízolo sonar por última vez, desatólosuavemente y luego, por la ventana abierta, lo arrojó al mar.

Tristán e IsoldaWhere stories live. Discover now