Prólogo

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- Hijo... ven, acércate

El chico había permanecido de pie, con el cuerpo apoyado en el duro y blanco muro de la habitación, mirándola de lejos, como cualquier espectador. Esperó a que la enfermera se fuera y con pasos tímidos se le acercó, sentándose al borde de la cama y tomando la débil mano de la mujer entre las suyas.

Estaba fría.

Si tuviese que elegir un momento de su vida en que hubo sentido más asustado, aterrado y sin saber qué hacer, probablemente ese, sería el momento indicado. Nunca se vio de ese modo, nunca pensó que aquel momento que ambos esperaban pero del cual ninguno nunca habló, sucedería. Hasta ese día.

- Vaya... - susurró mirándolo, tratando de acomodarse infructuosamente logrando tan solo girar su rostro para poder contemplarlo mejor – Ya eres todo un hombre... mi hijo es un hombre...

- Tengo 14 mamá, soy un niño aún...

- No amor, ya eres un hombre, mírate... todo alto y guapo... - sus pulgares juegan con la lozana y tersa piel del adolescente, trazando círculos para que de ese modo pudiese calmarse; estaba temblando – Estoy tan orgullosa de ti Minho, tan orgullosa...

- Mamá... - su voz se quiebra mientras alza las manos de la mujer para alcanzar sus mejillas, obligándola a que lo acaricie – No hables así, no hables como si fueras a despedirte, no lo hagas...

- Minho...

- ¡No mamá! Tú... - titubea – Yo te lo prohíbo, ¡te prohíbo que hables así!

- Hijo... - le habla, sintiendo tímidas gotas que resbalan de los ojos del menor hasta sus propias manos – Minho, amor, escúchame... mírame hijo, escucha lo que te voy a decir...

Aguarda breves segundos hasta que él logra fijar sus ojos rojos e hinchados por las lágrimas sobre los de ella. Es difícil verla, es... más que complicado tener que estar de ese modo, en donde el tiempo ya ha llegado a la línea final, en donde la meta se ve tan próxima, tanto, que solo desea poder retrasar un poco más ese cruel momento del que no puede huir.

- Perdóname hijo, de haber sabido... si yo hubiera sabido antes que... si tan solo – mueve nuevamente su cuerpo dejándole un espacio que el chico aprovecha para recostarse junto a ella, reposando su cabeza cerca del pecho de la mujer, justo en ese lugar en donde resuena el palpitar de su corazón – Habría, sabes que habría evitado si hubiera podido ¿cierto?

- Lo sé mamá...

- Hijo, gracias por haber estado conmigo, por cuidarme y estar a mi lado... - sus manos se enredan en el pelo ondulado que roza su rostro, inspirando el perfume de aquel chico que se aferra a su cuerpo enfermo – Siempre fuiste todo en mi vida, todo...

- Mamá... tengo miedo

- No amor, no tienes por qué tenerlo... - sus ojos se encuentran y ella besa su frente, secando las lágrimas que se deslizan por aquellas mejillas adolescentes - ¿Sabes que en este mismo cuarto te di a luz? Aquí, en esta cama te tuve en mis brazos por primera vez, y míranos ahora, abrazados del mismo modo...

- Mamá... - el chico se aprieta aún más contra ella, escondiendo su rostro en el cuello de la mujer, buscando ahí el refugio que cree necesitará una vez que se halle perdido – No me dejes, no te vayas... por favor

- Sé fuerte hijo, crece bien, sé un buen hombre y ama incondicionalmente a quien te ame a ti...

- No, mamá, no...

- Debes ser valiente, yo no seré la única pérdida que tendrás, la vida continúa y conocerás un montón de gente que irá y vendrá, tú tan solo atesóralos con tu corazón y aprovéchalos lo más que puedas porque cada uno de ellos dejarán huellas...

- Mamá...

- Te amo Minho, te amo... con todo mi corazón

- Y yo te amo a ti mamá, te amaré siempre, hasta el final... - añade mirándola.

- Hasta el final...

Aquel abrazo se hace único, intenso y se prolonga tanto cómo el mismo sol se demoró en esconderse tras la silueta de los edificios, llevándose la luz del día y pintando el cielo en un rojizo atardecer. Las nubes son esponjas que absorbieron las lágrimas derramadas aquella tarde y las tímidas estrellas que comienzan a tintinear en el cielo, son el destello de una triste pero esperada despedida.

Minho apretó sus ojos tan fuerte, que pudo sentir cómo dolían sus párpados. Y, de pronto, el miedo que sintió trajo confusión y soledad. Se incorporó lentamente, mirando a su madre durmiendo con una sutil sonrisa en su rostro y una última lágrima resbalando por su mejilla izquierda, perdiéndose en la almohada.

Soltó sus manos, arregló un mechón de su cabello que caía en su rostro y, dejándole un sutil beso en su frente supo que de ahora en adelante estaba solo. Que ahora, tan solo eran él y el mundo.


[ Balada de Otoño ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora