No pude contener el deseo de besarte apasionadamente aquella tarde de noviembre, de recorrer por completo toda tu ingenuidad, de librarte de la prisión de no haberlo probado nunca, de nunca haber besado a una mujer de verdad. Mujer sin titubeos, mujer sin dramas ni vueltas, mujer que sabe.
Lo noté en la forma en la que tú insegura lengua temerosa intentaba abrir paso a mi lengua ya avivada. También en el lugar donde descansaron tus manos transpiradas, sin moverse, como si estuvieran cubiertas de vergüenza.
Me di cuenta que nunca nadie te había hecho sentir así de predecible, tan principiante...
Creí que había sido sólo el comienzo por el hecho de no conocerme nada en absoluto, que te estabas dejando esconder para no pecar de desubicado cuando tu mano izquierda temblorosa comenzó a desabotonarme la blusa, pero me di cuenta que no era así, que eras un novato lleno de incertidumbre al no poder torpemente dejarme completamente desnuda sin mi ayuda.
