En el momento exacto en que una puntada le atravesó la garganta a causa de la falta de aliento, es que se culpó por haber sido tan imbécil en haber dejado de usar su auto. No supo cuánto tiempo llevaba corriendo, ni qué tanto había avanzado, Minho tan solo corría, y sin detenerse, como si el tiempo jugara en su contra, como si llegar a su destino fuese más apremiante que respirar o notar cómo comenzaba a sudar.
Cuando a lo lejos divisó una parada, se apresuró aún más en ir hasta ella. Volteó la vista por un momento y se percató de que un taxi venía hacia donde él y otra mujer que llevaba más tiempo ahí, estaban esperando.
- Lo lamento... - se excusó cuando se interpuso delante de la mujer cuando esta abrió la puerta del taxi, introduciéndose él.
- ¡Hey, imbécil!
- Al cementerio por favor... y rápido – le dijo mirando de reojo por el vidrio posterior del vehículo, viendo como la pobre mujer hacía gestos con sus manos, evidenciando lo enojada que estaba.
Se bajó apenas divisó el enorme umbral de pilares enladrillados. Le arrojó un par de billetes al chofer y prosiguió con esa carrera que no quería perder, no podía perderla.
Pero fue justo en el ingreso, en que algo le hizo estremecer el corazón y casi lo desestabiliza. Un ahogo en su pecho y su mano que se apretó en esa zona como sosteniéndolo. Aun así no prestó atención ni se detuvo, lo que le aquejaba era mucho más importante que una simple molestia.
Y no lo notó.
No se dio cuenta.
Tan solo lo ignoró.
En el momento preciso en que Minho ingresaba al cementerio en donde descansaban los restos de Taemin, fue que la presencia imperceptible de una mujer pasó casi rozando uno de sus hombros.
Madre, ¿lo lograste, cierto...? Lo has hecho... y gracias por eso. Ahora que recuerdo que fui yo quien quiso que Minho continuara con su vida y me olvidara, es que soy capaz de sentir que todo tiene sentido y que se ha hecho todo lo que esperé que se hiciese. Gracias madre, gracias...
Bajo sus pies deja las infaltables rosas blancas que siempre le llevaba cada viernes de cada semana, de cada mes, hasta esa fecha. Sonríe rozando la pieza de mármol que lleva tallado su nombre y las fechas de su nacimiento y deceso. No hay frases memoriales, ni nada por el estilo. La mujer siempre creyó que para Taemin no habría ninguna frase que pudiese resumir lo que la vida de su hijo significó para ella.
Taemin había sido siempre un préstamo, algo provisorio, destinado a ser arrebatado luego de un tiempo. A pesar de que en un principio se acostumbró a la idea de que sería siempre de ella, no fue ni la enfermedad ni su muerte quienes se lo llevaron lejos. No lo fueron.
La mujer camina con la misma calma que ganó con el paso del tiempo, mientras se coloca sus lentes oscuros y se acomoda aquel sombrero. No alza la mirada, y solo da un paso tras otro aturdiéndose con el sonido de sus tacones.
Pero no es hasta que siente un descoordinado palpitar en su pecho y que la hace encogerse levemente, es que se percata de quien se aproxima al lugar.
Lo ve descender apresuradamente de un taxi. Lleva el pelo alborotado y con las puntas húmedas a causa del sudor; probablemente estuvo corriendo mucho tiempo antes de decidirse por pagar por transporte para llegar al lugar, ¿en dónde estaba su auto...?
Se veía agitado y con prisa, y entonces comprendió que lo que Taemin hubo planeado aquel día en que Minho fue expulsado de su casa, al fin había dado resultado. El moreno había reaccionado y ya estaba despertando de aquel sueño que seguía viviendo a pesar de que Taemin ya no era parte de aquella realidad.
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[ Balada de Otoño ]
Romance•2Min• A MinHo el tiempo le favorecía; estaba en la etapa precisa de su vida en donde buscar nuevos proyectos le motivaban a no estancarse en un trabajo monótono y una vida solitaria. Para TaeMin es todo lo contrario; cada día con vida es una tortur...